A lo menos durante los diez últimos años se dedicó a estafar a lo largo de la Región Metropolitana. Utilizó distintos engaños y con cada uno conseguía entre 200 mil pesos y hasta 40 millones. Pero no era un delincuente común y corriente, ya que contaba con el mejor disfraz: se trata de un sujeto que se hacía pasar por pastor evangélico y las iglesias eran su lugar preferido para captar víctimas.
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