En su regreso a la Quinta Vergara (tercer show como dupla y uno en solitario de cada integrante), Wisin Y Yandel abría la edición número 60 del Festival de Viña del Mar poniendo nuevamente al reggaetón en instancias inaugurales del evento.
Y por supuesto, el género musical latino con más repercusión en el resto del mundo durante las últimas temporadas jugaba una carta segura.
Tantas fiestas, tantos hits radiales y reproducciones en plataformas digitales se traducían en un karaoke interminable que no daba respiro, aunque las intenciones del público -ampliamente juvenil y familiar- fueran exactamente esas: dejarse la voz y la suela de las zapatillas en suelo viñamarino.
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Bajo esas condiciones, Wisin y Yandel exponen sus términos sin grandes sorpresas. Los éxitos se cuentan por montones y se adornan con fuego, un cuerpo de baile de hasta 11 integrantes, humo y frases clichés sobre la lucha de poder entre hombres y mujeres para hilvanar un completo manual que ilusiona sobre cómo conquistar en la discoteca y salir airoso en la proeza. De ahí para adelante.
Sin embargo, entre canciones como "Rakata" o "Noche de sexo" -hitos dentro de la historia del género- y ese beat hipnótico que pareciera que sonara 24/7, fallan los matices.
Ambos cantantes dividen responsabilidad animando al público e intentando convertir cada introducción en una arenga épica. Sus personalidades los acompañan y en el intento arrasan con todo, pero a ratos el show toma un tono repetitivo, como si un tema sonara en más de una oportunidad. Al menos, la irrupción de Pedro Capó con "Calma" logra un cambio de ritmo.
De hecho, la inclusión de una banda con guitarra, bajo, batería y dos tecladistas pasó inadvertida. A los fans poco les importó, y les otorgó ambas Gaviotas. Pero ya lo dijo J Balvin: "Y si el pueblo pide (reggaetón, reggaetón), no se lo voy a negar".