¿Por qué los seres humanos necesitamos menos sueño que cualquier otro primate?
Siempre he sentido envidia de la gente que puede arreglárselas durmiendo seis horas. Yo prefiero ocho, a veces más. Puedo funcionar con seis, pero después de unos días mi cerebro estará muy por debajo de su capacidad total.
La cantidad de horas que dormimos nos afecta a todos. El exceso de sueño nos deja aturdidos y desorientados. Dormimos demasiado poco y nuestro estado de ánimo y concentración sufren y también aumenta el riesgo de diabetes, obesidad e hipertensión arterial.
La mayoría de nosotros duerme entre seis y nueve horas por noche, lo que significa que pasamos un tercio de nuestra vida durmiendo. Puede parecer mucho tiempo, pero somos los que menos dormimos entre todos los primates, el grupo que incluye a monos, simios y nosotros.
Así lo afirma un nuevo análisis que examina el impacto que ha tenido el sueño sobre nuestra evolución.
La nueva investigación sugiere que los seres humanos han evolucionado para dormir menos, pero también más profundamente, y puede ayudar a explicar nuestro éxito como especie.
Hace tres millones de años, nuestros antepasados Australopithecines todavía tenían cuerpos parecidos a los de los monos y probablemente dormían en los árboles, como los chimpancés modernos.
Dormir en los árboles tiene sus problemas.
Pero hace dos millones de años, los homínidos se habían vuelto totalmente erectos. El homo erectus se pasaba su vida en el suelo, y pudo haber sido el primer homínido en hacer camas allí.
Dormir en el suelo debe haberle regalado un sueño de mayor calidad, más reparador. No tenía que preocuparse por caer de los árboles y aunque el riesgo de ser víctima de los depredadores era mayor en el suelo, tenían formas de protegerse a sí mismos.
A mejor sueño, mejor aprendizaje
También hay evidencia de que alrededor del mismo período en que los homínidos descendieron de los árboles se hicieron más inteligentes y adquirieron mejores armas.
El tamaño de sus grupos también aumentó alrededor de ese tiempo, con la ayuda de mejores habilidades de comunicación.
Según David Samson y Charles Nunn, de la Universidad de Duke en Carolina del Norte, Estados Unidos, todas esas transformaciones se pueden vincular al cambio en la forma en que nuestros antepasados dormían.
En un nuevo estudio publicado en la revista Antropología Evolutiva, explican que el paso de los árboles al suelo permitió a nuestros antepasados dormir más profundamente, "lo que a su vez podría haber afectado la cognición", señala Samson.
Su teoría es que aunque dormimos menos horas que otros primates, el sueño que tenemos es de alta calidad, por lo que no necesitamos dormir tanto.
El cráneo del homo erectus (abajo, a la derecha) era más grande que el del neanderthal (arriba a la izquierda).
Para saber si el sueño humano es único, Samson y Nunn compararon los patrones de sueño de 21 primates y examinaron la cantidad de tiempo que pasaban en el movimiento ocular rápido (REM). Este se produce cuando soñamos, y cuando nuestro cerebro consolida nuestros recuerdos en el almacenamiento a largo plazo.
La comparación arrojó como resultado que los seres humanos dormían menos. Los primates que más dormían eran los lémures ratón grises y los monos nocturnos, con 15 y 17 horas respectivamente.
En contraste, los humanos pasaron la mayor proporción de su sueño en un estado REM: casi el 25%.
"Por lo tanto, los seres humanos tienen el sueño más profundo de cualquier primate", afirma Samson.
Tecnología y sueño
La idea de que los seres humanos han evolucionado para dormir breve pero profundamente va en contra de una creencia muy popular.
Mucho se habla de que las tecnologías modernas, como la iluminación artificial, han alterado nuestros patrones de sueño naturales. ¿No es por eso que estamos todos tan faltos de sueño?
Sorprendentemente, esto puede no ser del todo cierto.
Un estudio publicado en noviembre de 2015 observó los hábitos de sueño de tres sociedades preindustriales: dos grupos de cazadores-recolectores de África y un grupo de horticultura de Bolivia.
Los tres grupos durmieron durante un promedio de 6,4 horas por noche, en el rango de entre 5,7 y 7,1 horas, inferior al promedio para una sociedad industrial.
Los hadza, cazadores-recolectores africanos, no necesitan dormir mucho.
Menos horas de sueño no parecieron reducir sus capacidades cognitivas, y todos estaban sanos en líneas generales, afirma el autor principal del estudio, Jerome Siegel, de la Universidad de California en Los Ángeles, Estados Unidos.
Si se compara el sueño REM de un niño con el de un adulto, la diferencia es mucho mayor que la existente entre los humanos y los chimpancés, señala Jeffrey Durmer, de la Universidad Estatal de Georgia en Atlanta, Estados Unidos.
"El sueño REM es muy importante en el desarrollo del sistema nervioso", explica Durmer. "Eso significa que la cognición en particular es en última instancia muy dependiente del sueño REM."
Opiniones diversas
Pero otros especialistas, como Siegel, divergen.
Cuando tomamos en cuenta a todos los mamíferos, no sólo los primates, los seres humanos no se destacan por necesitar una proporción particularmente grande de sueño REM.
El vínculo entre el sueño REM y la inteligencia también se desvanece. Por ejemplo, los delfines son inteligentes, tienen cerebros grandes y sin embargo no necesitan ningún sueño REM, pero las zarigüeyas, que no se destacan por su inteligencia, necesitan más de seis horas.
Los delfines nunca se desconectan completamente.
"Cuando vemos los estudios en animales comparados a los de seres humanos no estamos comparando manzanas con manzanas", señala Durmer. "Podemos tener un uso muy diferente del sueño REM en comparación con otras especies".
Independientemente de por qué se produjo, el hecho es que el sueño humano es raro en comparación con el de nuestros parientes vivos más cercanos. Esto sugiere que hemos evolucionado para necesitar menos horas de sueño.
Sin embargo, la tercera parte de nuestra vida, que pasamos durmiendo, no se desperdicia. Nuestros grandes cerebros tardaron millones de años de evolución en llegar a ese punto, así que es justo que nos recompensemos a nosotros mismos con toda una vida de descanso adecuado.