Hace apenas 300.000 años, un abrir y cerrar de ojos en términos evolutivos, al menos nueve especies humanas deambulaban por el planeta. Hoy, solo queda la nuestra: el Homo sapiens. Este hecho plantea uno de los mayores enigmas de la evolución humana: ¿qué pasó con todos los demás?
El viaje evolutivo del Homo sapiens comenzó en África, donde nuestros primeros ancestros compartieron el planeta con una variedad de otros homínidos como los neandertales, adaptados al frío clima europeo; los denisovanos, que prosperaban en las alturas de Siberia y el Tíbet; el Homo erectus de piernas largas, que se había extendido por gran parte de Asia; el "hombre dragón" (Homo longi) en China; el Homo naledi de cerebro pequeño en Sudáfrica; o los diminutos Homo floresiensis y Homo luzonensis en las islas de Indonesia y Filipinas.
Con el tiempo, estos compañeros de linaje desaparecieron, dejando al Homo sapiens como el último homínido "en pie" hace unos 40.000 años. ¿Cuál fue nuestro secreto?
El astrónomo de Harvard que plantea que nuestro universo fue creado en un laboratorio y que somos un experimento
William Harcourt-Smith, paleoantropólogo del Lehman College y del Museo Americano de Historia Natural, aseguró a Live Science que la clave de nuestra supervivencia podría residir en el bipedismo, una característica que compartimos con otros homínidos. Sin embargo, caminar sobre dos piernas no evitó la extinción de especies como Ardipithecus y Australopithecus.
¿Superioridad intelectual?
Un paso lógico sería pensar que nuestra superioridad intelectual pudo haber sido la clave. Después de todo el género Homo se distinguió por tener cerebros más grandes y habilidades cognitivas avanzadas, lo que permitió la fabricación de herramientas y una mayor flexibilidad de comportamiento. Así, estas capacidades pudieron proporcionar una ventaja sobre otros homínidos, como Paranthropus, que tenían cerebros más pequeños y grandes dientes traseros.
No obstante, contrariamente a lo que se podría pensar, nuestra victoria no se debió necesariamente a una superioridad intelectual aplastante. Y es que investigaciones recientes sugieren que nuestros primos homínidos eran más inteligentes y capaces de lo que se creía. Los neandertales, por ejemplo, creaban arte rupestre y fabricaban herramientas complejas.
Homo sapiens: La supervivencia del más sociable
En ese sentido, hay investigadores que consideran que, en cambio, nuestra ventaja parece haber sido de carácter social. "En Homo sapiens vemos redes sociales más amplias que se extienden por todo el territorio", aseguró el profesor Chris Stringer, del Museo de Historia Natural de Londres, a The Guardian el año pasado.
"Tener redes amplias te da una póliza de seguro porque si estás emparentado con gente un poco más lejana, si hay una crisis ambiental –te estás quedando sin comida o agua- puedes moverte a sus entornos y no son enemigos, son tus parientes". Estas redes también permiten el intercambio de ideas y la innovación, añade Stringer.
Por su parte, la arqueóloga Penny Spikins, de la Universidad de York, va un paso más allá. Sugiere que fueron precisamente nuestras aparentes debilidades –la dependencia de los demás, la compasión y la empatía– las que nos dieron ventaja.
"Nuestra necesidad emocional nos impulsó a conectar con los demás. Y la ampliación de nuestra red nos hizo más resistentes", explicó Spikins al medio científico New Scientist en 2021.
Como consecuencia, un factor distintivo del Homo sapiens pudo haber sido su gran diversidad genética comparada con sus contemporáneos, lo que aumentó su resistencia a enfermedades y permitió una mayor adaptabilidad a cambios climáticos y ambientales severos. Las pruebas genéticas actuales revelan una historia de intercambios y mezclas entre el Homo sapiens y otros homínidos, lo que refleja una historia compartida más compleja de lo que se suponía anteriormente.
El gen de la amabilidad
Esta diversidad genética, curiosamente, pudo haber sido también la base de nuestra naturaleza sociable. Investigadores de la Universidad de Barcelona han descubierto que un gen llamado BAZ1B, asociado con el comportamiento social, ha sufrido muchas más mutaciones en el Homo sapiens que en neandertales o denisovanos.
Este gen está relacionado con el llamado "síndrome de Williams", una rara condición genética que hace que las personas sean extremadamente sociables y confiadas. Las mutaciones en BAZ1B podrían haber hecho que los Homo sapiens fueran más tolerantes con los extraños y más propensos a formar redes sociales amplias.
Adaptabilidad: la clave del éxito
Un reciente estudio genético, por ejemplo, reveló que Homo sapiens experimentó un "cuello de botella" poblacional hace entre 813.000 y 930.000 años, reduciendo nuestra población a unos 1.300 individuos durante más de 100.000 años. Pese a esto, nuestra capacidad para adaptarnos cultural y tecnológicamente a diferentes entornos fue crucial para nuestra supervivencia.
"El Homo sapiens no solo podía generalizarse y expandirse por todo el mundo, sino que determinadas poblaciones también podían especializarse en determinados entornos. En conjunto, esto permitió a nuestros antepasados prosperar frente a la variabilidad climática y medioambiental", aseguró Patrick Roberts, del Instituto Max Planck, a New Scientist.
El golpe final
Hace entre 50.000 y 40.000 años, una serie de eventos climáticos catastróficos, incluyendo un intenso enfriamiento y una gran erupción volcánica en Italia, pusieron a prueba a todas las especies de Homo. Fue en este momento crítico cuando nuestra capacidad para formar redes sociales amplias y adaptarnos a diversos entornos demostró ser decisiva.
Mientras los neandertales y denisovanos sucumbían ante estos cambios, el Homo sapiens pudo resistir gracias a su flexibilidad y cooperación. "Nuestro impulso de conectar con los demás puede habernos ayudado a crear redes más amplias y a afrontar mejor los inmensos cambios ambientales de aquella época", afirmo Spikins.
Una victoria con sabor agridulce
Aunque hoy somos la única especie humana superviviente, nuestra victoria no está exenta de ironía. Nuestras habilidades sociales, que nos dieron ventaja, también nos han hecho vulnerables de maneras únicas.
"Volvernos más conectados y tolerantes con otras personas nos dio más fuerza como comunidad", explica Spikins, "pero nuestro impulso subyacente de agradar a los demás y pertenecer a un grupo también hace que los individuos sean vulnerables a la soledad, la depresión y la ansiedad".
Además, no debemos olvidar el papel que jugó la suerte en nuestra supervivencia. Como reflexiona el profesor Cedric Boeckx, de la Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados de Barcelona: "La historia de los humanos está llena de altibajos, y solo estamos viendo una instantánea de la última vez que tuvimos suerte".
Mientras Homo sapiens continúa enfrentando desafíos modernos, la historia de cómo nos quedamos solos es un recordatorio de la importancia de la cooperación y la adaptabilidad en la supervivencia. Frente a los desafíos globales que enfrentamos hoy, desde el cambio climático hasta las pandemias, estas lecciones de nuestro pasado evolutivo podrían ser más relevantes que nunca.