Nacida en una cuna aristocrática, huyó de la vida que se esperaba para ella y se transformó en una poetisa y escritora aplaudida, con un desenlace trágico. Teresa Wilms Montt tuvo el espíritu de liberación femenina, fue una artista sensible, que rompió todos los moldes de la época.
Nació en una muy elegante familia de Viña del Mar, parte de los apellidos más importantes de Chile. Pero ella, desde pequeña, mostró otros intereses y ganas de desmarcarse del futuro que su clase esperaba de ella: ser sólo esposa. A los 17 años se casó, en contra de los deseos de su familia, con Gustavo Balmaceda, con quien tendría dos hijas. La pareja se fue al norte por el trabajo de él, donde Teresa comenzó a admirar el movimiento obrero. En la soledad de los traslados de ciudad, comenzó a escribir sus hoy famosos diarios, que entregan un vistazo a su tormentosa y muy rica cabeza. Entre sus intereses de revolución, junto a la sospecha de que Teresa le era infiel con su primo (lo que era cierto), Gustavo la envió de vuelta a Santiago primero donde sus padres, y luego, la familia decidió que la recluirían en un convento, como a toda mujer de la época que no encajaba en los cánones.
En el Convento de la Preciosa Sangre, en el Barrio Brasil, Teresa pasó seis meses sufriendo encerrada, viendo muy poco a sus hijas y sin las visitas de su familia. Tras un intento de suicidio, Wilms Montt huyó a Buenos Aires, con la ayuda de su amigo de infancia, el poeta Vicente Huidobro. Este, la describió así: “Teresa Wilms es la mujer más grande que ha producido la América. Perfecta de cara, perfecta de cuerpo, perfecta de elegancia, perfecta de educación, perfecta de inteligencia, perfecta de fuerza espiritual, perfecta de gracia”. En Argentina, en 1917, publicó sus primeros libros: los 50 poemas llamados Inquietudes sentimentales, y Los tres cantos, los cuales fueron aplaudidos.
Tras. un fallido paso por Estados Unidos, se fue a España, donde se codeó con los intelectuales de la época -la mayoría se enamoraban de la joven de ojos grandes y pasión arrolladora-. Publicó dos libros más bajo el seudónimo Teresa de la Cruz: En la quietud del Mármol, con la muerte como centro, y Anuarí. Después volvería a Argentina, donde publicó Cuentos para los hombres que todavía son niños.
En 1920 va a París, con la intención de ver a sus hijas, que estaban en la ciudad con su suegro; no las había visto en cinco años. A pesar de la reticencia de ellos, logró juntarse con ellas en la ciudad, pero luego la familia volvió a Chile. Teresa, deprimida, sola, y consumiendo muchos medicamentos de opio por sus dolores de cabeza, se suicidó, con una sobredosis del barbitúrico Veronal. Está enterrada en París, y acá en Chile, se convirtió en mito, leyenda e ídola.
Pero quizás es mejor dejar su biografía en sus palabras, con el poema, autodefinición:
“Soy Teresa Wilms Montt y aunque nací cien años antes que tú, mi vida no fue tan distinta a la tuya. Yo también tuve el privilegio de ser mujer. Es difícil ser mujer en este mundo. Tú lo sabes mejor que nadie. Viví intensamente cada respiro y cada instante de mi vida. Destilé mujer. Trataron de reprimirme, pero no pudieron conmigo.
Cuando me dieron la espalda, yo di la cara.
Cuando me dejaron sola, di compañía.
Cuando quisieron matarme, di vida.
Cuando quisieron encerrarme, busqué libertad.
Cuando me amaban sin amor, yo di más amor.
Cuando trataron de callarme, grité.
Cuando me golpearon, contesté.
Fui crucificada, muerta y sepultada, por mi familia y la sociedad.
Nací cien años antes que tú sin embargo te veo igual a mí.
Soy Teresa Wilms Montt, y no soy apta para señoritas”.