Belkis Ayón creció en La Habana y siempre fue una niña energética, por lo mismo con solo siete años su mamá la inscribió en cursos de arte. Ahí fue demostrando gran talento, y perfeccionándose con estudios artísticos mientras iba creciendo. Belkis se enamoró de la colografía -una técnica de serigrafía y collage- como técnica para expresarse, en donde se incorporan elementos texturados -pueden ser hasta vegetales- en la placa que se va a estampar. Sus obras podían ser enormes, como murales, y usaba mucho el negro, blanco y gris. La temática era también original: los Abakúa. Esta especie de religión, traída desde Nigeria a Cuba siglos antes, no permite mujeres, y su mito fundacional es que la princesa Sikán, traicionó al pueblo revelando sus secretos. No hay otro artista que haya consagrado su trabajo a los Abakúa como ella.
Estudió en el Instituto Superior de Arte donde luego se convirtió en profesora. Su trabajo comenzó a llevarla fuera de su país -le otorgaron permiso para viajar-, y ella aprovechaba para traer materiales y compartir con sus alumnos. En 1993, fue invitada como representante de Cuba a la Bienal de Venecia; tuvo que irse en bicicleta hasta el aeropuerto, y mandar sus obras después.
Los trabajos de Belkis, con espíritu feminista y donde las figuras no tienen boca, retratan distintas ceremonias de los Abakúa. En La cena, la princesa Sikán está al medio de la mesa, imitando un retrato de la última cena de Cristo; esta es una de sus colografías donde exploró el uso de colores fuertes. Belkis se transformó en un referente y maestra de su técnica.
Sin explicación, ni carta de despedida, Belkis Ayón se suicidó en 1999. Hoy su familia en Cuba sigue pendiente de preservar su legado, y en Estados Unidos se han montado varias retrospectivas de su obra.