Amelia Earhart no creció para ser una típica mujer del 1900. Desde pequeña, en su natal Atchison, en Kansas, hacía cosas más asociadas a los hombres de la época: subir árboles, deslizarse en trineo o disparar un rifle. Su fascinación con ser otro tipo de mujer hizo que guardara una colección de recortes con mujeres exitosas en cine, derecho, publicidad, administración e ingeniería mecánica; áreas donde había una mayoría de hombres.
Con la llegada de la Primera Guerra Mundial, Amelia se enlistó como enfermera de pilotos heridos en combate. Eso le dio ocasión de conocer un campo del Cuerpo Aéreo Real, donde por primera vez sintió una atracción con la aviación, que terminaría por convertirse una determinación cuando vio un espectáculo de aviones en California. Le rogó al piloto Frank Hawks que le diera una vuelta. Cuando el avión se despegó del suelo, Amelia supo que sólo querría para siempre volar.
Fue otra mujer la que le enseñó las primeras lecciones de aviación, la instructora Neta Snook, otra pionera aeronáutica. Un biplano amarillo de dos asientos, “El Canario” fue el encargado de llevar a Amelia a romper el récord de ser la primera mujer en subir hasta los 14000 pies (4267 metros) de altura. En 1923 Amelia recibió su licencia de piloto de la Federación Aeronáutica Internacional, siendo la decimosexta mujer en obtenerla.
Amelia Earhart no sólo comenzó a batir récords con su destreza en el aire y demostrar que era una hábil piloto, sino que además comenzó a incentivar a otras mujeres a ser parte del mundo de la aviación. Así creó y presidió el club exclusivo de mujeres, las Noventa y Nueve, a las que además les diseñó ropa femenina para volar. Para 1935, 700 mujeres norteamericanas contaban con una licencia de piloto civil.
Su espíritu de aventura hizo que Amelia se subiera a todos los vuelos que le parecían un desafío: fue la primera mujer en cruzar el Atlántico. Con un avión Fokker F.VII., bautizado como Amistad, Amelia realizó en 1932 el cruce del Atlántico en solitario, en 14 horas, 54 minutos. Nadie había vuelto a realizar esta proeza después del histórico vuelo de Charles A. Lindbergh en 1927.
Luego vino la travesía de Honolulu a California en 1935, que la convirtió en la primera persona en realizar esta distancia de una sola vez, aterrizando ante una multitud que la vitoreó. Los reconocimientos no se hicieron esperar y el Presidente Hoover le dió la medalla dorada de la National Geographic Society; recibió las llaves de varias ciudades; fue votada la mujer más destacada del año. El congreso la condecoró con la Distinguished Flying Cross, otorgada por primera vez a una mujer.
En 1935 comenzó a planear su aventura más ambiciosa: un viaje alrededor del mundo. Tras dos años de preparaciones, el 21 de mayo de 1937 Amelia se embarcó junto a Fred Noonan en el avión bautizado como Electra, en la que sería su última travesía. Volaron desde California hacia Miami, Puerto Rico, Venezuela, África, Pakistán, Calcuta y Singapur. Con 35.405 kilómetros volados llegaron a Papua Nueva Guinea el 29 de junio. Les quedaba la última parte del viaje, 11.265 kilómetros antes de llegar a California y cumplir la meta y un nuevo récord para Amelia. Con lluvia y nubes poco favorables para volar, salieron el 2 de julio para luego desaparecer del mapa cerca de la isla Howland. 9 barcos y 66 aviones buscaron por dos semanas algún resto. Se concluyó que se habían quedado sin combustible y que se estrellaron en el océano. La falta de rastros hizo que nacieran múltiples teorías respecto a la desaparición de Amelia Earhart y Fred Noonan: que naufragaron en la isla de Nikumamaroro, o que aterrizaron en territorio japonés, tomados rehenes y luego devueltos a Estados Unidos bajo otros nombres por temas de seguridad.
Más allá del triste final de Amelia, su espíritu aviador ha sobrevivido generaciones de mujeres que encuentran en ella una leyenda y un emblema de la aventura.