Richard Thompson es un biólogo marino británico que ha dedicado su carrera a estudiar los desechos plásticos. En 2015, lideró un estudio de la Universidad de Plymouth, en donde enterraron una serie de bolsas etiquetadas como biodegradables.
Estas bolsas fueron enterradas en el jardín de la universidad. Tres años después, tras excavar las muestras, estas no solo habían permanecido intactas, sino que aún podían cargar hasta dos kilos de peso.
“Me sorprendió que, después de tres años, aún se pudiera llevar la compra en ellas”, declaró en una entrevista con National Geographic. “No tenían la misma fuerza que tenían cuando eran nuevas. Pero no se habían degradado hasta un nivel considerable”.
Para diversificar las muestras, los científicos dejaron por tres años el mismo número de bolsas en el mar, enterradas en la tierra y aire.
Imogen Napper, una de las investigadoras, publicó en Twitter una fotografía demostrando lo duradera que son las bolsas biodegradables.
“El estudio no debe interpretarse como un argumento contra el desarrollo de productos biodegradables o compostables. El estudio aboga por repensar qué productos funcionan mejor como biodegradables. Tenemos que vincular estos productos a los usos apropiados”, sentenció Thompson.