Los secretos de la tribu que ha vivido durante 40.000 años en el lugar donde nació el homo sapiens
ADVERTENCIA: A algunos lectores les pueden perturbar las imágenes de animales cazados.
Tumbado boca abajo, metí la cabeza en el oscuro túnel y olfateé.
Olía a animal...
Lo que no podía creer era que alguien fuera a deslizarse allá dentro a sacar a ese animal.
Ese alguien era Zigwadzee. ¿Y el animal? Un puercoespín.
Después de entregar su arco y flecha y el hacha de miel a uno de sus compañeros cazadores hadza, Zigwadzee se quitó la ropa, tomó un palo corto y afilado, y desapareció por el agujero.
Tal vez, pensé, él era el más pequeño del grupo y por eso lo habían elegido. Pero me di cuenta de que era porque Zigwadzee era el que le tenía menos miedo a lo que podría estar allí adentro: serpientes cobra, reptiles, pulgas y garrapatas, aparte del puercoespín, con sus púas de 35 centímetros de largo.
Hasta ese momento, mi dieta con los hadza había sido estrictamente vegetariana, como lo es la mayor parte del tiempo para ellos.
Habíamos recogido puñados de bayas en los arbustos mientras recorríamos la sabana arbolada. Ocasionalmente comimos algún tubérculo húmedo crujiente que habían desenterrado y cocinado en un fuego rápidamente conjurado.
También habíamos comido un montón de fruta de baobab.
Las vainas de frijoles gruesos del árbol de baobab combinadas con un polvo blanco picante, se convierten en una bebida de fibra pura y vitamina C.
Los antropólogos observaron hace décadas que los hadza siempre tienen hambre pero nunca mueren de inanición.
Su afición por la comida es igualada por la abundancia de ingredientes que los rodean, así como por su talento para rastrearlos y su habilidad para encontrarlos.
Alrededor nuestro había alimentos que yo no podía ver, pero que hasta los niños hadza de tan sólo 4 años son expertos en encontrar.
Aunque quedan unos 1.000 hombres, mujeres y niños hazda, se estima sólo de 200 a 300 siguen siendo cazadores-recolectores puros, que no cultivan ningún alimento y no se alimentan de ningún animal domesticado.
A estos hadza los agricultores les parecen curiosos y divertidos.
Uno me preguntó: "¿Por qué pasan días enteros en un campo y esperan semanas o meses por comida cuando se pueden tomar bayas de los arbustos, encontrar suficiente miel para comer hasta hartarse o pasar una hora dentro de la guarida de puercoespín y alimentar a todo un campamento?".
Así era como nuestros antiguos antepasados obtenían sus alimentos.
Las manera en la que los hazda se alimentan es nuestro último vínculo con las dietas con las que los seres humanos evolucionaron y a través de las cuales nuestro sistema digestivo se desarrolló, incluyendo la compleja comunidad de bacterias intestinales que todos tenemos, que pesa entre 1 y 2 kilos en un adulto y que se llama microbioma.
Actualmente hay un creciente consenso en el mundo médico de que nuestros microbios intestinales desempeñan un papel importante en el funcionamiento de nuestro sistema inmunológico y que cuanto más ricos y diversos sean nuestros microbiomas, menor será nuestro riesgo de enfermedad.
Y sucede que los hadza, debido a su dieta, poseen los microbiomas humanos más diversos del planeta.
Entre mis compañeros de viaje estaba Tim Spector, profesor de Epidemiología Genética en el Kings College de Londres, quien quería saber si, si comía como un hadza, su propio microbioma se volvería más parecido al de ellos. Así que tomó muestras de sus propias heces antes y después de tres días en una dieta hadza, con el fin de comprobar si la variedad de bacterias presentes cambiaba.
Los resultados fueron impresionantes.
Después de sólo tres días, la diversidad de bacterias en su microbioma había aumentado en un 20%, y fue capaz de detectar formas raras de bacterias a menudo asociadas con una buena salud.
Pueden pasar años hasta que la investigación de Spector llegue a una conclusión definitiva sobre nuestra dieta óptima.
Pero hay cierta urgencia, porque las cosas están cambiando rápidamente para los hadza.
Durante muchos años, los agricultores han estado extendiendo sus territorios dentro de las tierras de los hadza.
En la última década han despejado 160 hectáreas de bosques cada año, bosques que eran la despensa silvestre hadza.
Los pastores y su hambriento ganado también han llegado en gran número, asustando a muchos de los 30 mamíferos salvajes diferentes que los hadza han cazado y comido durante decenas de miles de años.
Para mí, sin embargo, la mayor sorpresa fue una incursión de otro tipo.
A 30 minutos en auto de donde fuimos a cazar al puercoespín había una choza de barro en un cruce de caminos, y adentro, estantes llenos de latas de refrescos azucarados y paquetes de galletas.
Me había tomado 9 horas de camino sobre terrenos difíciles llegar allá, sólo para encontrar que las marcas más grandes del mundo habían llegado antes que yo.
Sin embargo, Zigwadzee mantenía viva la llama de la sabiduría hadza.
Poco después de que desapareciera por el hueco, oímos la voz distante de Zigwadzee.
Estaba a 2 metros bajo tierra dentro de una red de túneles y cámaras calientes, donde estaba escondido un puercoespín.
Mientras exploraba el mundo subterráneo del animal, les gritaba instrucciones a sus compañeros cazadores para que cerraran todas las rutas de escape.
Después de 40 minutos, volvió a emerger, cubierto de polvo y unas pocas pulgas, listo para excavar más allá, en el lugar exacto donde se encontraba el puercoespín.
Su final sería rápido y eficiente.
Cara a cara con el animal, Zigwadzee lo empujó con un palo gritándole: "Sal puercoespín... ven a mí... ¡ven aquí puercoespín!".
Aparecieron no uno sino dos puercoespines crestados, con sus largas púas blancas y negras y sus pesados cuerpos de 30 kilos.
Lo más sorprendente fue el ruido. Un muro de sonido creado por las púas que los animales agitaban para advertir de peligro llenó el ambiente y se intensificó a medida que Zigwadzee golpeaba fuertemente las cabezas de los puercoespines.
Pronto, todo terminó.
Los cazadores hadza comparten todo.
La suya es una sociedad igualitaria. No tienen estructuras de liderazgo y con la carne, especialmente, hay una obligación de dividir lo que se captura por igual.
Las entrañas, el corazón, el hígado y los pulmones se cocinaban en el lugar y se comen de inmediato. Las carcasas son cortadas, llevadas de vuelta a los campamentos y distribuidas.
Mientras observaba, y mordisqueaba nerviosamente un pedazo de hígado de puercoespín, me di cuenta de que había presenciado algo especial.
Una cacería y una comida, que me había permitido conectarme con el más antiguo de los pasados.
Todas las fotografías son cortesía de Jeff Leach, del King's College de Londres