Los rasgos faciales que hacen que te juzguen en un segundo
Imagínate que creciste con gemelo no idéntico. Los dos fueron criados de la misma manera, los dos tienen el mismo coeficiente intelectual, la misma educación, los mismos intereses. Los dos son gregarios, igualmente aventureros, igualmente interesantes. Los dos van al mismo gimnasio y comen lo mismo.
Espiritual y mentalmente, el uno es el doble del otro. Sólo hay una pequeña diferencia: sus rostros.
Quizás uno tiene esa mirada amplia y ese flequillo de bebé. Quizás el otro tiene pómulos más pronunciados y un ceño más rudo, algunos diría que más estilo Neanderthal.
Con los años, ¿cómo crees que evolucionarían sus vidas? ¿Seguirían los mismos caminos o sus sutiles diferencias en apariencia los llevarían por caminos diferentes?
Tristemente, la respuesta correcta es la segunda.
Decisiones racionales sobre señales superficiales
Pocas fracciones de segundos después de posar su mirada en ti, los demás habrán decidido si eres competente y confiable, si eres un líder o un seguidor. Y todos esos prejuicios pueden dar forma a los eventos fundamentales de tu vida, determinándolo todo, desde tus amistades hasta tu balance bancario.
"Aunque nos gusta creer que tomamos decisiones de forma racional, con frecuencia nos desvían las señales superficiales", dice Christopher Olivola, del Carnegie Mellon University.
"Las apariencias son señales particularmente superficiales, y sin embargo muy fuertes".
En el pasado, esta tendencia a juzgar por el rostro (Olivola y sus colegas lo llaman "face-ism" en inglés, algo que podría traducirse libremente como "carismo") se consideraba un hecho desafortunado de la vida.
Pero mientras más entendemos su ubicua influencia, más comenzamos a preguntarnos si debería ser tratada como cualquier otro prejuicio. Si es así, podría ser hora de actuar.
Dada nuestra obsesión con la cultura de las celebridades, la belleza física podría parecer la mayor fuente de "carismo".
Ya en los años 90 el economista Daniel Hamermesh había encontrado que las personas más atractivas pueden ganar entre un10 y un 12% más, en profesiones tan diversas como jugador de fútbol americano, abogado y hasta economista.
"Lo que asusta", dice hoy en día. De hecho, una de las pocas excepciones que encontró fueron los ladrones armados. "Si te puede forzar a darle tu dinero con miedo, no necesita usar la violencia.
Pero, de hecho, el atractivo físico puede no significar un pase dorado para los ciudadanos comunes y corrientes. Una mujer que se considere más bonita que el promedio, por ejemplo, puede encontrar más difícil encontrar un empleo de alto nivel si quienes la entrevistan creen que su belleza mina su credibilidad.
En cualquier caso, nuestra preocupación con la belleza puede habernos llevado a descuidar muchas otras formas de prejuicio facial, como concluyó Alexander Todorov –colega de Olivola- en la Universidad de Princeton hace 10 años.
Todorov le pidió a un grupo de participantes que miraran fotos de políticos estadounidenses que competían por una curul en el Congreso y en el Senado por un segundo y que juzgaran cuán "competentes" parecían usando una escala numérica.
Incluso cuando tomó en cuenta otros factores, como la edad y el atractivo físico, la decisión instantánea de los participantes predecía con un 70% de precisión quién ganaría la elección.
Estudios más recientes que examinan cómo la apariencia facial se refleja en el éxito –independientemente del atractivo sexual- han arrojado resultados similares.
Mientras más dominante pareces, más probabilidades tienes de que te contraten como ejecutivo de alto nivel.
En el ejército, entretanto, los científicos le han pedido a personas que juzguen el rostro de los cadetes en términos de su capacidad percibida para dominar. Aquellos con los índices más altos tuvieron más probabilidades de escalar posiciones más adelante.
Se cree en particular que la honestidad se refleja en el rostro. Cuando a un grupo de participantes en un experimento se les da un número de fotos, la mayoría tiende a estar de acuerdo en quién se ve más confiable, y las probabilidades de que accedan a prestarle dinero son más altas.
En un tribunal, tener un rostro inocente puede significar tu boleto de salida de prisión. Dada la misma evidencia, la gente que se ve más confiable tiene menores probabilidades de ser hallada culpable, de acuerdo con un estudio.
Es cierto que todo esto se centra en reportes subjetivos. ¿Cómo sabemos qué hace un rostro honesto, competente o dominante?
La imagen ideal
Una posibilidad es que simplemente estemos respondiendo a expresiones faciales: una sonrisa bonachona, un ceño fruncido. No hay duda de que eso hace una diferencia.
Aun así, la evidencia sugiere que también leemos otras señales, más permanentes.
Por ejemplo, Olivola y Todorov han utilizado fotos cuidadosamente diseñadas por computadora con expresiones neutrales para usarlas como control frente al resto de factores.
A base de pedirle a sujetos que las evalúen y de comparar los resultados de muchas fotos diferentes, el equipo ha podido crear una especie de imagen ideal que captura las características sutiles señaladas por cada rasgo.
La foto resultante sugiere que reaccionamos a pequeñas diferencias en la cara, desde la forma de las cejas hasta la estructura ósea.
Pruébalo tú mismo. Mira las fotos abajo y decide si se ven particularmente competentes, extrovertidas o confiables.
Quizás quieras pensar que nunca serás tan superficial, pero el hecho es que cuando conoces a alguien, espontáneamente lo evalúas.
De hecho, Todorov ha demostrado que sólo se necesitan 40 milisegundos para formarse una impresión de la personalidad de alguien. Eso equivale casi a un pestañeo.
Aun más, parece que se trata de un hábito de por vida: incluso los niños de 3 y 4 años deciden quién se ve "malvado" o "bueno" basados únicamente en apariencias.
Estos juicios podrían no ser preocupantes si fueran más precisos. Y, de hecho, contienen una pequeña dosis de verdad.
Jean-Francois Bonnefon, del CNRS de Francia, y sus colegas le pidieron a unos voluntarios que jugaran un juego económico, en el que se les daba unos pocos euros y tenían que decidir si invertían o no en otro jugador, quien podía decidir si se quedaba con el dinero (la opción deshonesta) o lo compartía (la opción honesta).
Basados en una sola foto, los participantes lograron predecir el comportamiento de su competidor ligeramente mejor que usando sólo el azar.
Esto crea algunas preguntas evolutivas interesantes, dice. "Es difícil entender por qué algunos tenemos una señal en nuestra cara que dice 'no confíes en mí'", explica.
¿Engaña la apariencia?
En términos prácticos, sin embargo, nuestra precisión es tan mala, que probablemente hace más daño que bien. "La gente le da mucho peso a las apariencias y olvidan lo que ya saben", dice Olivola.
En juegos que miden la confianza y honestidad, por ejemplo, los participantes están dispuestos a confiar en alguien con un rostro inocente, incluso cuando hay evidencia tangible de que ha hecho trampa anteriormente.
No es difícil ver cómo este tipo de primeras impresiones rápidas pueden llevarte a ti y a tu gemelo imaginario por trayectorias diferentes.
Sea que estés entrando a una fiesta, conociendo a tus futuros parientes políticos, tomando parte en una entrevista de trabajo o solicitando un crédito bancario, tu apariencia podría estar decidiendo tu destino.
Es un asunto espinoso en el mundo hiper-conectado de hoy, dice Olivola. "Hoy en día, con los perfiles online, podemos formarnos impresiones antes de hablar con alguien, incluso antes de que conozcamos a la persona", dice.
Supongamos que estás por contratar a un nuevo asistente. Es posible que tengas toda la intención de revisar los currículos objetivamente, pero una vez que una foto ha plantado una semilla de parcialidad en tu cabeza, podría ser muy tarde.
"Puede cambiar la manera en que interpretamos la información subsiguiente", dice el especialista.
Bonnefon está de acuerdo. "Probablemente es imposible entrenar a las personas para que no se hagan impresiones. Es un comportamiento automático", afirma.
Dadas estas preocupaciones, Olivola y Todorov escribieron un ensayo recientemente en el que argumentan que los psicólogos deben empezar a investigar las maneras de combatir el "carismo".
"Si una decisión es importante, yo trataría de estructurar la información de manera que los rostros entren al final del proceso de decisión", dice Todorov.
"Cuando entrevistamos a estudiantes para el proceso de admisión a la universidad, sé si querría trabajar con ellos incluso antes de conocerlos. La información más importante es su desempeño previo y sus cartas de referencia".
Olivola llega a sugerir que se entreviste a los candidatos detrás de una pantalla, aunque concede que puede no tratarse de una solución realista.
Sin embargo, muchas orquestas profesionales han encontrado que las audiciones a ciegas pueden reducir la influencia de otros prejuicios. Un estudio concluyó que mejoran significativamente las oportunidades de las mujeres, por ejemplo.
Como Hamermesh argumenta en su libro Beauty Pays ("La belleza paga"), el prejuicio basado en apariencias podría ser un asunto legal, si puedes demostrar que no estás ganando tanto dinero como tu colega más atractivo.
Crear e implementar nuevas leyes cuesta dinero, no obstante, y él no está seguro de que esto amerite invertir recursos, cuando hay otros problemas más acuciantes.
"La cuestión es: ¿querríamos usar el dinero público protegiendo a las personas que se ven mal cuando otros grupos ameritan más atención?", se pregunta.
Ciertamente, nadie está diciendo que el "carismo" debería eclipsar nuestros esfuerzos por combatir otra clase de prejuicios, como el sexismo o el racismo (aunque es posible que aquel inflame estos, cuando se sobreponen)
Sea que queramos que estos asuntos se debatan en los tribunales o no, al menos deberíamos tomarnos el tiempo de reconocer nuestra superficialidad.
A diferencia de lo que ocurre con la mayoría de los prejuicios, somos tanto las víctimas como los victimarios: todos hemos juzgado a alguien en forma injusta, basándonos en su apariencia y, como contrapartida, todos hemos sido juzgados en algún momento.
Y esa es una fea verdad que vale la pena afrontar.