¿Glorifica la literatura, con sus ‘bellas durmientes’, la violación?
El juicio de la violación grupal que está teniendo lugar en Mazan, Francia, ha sacado a la luz un caso de sumisión química en el que un marido drogaba regularmente a su mujer para orquestar sus violaciones.
Ya en la mitología, los dioses solían aprovecharse de las mujeres dormidas. Hipnos, el dios del sueño, utilizaba así su poder, mientras que Zeus seducía a una inconsciente Leda transformándose en cisne. Ariadna fue abandonada por Teseo en la isla de Naxos, donde Dioniso se enamoró de su belleza mientras dormía. Para las hechiceras como Melusine, el sueño era un momento de vulnerabilidad.
En cambio, las mujeres de la mitología no podían invadir el sueño de los hombres. Cuando Psique, por ejemplo, se acercó sigilosamente a su marido dormido, descubrió que era Eros, el dios del amor. Su curiosidad la llevó a ser castigada, obligándola a cumplir una serie de peligrosas tareas, incluido un viaje al inframundo para robar la belleza a Perséfone.
Muchos textos y pinturas, inspirados en estos mitos, animan al espectador a contemplar a estas mujeres dormidas a través de los ojos lujuriosos de hombres todopoderosos.
En los cuentos de hadas
En La bella durmiente, la princesa, bendecida por las hadas con numerosos dones, sufre la maldición de pincharse el dedo con un huso y caer en un sueño de cien años.
La versión más antigua, Perceforest (siglo XV), y la versión italiana de Giambattista Basile (1634), hablan de un príncipe que, encontrando atractiva a la princesa durmiente, la viola y engendra hijos con ella mientras ella permanece inconsciente. En Perceforest, el príncipe duda al principio, frenado por la “Razón” y la “Discreción”, pero acaba sucumbiendo al deseo y a Venus. La princesa sólo despierta cuando uno de sus gemelos le chupa el dedo.
En la versión de Charles Perrault (1697), el bosque se abre para el príncipe y la princesa despierta a su llegada. Conversan, se enamoran y tienen hijos, pero el príncipe retrasa el matrimonio. Regresa a casa, dejando a la princesa con su malvada suegra, que ordena la ejecución de la mujer y sus hijos. La joven que consiente no lo hace sin peligro.
Tanto en la versión de los hermanos Grimm (1812) como en la adaptación de Disney, el príncipe besa a la princesa dormida sin su consentimiento y más tarde se casa con ella, acto presentado como la realización de todos sus sueños.
Según el Psicoanálisis de los cuentos de hadas de Bruno Bettelheim, el sueño simboliza el tiempo necesario para la formación del alma adolescente. Desde una perspectiva psicológica, estar dormido representa la represión del trauma, tal y como se interpreta a través de una lente junguiana en obras como Mujeres que corren con los lobos de Clarissa Pinkola Estes .
Pero ¿comprenden todos los lectores y espectadores los aspectos metafóricos de estas interpretaciones? Y lo que es más importante, ¿reconocen que obligar a alguien a dormir puede tener consecuencias traumáticas?
En la literatura
La invasión de los espacios íntimos de las mujeres ha sido durante mucho tiempo un tema recurrente en las fantasías masculinas de la literatura de los siglos XVII y XVIII. Los protagonistas masculinos fantasean a menudo con entrar en los aposentos privados de las mujeres para explotar su vulnerabilidad mientras duermen. Estos mirones se sienten cautivados por la pureza percibida en una mujer dormida, indiferente a su propia autonomía. Racionalizan sus acciones suponiendo que las mujeres esperan su llegada, de forma similar a los acusados en el caso Mazan, que afirmaron que creían que las violaciones sólo formaban parte de un juego libertino.
Al mismo tiempo, la novela inglesa Clarissa, de Richardson (1748), describe la resistencia de la bella Clarissa a un incansable seductor. Incapaz de tolerar su desafío, este hombre la droga y la viola. Al final ella muere y demuestra la fuerza de la virtud femenina. Las lectoras del siglo XVIII elogiaron esta obra por celebrar la resistencia de una mujer admirable.
En el siglo XIX, la literatura de vampiros, como Drácula de Bram Stoker (1897), presentaba a personajes que invadían las habitaciones de las mujeres, drenando su vitalidad con mordiscos mortales.
En el siglo XX, el tema del erotismo persiste, pero las cuestiones relativas al consentimiento adquieren mayor relevancia. En El amante de Lady Chatterley (1928), de D.H. Lawrence, Mellors se acerca a la heroína mientras está medio dormida. En La casa de las bellas durmientes (1961), de Yasunari Kawabata, un anciano visita una casa donde puede tumbarse junto a jóvenes inconscientes. Aunque no las toca, su vulnerabilidad genera una inquietante tensión erótica. En Léonore, Toujours (2000), de Yves Simon, una mujer es violada mientras duerme por un hombre en el que confiaba, dejándole a él en estado de negación y a ella consumida por la culpa.
La fantasía de una mujer muerta o dormida ha cautivado a autores y artistas como Bonnard y Picasso. Hoy en día, la realidad de las agresiones sexuales facilitadas por las drogas afecta a todo tipo de mujeres, tanto en clubes nocturnos como en sus propios hogares, pasando por las fiestas de Hollywood o las salas del parlamento francés.
Johann Heinrich Füssli, La Pesadilla, 1781. Wikimedia
Reexaminar nuestra cultura
Aunque estas imágenes están arraigadas en nuestra cultura, es hora de reevaluarlas, deconstruyendo la “mirada masculina” y utilizando contraejemplos para hacer reflexionar sobre el consentimiento.
En la era del #MeToo, muchas mujeres están demostrando que la época de las víctimas silenciosas ha terminado, gracias a la valentía de personas como Gisèle Pelicot, la víctima del juicio de Mazan, que a su petición está siendo celebrado en tribunal abierto. Esto es crucial para hacer frente a la negación de los acusados y cuestionar declaraciones como la del alcalde de Mazan, que afirmó polémicamente que “después de todo, nadie había muerto”.
Una forma de avanzar es revisitar las obras clásicas a través de un nuevo prisma. Enseñar mitología y cuentos de hadas es una importante herramienta educativa, pero deben contextualizarse y debatirse desde una óptica contemporánea. Los cuentos pueden poner de relieve la resistencia femenina, reinterpretando personajes como Hera y Medea como símbolos de contestación y no de sumisión.
La lectura de cuentos de hadas con niños ofrece una importante oportunidad para enseñar el consentimiento. Los educadores deben explicar el contexto histórico y, al mismo tiempo, abordar las implicaciones modernas. Las escenas en las que las mujeres están inconscientes o drogadas ya no deben interpretarse como seducción.
Algunas mujeres también han pedido que se deje de celebrar los besos sin consentimiento. En 2017, una madre inglesa criticó La bella durmiente por su beso no consentido, desatando el debate. En 2021, la representación de Disney del beso de Blancanieves en el ataúd de cristal encendió la polémica en Estados Unidos.
Esto no significa que estas obras deban ser censuradas, sino que deben ser reexaminadas con una lente crítica. Hay que fomentar el debate sobre estos comportamientos, como demuestran los esfuerzos de Amnistía Internacional y el medio de comunicación francés Simone.
Abrazar la “mirada feminista”.
Leer más textos de autoras introduce a los lectores en la mirada femenina, o lo que la investigadora Azélie Fayolle llama la “mirada feminista”:
“Seguimos queriendo leer nuestros viejos libros y ver nuestras viejas películas, pero ya no queremos hacerlo a través de los ojos de las generaciones que nos precedieron; somos de nuestro tiempo”.
Autoras clásicas como M. C. d'Aulnoy, conocida por sus volúmenes de El gabinete de las hadas, y M.J. Lhéritier se han hecho un hueco escribiendo cuentos de hadas. La comparación de sus versiones con las de los escritores masculinos pone de relieve la intención de sus heroínas. En la versión de La Bella y la Bestia de Jeanne Marie Leprince de Beaumont, por ejemplo, Bella es una heroína fuerte, una joven inteligente y una lectora apasionada. Rechaza tanto a la Bestia, que la mantiene cautiva y exige su sumisión, como al apuesto hombre que intenta seducirla, y se toma su tiempo para tomar sus propias decisiones.
Los efectos devastadores de la violación en sus víctimas han sido descritos por numerosos autores, entre ellos Marguerite de Navarre (L'Heptaméron, 1559), George Sand, Marguerite Duras, Annie Ernaux y Virginie Despentes en Baise-moi (1994). Estas escritoras retratan el shock inicial de la víctima, seguido del trauma y de un largo “sueño letárgico”.
Mientras seguimos despertando nuestra conciencia colectiva, es vital recordar que la literatura ofrece un camino para la reflexión, ayudando a las mujeres a salir de siglos de silencio.
Sandrine Aragon no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.