Trece minutos separaron al plan de Georg Elser de la realidad. El carpintero alemán preparó todo para asesinar a Adolf Hitler y a varios líderes nazis en la cervecería Bürgerbräukeller, en Múnich. Pero Hitler y los suyos salieron del lugar 13 minutos antes de lo previsto. Georg Elser no se equivocó. En realidad, había indagado y preparado todo hasta el mínimo detalle. Su bomba, que había escondido en un pilar de la cervecería, explotó puntualmente. También la fuerza explosiva del artefacto había sido calculada a la perfección. El pilar escogido colapsó y el techo del recinto se derrumbó precisamente donde debía estar Hitler. Sin embargo, siete miembros del Partido Nacionalsocialista y una mesera murieron en el atentado. Para conseguir los explosivos, Elser incluso trabajó en una cantera.
Durante treinta noches, se escondió hasta que la Bürgerbräukeller cerraba. Entonces, ya solo, trabajaba en el pilar, haciendo un espacio para poner los explosivos sin que ese trabajo fuera visible desde fuera. Todo eso, sin ayuda. La precisión, la habilidad y la paciencia estaban en la sangre del carpintero, que en los años 20 había aprobado como el mejor de su clase los cursos de formación laboral. Nacido en 1903 en la pequeña localidad de Hermaringen, en Baden-Württemberg, Elser creció en un contexto de pobreza. El padre era alcohólico. La madre padeció profundamente por ello.
Elser experimentó la injusticia y no pudo soportarla. Más tarde, en la agitación de la crisis económica mundial, sus convicciones se reforzaron. En 1928, ingresó a los grupos de choque del Partido Comunista. Pero no se convirtió en un típico miembro del partido, porque valoró siempre la independencia y la libertad de pensamiento. ¿Qué llevó a Elser, descrito por la junta local del Partido Nacionalsocialista como tranquilo e inofensivo, a actuar allí donde todos los demás mantuvieron silencio?
Un hombre con una gran visión
Como obrero en una armaduría, entre 1937 y 1938 Elser comprendió que Alemania se estaba preparando para un gran conflicto bélico. Las pomposas puestas en escena de los nazis y la propaganda llena de odio fueron insoportables para él. Tras el acuerdo de Múnich, firmado en 1938, para Elser estuvo claro: habría una guerra. Y en su interior empezó a crecer la convicción de que había que hacer algo para evitarla.
Elser sabía que ello no sería posible lanzando panfletos, y que se hacía necesaria una acción radical. Y no bastaría tampoco con matar a Hitler. Para él, era necesario acabar con todo el alto mando nazi, para garantizar así el final del régimen. Por eso, la cervecería muniquesa era el lugar ideal. Allí estarían todos los principales jefes nazis juntos para conmemorar el fallido golpe de Estado de Hitler de 1923.
Mucho antes de que otros encontraran el coraje suficiente para rebelarse, Elser ya había tomado su decisión. Había que actuar rápido y por eso no perdió tiempo en organizarse con otros. Además, habría sido un riesgo. Pese a ello, Elser no era un solitario, en lo absoluto.
Amaba la camaradería y la música. En los bailes tocaba la cítara y el contrabajo. Con sus amigos paseaba por la Selva Negra y con las mujeres tenía buena llegada. Con su novia tuvieron un hijo en 1930. Elser amaba la vida, pero tenía una personalidad tranquila. Era silencioso y pensativo, y no tenía dudas de cuál sería su destino tras ser arrestado. Si bien no era asiduo a las iglesias, visitó varias antes de llevar a cabo su acción. Elser actuó menos por coraje que por defensa propia, para evitar un derramamiento de sangre innecesario. El ataque parecía justificado.
El fin de Elser
Georg Elser no se quedó esperando la explosión, e intentó huir ilegalmente a Suiza. Sin embargo, cuando intentaba cruzar la frontera fue apresado. En sus bolsillos hallaron material para la construcción de la bomba. Lo que a primera vista puede parecer la forma de actuar de un aficionado fue, en realidad, cuidadosamente planificado por Elser. Quería, con ello, demostrar que era él el autor del atentado. Tras una odisea por distintas cárceles, el carpintero llegó al campo de concentración de Sachsenhausen, y luego al de Dachau.
De esos años queda la prueba dejada por el comandante del campo, quien detalló cómo debía ser ejecutado Elser. Debía ser una muerte discreta, y parecer como si hubiera fallecido en un ataque aéreo. Sin embargo, Elser fue asesinado el 9 de abril de 1945 con un disparo en la nuca. Faltaba un mes para el fin de la guerra.
Un héroe subvalorado
El reconocimiento a este hombre valiente comenzó tarde en Alemania, recién en la década de 1960, cuando un historiador descubrió los registros originales de los interrogatorios nazis. Elser reveló mucho sobre su personalidad en ellos. A pesar de los varios días de brutales torturas a las que fue sometido, siempre intentó buscar descripciones y respuestas inteligentes y evasivas en lugar de traicionar sus convicciones.
En la década de 1950 había todavía muchos viejos nazis que creían que el ataque había sido obra de los servicios secretos británicos. Recién en 1998 se erigió un monumento en honor a Elser en su pueblo natal, y desde 2011 hay también una escultura conmemorativa en Berlín.
Un premio lleva el nombre de Elser, así como varias calles, plazas y escuelas. También hay una película, del año 2015, que cuenta su historia. Tras varios años de olvido, finalmente la memoria colectiva abre un espacio para acoger a uno de sus héroes más significativos.