Por Bastián García Santander
Cuando niños, juntar álbumes significaba una satisfacción que de a poco se convertía en desesperación. Al abrir los primeros sobres las laminitas eran todas nuevas, casi ninguna se repetía, pero entre más comprabas, las sorpresas eran menores. De hecho, comenzabas a valorar las piezas empaquetadas en pocas unidades, algunas brillantes y otras con texturas. Y si el panorama de conciertos en Chile fuese un librillo, entre las pegatinas apareció The Rolling Stones, David Bowie, Paul McCartney, AC/DC o U2; Bruce Springsteen y David Gilmour demoraron un poco más; The Who era la que faltaba.
Porque para los fanáticos escuchar sus discos significaba la misma emoción de un chico al pegar las postales en el cuadernillo. Y este viernes en el Estadio Monumental, en la primera jornada del festival Stgo Rock City, la sensación fue la de una carrera frenética de regreso al pasado. Un viaje a la niñez, adolescencia o juventud al escuchar el atronador sonido de la banda que aún lidera Roger Daltrey (73) y Pete Townshend (72) por primera vez en nuestro país.
Pasadas las 18:30 horas aparecieron los músicos sobre el escenario. El frontman, dominante, bromeó con la pequeña pasarela instalada al centro para Axl Rose -“esto no tiene nada que ver con nosotros”, dijo- y de inmediato puso el pie en el acelerador. “I can’t explain” abrió un espectáculo de inicio demoledor, donde “The seeker” y “Who are you”, dos y tres en el setlist, respectivamente, asumen la urgencia de una propuesta que no deja espacio al relajo, salvaje desde su génesis.
Componente que revitaliza a sus dos pilares, con la experiencia necesaria para mezclar la calidad musical con el show. Mientras Daltrey lanza el micrófono al aire y lo hace girar desde su cable como si estuviese haciendo trucos con un yo-yo, Townshend rasguña la guitarra con ese clásico movimiento circular de su brazo que ya es parte de la épica de la historia del rock.
Hasta ese momento, cerca de 25 mil personas se encontraban repartidos por el recinto de Pedrero, en su mayoría adultos por sobre los 45 años, muchos de ellos con sus amigos o, por qué no, amigos de toda la vida en torno al culto por los británicos.
“My generation” fue el primer gran coro de la noche y, a su vez, la faceta menos mecánica de la banda, con el vocalista jugando con su registro vocal y el guitarrista lanzando latigazos en pequeñas dosis antes de ametrallar con sus riffs. Mención especial para Zak Starkey, hijo de Ringo Starr, impecable en la batería y acreedor de una ejecución sofisticada y certera.
“Behind blues eyes” y “You better you bet” continuaron con un espectáculo de grandes éxitos que expuso cada uno de sus himnos como bastiones del show. Eso sí, entre la descarga constante de electricidad musical, “Love, reign O’er me” asumió el momento de mayor impacto.
Daltrey, huérfano sobre la pasarela, se erigió al centro de esta con una interpretación teatral, fiel representante del espíritu de “Quadrophenia”, aquella ópera rock lanzada en 1973, construida con gritos desgarradores y guturales de ultratumba.
Hacia el final, “Pinball wizard” y “Won’t get fooled again” cerraron una presentación histórica -e irrepetible, quizás-, con un sonido perfectamente balanceado y remecido intermitentemente por los zarpazos de Townshend, la mejor compañía para un frontman que aunque ha desgastado su voz con el paso del tiempo, continúa provocando ese sentimiento indómito del rock and roll.