Sting emociona en un elegante show de grandes éxitos
21:08 horas y un eléctrico inicio de guitarra dejaba un mensaje claro: Sting -acompañado de una guitarra, una batería, un teclado y el micrófono donde se plantaría una corista- hacía olvidar el emotivo show sinfónico del Festival de Viña del Mar de 2011, dando paso a una noche plagada de rock, nostalgia y grandes éxitos en el Movistar Arena.
"If I ever lose my faith in you" sería la encargada de remecer la calma que se sintió durante las horas previas al concierto. El británico Gordon Summer, con una polera ajustada que recordaba sus mejores años, encantaría de inmediato a una audiencia mayoritariamente adulta, que no aguantó las ganas de corear y seguir la canción con las manos, a poco de comenzar el espectáculo.
"Soy muy feliz de estar aquí con ustedes", fueron las primeras palabras en español que regaló el músico de 64 años, con una galantería sabida, refinada, como una continuación de "Englishman in New York", interpretada con clase minutos antes, al igual que "Every little thing she does is magic", que las 12.500 personas que llegaron al domo mayor del Parque O'Higgins celebraron a rabiar.
La energía del público iba en aumento, así como los decibeles del sonido propuesto por Sting y sus músicos, donde "So lonely" aceleró el ritmo dentro de la primera media hora de show, para luego mutar en "When the world is running down, you make the best of what's still around", que crece gracias al histrionismo del tecladista David Sancious.
El ex líder de The Police, eso sí, también deja espacio para entregar una parte de lo mejor de su catálogo solista, como la melancólica "Fields of gold", del álbum "Ten summoner's tales" de 1993, al igual que la atrevida "Driven to tears", donde el frontman, con el bajo como escudo, saca a relucir su lado más insolente.
Además, Summer descansa en esas canciones para manejar a la perfección los tiempos de un espectáculo que dispara un hit tras otro, como hitos en una línea de tiempo llena de éxitos e historias personales, tanto para el músico como para su público, de quiebres de juventud y de amores que se quedaron para siempre.
Porque inmediatamente después, Sting asestaría "Message in a bottle", donde la ovación de los fanáticos se fundiría junto a la batería de Vinnie Colaiuta, para continuar con "Shape of my heart" y "The hounds of winter", donde la corista Jo Lawry desató uno de los mejores momentos de la noche.
Como un restaurador, Sting le añade frescura a canciones que brillaron hace tres décadas, sin despedazar su valor sentimental: al final de la cancha, un hombre calvo de camisa blanca chifla, canta y salta en círculos gozando de una potente versión extendida de "Roxanne" que incluyo pasajes de "Ain't no sunshine", como si por 7 minutos el tiempo se hubiese reubicado en 1978, cuando el single se lanzó por primera vez junto al álbum "Outlandos d'Amour".
Tras una pausa casi inadvertida, el británico terminó de redondear un show emocionante, con la exótica "Desert Rose" -el único momento en que la sobriedad del escenario cambió a la furia del rojo-, "King of pain", "Every breath you take" y "Next to you". Para el cierre quedaría "Fragile".
Sting demostró su fuerza inagotable, recargada por una veintena de grandes éxitos que interpreta como si lo único que hubiese pasado desde 1982, la primera vez que vino a Chile junto a The Police, haya sido una hora y 45 minutos de concierto. Y no toda una vida, nada menos.