Hace rato que la vigencia de The Rolling Stones no se mide por las leyes del espacio-tiempo. Una década sin lanzar material nuevo, a la hora de plantarse sobre el escenario, no se extraña ni en los riffs de Keith Richards y Ronnie Wood ni en las secuencias de Charlie Watts ni en la garganta de Mick Jagger.
Tras una calurosa espera que se extendió desde las 17:30 hasta las 21:10 horas -donde la tarde santiaguina lució miles de poleras camino al Estadio Nacional-, apareció el cuarteto sobre el escenario. Tres banderas chilenas con la lengua de los Stones en reemplazo de las estrellas se proyectaron en las imponentes pantallas de una colorida estructura y se dispararon fuegos artificiales, para terminar con un maestro de ceremonias dándole la bienvenida a los titanes del rock.
Un comienzo demoledor con "Start me up" e "It's only rock and roll (but I like it)" se reflejó en la algarabía de las más de 50 mil personas que llegaron hasta el recinto de Ñuñoa. Palmas, cánticos y gritos de pura felicidad se mezclaban con la animosidad que mostró el frontman: con una energía impactante recorrió cada centímetro del escenario, poco a poco se empezó a quitar la ropa -primero la chaqueta, luego la camisa-, y bromeó con el público cada vez que pudo.
Los llamó "cabros", aseguró que fue "bacán" estar en Chile, hizo alusión a la Copa América y dijo que hace 21 años, cuando vino por primera vez, no había tantas "construcciones fálicas".
"Llegó el momento de los pedidos musicales", siguió Jagger, "pero no nos aprendimos el 'Guatón Loyola'", remató. Así, aprovechó de presentar la canción ganadora solicitada por los fans chilenos para interpretar en esta primera parada del "Latin America Olé Tour 2016". Una hermosa versión de "She's a rainbow" fue el resultado.
Y el aparataje, descomunal. Las pantallas laterales de 14 x 13 metros, sumado a la gran pantalla central de 17 x 10 metros proyectaron en todo momento al cuarteto, en alta definición; con un juego de luces que le dio aún más festividad al ambiente.
"Es momento de ponernos románticos", continuó Mick Jagger con su monólogo en español para presentar "Wild Horses", del recientemente remasterizado "Sticky fingers" (1971) precedida de una punzante "Paint it black".
Pero en un show donde el protagonista indiscutido es Jagger, Keith Richards también tiene su espacio estelar. "You got the silver" y "Happy" ponen al guitarrista en el centro del universo Stones, con el resto de los músicos e instrumentos girando en torno a él.
Un pequeño momento en que el frontman descansa y su amigo de infancia se hace cargo: virtuosismo en las cuerdas y desfachatez en la impronta, esa actitud avasalladora y provocativa que los transformó en "la banda más peligrosa del mundo".
Los éxitos se sucedieron uno tras otro, con momentos estelares en el juego vocal entre Jagger y su corista en "Gimme shelter", la sensualidad funk de "Miss you" y la grandilocuencia de "Jumping jack flash", confeccionada a la medida de los grandes estadios, donde The Rolling Stones no tiene competidores.
Dotados de un sonido impecable, a ratos perfecto, transformaron el escenario en una lujuriosa pista de baile en "Sympathy for the devil" y "Brown sugar". Antes de sumar a un coro de cantantes chilenas y chilenos en una emocionante "You can't always get what you want".
"(I can't get no) Satisfaction" fue el último golpe. Letal. Dos horas y 10 minutos de un show donde The Rolling Stones mostró su mejor versión, una sobredosis de rock, ese de una época inolvidable.
Como la histórica noche en que los Stones volvieron al Estadio Nacional.