Después de recorrer todo el mundo y encabezar los festival más importantes del planeta, la rojiza cabellera de Florence Welch, la líder de Florence + The Machine, aterrizaba por primera vez en Chile. La agrupación británica tenía la labor de cerrar un Lollapalooza Chile que en 2016 consolidó su romance con el público millennials y la jugada resultó perfectamente ejecutada, con una asistencia que atrajo en su mayoría a adolescentes y familias completas. 70 mil personas durante el domingo. La mayoría, frente al VTR Stage con flores luminosas, mirando las texturas con las que jugaba la pantalla central y oyendo los primeros acordes de “What the water gave me”.
Con un reconocido semblante angelical, que acuñó desde la composición de “Ceremonial” (2011) —su segundo disco— y que intensifica en canciones como “Shake it out”, la londinense de 29 años que da vida al proyecto aparece sobre el escenario luciendo un vestido color turquesa transparente, e inmediatamente comenzó a ejecutar su performance: moviéndose hacia ambos extremos de la pista, en repetidas oportunidades, y dando giros sobre su propio eje coreografiando su catálogo.
Pero esa impronta, sin sacudir su espiritualidad, desnivela en sentido contrario. Como si luchase por no ser poseída por un demonio, Florence Welch se planta sobre el medio con la mirada perdida y comienza a sufrir los espasmos provocados por “No light, no light”, con el escenario teñido completamente de rojo.
Provista de los éxitos de su último álbum “How big, how blue, how beatiful” (2015), el motivo detrás de su extensa gira mundial, alienta a saltar a su fanaticada con “Ship to wreck”, libera toda su pasión en “Queen of peace” y añade al espectáculo tintes épicos con los vientos que cierran la canción que da nombre al disco.
Y también hace un recorrido por las influencias de las que se ha ido empapando a lo largo de su carrera. Desde “All you need is love” de The Beatles hasta una versión acústica de “Sweet nothing”, original de Calvin Harris donde la británica prestó su voz.
Con una dulzura incontrolable, baja hacia la explanada para convertirse en una fanática más: de frente hacia la reja, canta a centímetros del público y toma prestada una de esas flores luminosas que fueron confeccionadas especialmente para esperarla.
La voz de “Dog days are over” —otro de los grandes momentos del show— entiende ese cariño y devuelve la gentileza con un espectáculo honesto y enérgico. Una mujer que sobre el escenario oficia de cantante, actriz y curandera. Que espanta los males y convence a sus fans que, después de oír su prédica, el futuro es mucho más esperanzador.
Ganadores de domingo
Mumford & Sons también debutaba en Chile después de comerse el mundo con sus dos primeros discos “Sigh no more” (2009) y “Babel” (2012), con un folk que en su natal Inglaterra y en Estados Unidos mueve a las masas, pero que en 2015 dio un giro gracias al disco “Wilder mind”, donde guardaron los banjos y desempolvaron las guitarras eléctricas.
Y en nuestro país el resultado fue efectivo.
La banda liderada por Marcus Mumford mostró un potente espectáculo, donde hilan sin inconvenientes sus dos versiones. Y en la fuerza del cuarteto es donde ambas corrientes se toman de la mano, porque el cuarteto londinense ejecuta con la misma pasión “I will wait”, “Snake eyes”, “Little lion man” o “The wolf”. Cada corte se vive como si fuese el último de su carrera.
Varias horas antes, Lollapalooza Chile 2016 comenzaba a sentir la intensidad que caracterizaría a la jornada de domingo.
Primero, con Ty Taylor de Vintage Trouble nadando sobre las más de tres mil personas que llegaron a las 13:30 horas al VTR Stage. Luego, con el inquieto dúo estadounidense Twenty One Pilots, uno de los grandes hallazgos de este festival, que con su mixtura de hip-hop, emo rock y pop electrónico, incendió la explanada de un Parque O’Higgins que vio cómo una legión de adolescentes se teñía de negro y rojo con canciones como “Heavydirtysoul” y “Stressed out”.
Después, con Brittany Howard de Alabama Shakes transportando a sus fanáticos hacia el sur de los Estados Unidos, a una misa repleta de blues y soul. Y, por último, con Noel Gallagher desparramando éxitos y arrogancia. Con su banda, los High Flying Birds, el ex líder de Oasis emocionó con himnos del rock británico como “Wonderwall” y “Don’t look back in anger” pero, a la vez, cerrando la puerta a una reunión del grupo dedicando la canción “You know we can’t go back” (“Sabes que no podemos volver”) a los fans de la banda que lo llevó a la cima.