¿Es nuestro gusto por el alcohol resultado de la evolución?
Entre 2005 y 2007 se reportó en los suburbios de Los Ángeles un curioso caso de aves muertas.
Entre las víctimas se contaron unos 90 ampelis que habían muerto al estrellarse accidentalmente contra ventanas, paredes y rejas.
Se determinó que la causa de esos accidentes había sido el estado de embriaguez en el que se encontraban las aves.
Licor para aves
Un informe post mortem reveló que las aves habían consumido grandes cantidades de bayas rojas de unos arbustos llamados pimenteros brasileños.
Las bayas habían fermentadode forma natural en sus organismos.
Estas frutas conforman alrededor de 84% de la dieta de los ampelis, pero durante las estaciones frías es casi lo único que comen. Por ello, terminan embriagados.
Sin embargo, las aves no son los únicos animales que sufren de los efectos de la fermentación natural.
Lo mamíferos usualmente consumen grandes cantidades de frutas, néctares y savia, los cuales son ricos en azúcar, elemento fundamental en la fermentación y en la potencial intoxicación.
En otras palabras, si los animales consumen lo que los bosques producen, pueden emborracharse.
¿Forma parte esto también de nuestra evolución?
El mono borracho
En el 2000, Robert Dudley, de la Universidad de California, propuso que existía un profundo vínculo histórico entre el consumo de frutas y la ingesta de alcohol.
Su idea fue bautizada como la "hipótesis del mono borracho".
Dudley sugirió que nuestros primeros ancestros conocieron el alcohol a través de las frutas fermentadas, y que eso pudo ser la base de nuestro gusto por este tipo de bebidas.
Las frutas maduras se fermentan y se descomponen debido a la levadura que crece dentro y sobre las mismas.
Esta levadura transforma el azúcar en alcohol, principalmente etanol (el alcohol en la cerveza y el vino).
A medida que las células de levadura se multiplican, el contenido de azúcar en la fruta disminuye, y el contenido de etanol aumenta.
En estudios publicados en 2002 y 2004, Dudley investigó el contenido de alcohol en frutos silvestres de la palma Astrocaryum, de los que se alimentan los monos aulladores de Panamá.
En peso promedio, los frutos que no están maduros contienen cero etanol, los frutos maduros que cuelgan de los arboles contienen 0,6%, los frutos maduros que caen contienen 0,9% y los frutos caídos más maduros contienen 4,5% de etanol.
A juicio de Dudley, tal ingestión de alcohol probablemente influyó en la evolución de los primates, los cuales consumieron frutas durante varios millones de años.
Hipótesis cuestionada
Al principio, la teoría del mono borracho recibió críticas basadas en varios argumentos.
En primer lugar, los primates prefieren las frutas maduras -que tienen un bajo porcentaje de alcohol- antes que las podridas, por lo que no ingerirían los suficiente como para embriagarse.
En segundo lugar, si se llegan a emborrachar enfrentan riesgos mortales al balancearse entre los árboles.
Un tercer argumento es que las frutas de alto contenido de alcohol y bajo contenido de azúcar debían disuadir en lugar de atraer a los primates.
Capacidad desarrollada
Pero estas críticas no llegaron al fondo de la idea de Dudley. Su argumento principal era que nuestra capacidad de digerir alcohol está bien desarrollada hoy en día gracias a la exposición que a este elemento experimentaron nuestros antepasados.
Evidencia de esto se puede ver en nuestra composición genética.
Un estudio publicado en 2014 examinó la evolución de una enzima deshidrogenasa llamada ADH4, que es una de las muchas que descomponen el alcohol en nuestro cuerpo.
Debido a que esta enzima está presente en la boca, el tracto digestivo y el estómago, es la primera que se activa para disminuir el efecto del alcohol.
Matthew Carrigan y un equipo de la Universidad de Santa Fe, en Florida, encontraron que una mutación genética en nuestro pasado evolutivo incrementó en 40 veces la capacidad de la ADH4 para destruir el etanol.
La mutación se produjo hace 10 millones de años, cuando nuestros ancestros comenzaron a adaptarse al estilo de vida en superficies terrestres, encontrando por primera vez en el suelo frutas podridas con alto contenido en etanol.
Este punto en la prehistoria también coincidió con un período de cambio climático, en el que bosques en África se redujeron, mientras que los pastizales se expandieron.
En los nuevos ambientes, la fruta fresca habría sido más difícil de conseguir.
Carrigan explica que al estar en marcha un cambio hacia una vida terrestre, la rápida digestión de etanol habría sido un salvavidas para nuestros antepasados.
Además, las calorías en el alcohol probablemente habrían proporcionado la energía extra requerida por nuestros antepasados para moverse en el suelo cuando sus cuerpos todavía estaban adaptados a vivir en árboles.
Enzima mutante
La mutación de la ADH4 también significa que la enzima en nuestros ancestros más antiguos era mala para digerir el etanol.
De acuerdo con Carrigan, hace 40 millones de años la ADH4 de nuestros antepasados era muy buena para metabolizar alcoholes diferentes al etanol, como el geraniol, el cinamilo, el coniferílico y anisilo.
Estos pueden ser dañinos si se consumen en altas concentraciones; son producidos por las plantas para disuadir a los animales de comer sus hojas.
Millones de años más tarde, cuando la ADH4 encontró etanol en altas concentraciones en la fermentación de la fruta, se adaptó muy bien para digerirlo.
Este hallazgo parece respaldar la teoría de Dudley, en la cual nuestras tendencias alcohólicas provienen de antepasados que comían frutas.
Al mismo tiempo, cuestiona la idea según la cual el encuentro entre la humanidad y el alcohol ocurrió en un período más reciente (hace unos 9.000 años), cuando los seres humanos comenzaron a producir bebidas alcohólicas a partir de granos, miel y frutas.
Chimpancés aprovechadores
Hay otras investigaciones que también apoyan indirectamente las ideas de Dudley.
Por ejemplo, en 2015, un estudio encontró que en el pueblo de Bossou, en Guinea, África Occidental, los lugareños cosechan la corona de las palmas de rafia madura, y cuelgan jarras de plástico para recoger la savia que gotea de ellas.
La savia azucarada pronto se transforma en alcohol, y durante ese proceso los chimpancés que viven cerca pueden sentirse atraídos por el líquido que se forma.
Estos animales colocan hojas aplastadas en los envases, para empaparlas y ponerlas en su boca, donde las exprimen como si fuesen esponjas.
Kimberley J. Hockings, de la Universidad de Oxford Brookes, en Reino Unido, comenta que, aunque no ha registrado formalmente efectos del alcohol en el comportamiento de estos animales, sí notó algunos signos de intoxicación: chimpancés acostados o agitados después de beber demasiado.
El caso de los aye-ayes
Existe otro primate que adquirió la misma mutación ADH4 que tienen monos y humanos, independiente del linaje que lo conecta con nosotros.
Se trata de los aye-ayes, que se separaron de la rama del árbol evolutivo de los primates hace 70 millones de años.
No sabemos cuándo adquirieron la misma mutación ADH4, pero al tener la enzima se entiende que estos animales también estuvieron expuestos al alcohol.
Un estudio de 2016 confirmó que dos aye-ayes en cautiverio tienen un gusto por el alcohol.
Los aye-ayes son pequeños primates de apariencia extraña, con un dedo medio delgado e inusualmente largo, que usan para localizar y capturar larvas en la madera muerta.
Durante la temporada de lluvias, los aye-ayes invierten alrededor del 20% de su tiempo de alimentación bebiendo néctar de la palma del viajero, el cual se cree que se fermenta.
Pero los animales no mostraron ningún signo evidente de embriaguez, lo cual pone en evidencia su capacidad de degradación del alcohol, gracias a la super-eficiente enzima ADH4.
Sea lo que sea lo que permite a estos animales tolerar los efectos del alcohol, es reconfortante saber que no somos los únicos bebedores habituales del planeta.