Ed Sheeran conquista con su romanticismo en el primero de sus dos shows en Chile
Hace rato que Ed Sheeran dejó de ser promesa. En una década, pasó de dormir en las casas de los dueños de los bares donde comenzó a tocar, cuando tenía recién16 años, a conquistar los rankings de Estados Unidos —una proeza difícil para los británicos— inspirado en figuras como Coldplay, Adele y Mumford & Sons. El cantautor tiene el éxito entre ceja y ceja, lo delatan sus movimientos (retrasó el lanzamiento de su segundo disco "X" de 2014 para telonear a Taylor Swift en el Madison Square Garden) y lo avala su olfato. Convertido en superestrella del pop, mezcla de baladista empalagoso y trovador millennial, es uno de los músicos que marca el catálogo de hits de la actualidad.
Convertido en superestrella del pop, mezcla de baladista empalagoso y trovador millennial, es uno de los músicos que marca el catálogo de hits de la actualidad.
Su progresión dentro del panorama musical ha sido tal que su segunda visita a Chile lo encontró en un momento incluso mejor que en 2015, cuando debutó en la Pista Atlética del Estadio Nacional. De hecho, cuando se presentó ante un público nacional de casi 15 mil personas, el grito fue aún más ensordecedor que la primera vez.
Aunque el boom no radica solo en sus canciones, también es su semblante. Si las figuras del pop se personificaran como en un colegio, el colorado artista estaría lejos de parecer el capitán del equipo de fútbol o el rey de la graduación. Sin embargo, Sheeran sería el amigo comprensivo, el intelectual cool que encanta a las adolescentes con el poder de su voz y su guitarra acústica.
De entrada dispara "Castle on the hill" con ese tono evocativo en clave U2 para luego cambiar inmediatamente la velocidad de su fraseo como si se tratara de un cantante urbano en "Eraser". Luego regresa a su hábitat más meloso en "The A team", manejando a sus fanáticos a través de un relato que inyecta romanticismo en dosis dispares, que adormece a ratos para despertar apasionado y viceversa.
Sobre el escenario es solo Ed Sheeran y no necesita más. Solo una pista en directo, grabada al instante, de un rasgueo de guitarra o un golpe a la madera que luego se repite en loop y una gran estructura de fondo que le añade espectacularidad a su interpretación.
Un vaivén que hipnotiza entre el ir de "Bloodstream" y el venir de "Happier", y que deja decenas de fans lagrimeando en el camino.
Sobre el escenario es solo Ed Sheeran y no necesita más. Solo una pista en directo, grabada al instante, de un rasgueo de guitarra o un golpe a la madera que luego se repite en loop y una gran estructura de fondo que le añade espectacularidad a su interpretación: cinco pantallas rectangulares puestas de forma vertical proyectan al cantautor en distintos planos o juegan con un mundo digital de paisajes nubosos, lluviosos o calles oscuras donde se suceden los símbolos de sus tres discos.
Aparece la jarana de "Barcelona" y el melodrama de "Nancy Mulligan" justo antes de enfundarse al cuello la correa de la guitarra eléctrica en "Thinking out loud", pero el quiebre definitivo llega con "Sing". Esa colaboración con Pharrell Williams que lo acerca a Justin Timberlake y que por primera vez hizo saltar a todo el Movistar Arena, al tiempo en que sus seguidores lanzaban un juego de globos blancos y celestes.
Casi al cumplir los noventa minutos de show, Ed Sheeran salió unos segundos del escenario únicamente para ponerse la camiseta de la selección chilena e interpretar "Shape of you". Ese superhit de ritmo pausado (a la usanza de Drake) que le compite a "Despacito" el trono de las más popular de la temporada, fue el momento más coreado de la noche, en un impulso que contagió a "You need me, I don't need you" para cerrar un espectáculo tan sencillo como cautivante.
Y este martes repite la fórmula en su segundo y último show en nuestro país.