Mujeres Bacanas: Stella Díaz, la primera poeta punk chilena
La Colorina, Stella Díaz, es la única poeta mujer que destacó en la generación literaria del 50, compartiendo honores con Enrique Lihn, Jorge Teillier, Miguel Arreche, Armando Uribe, David Rossenmann-Taub, entre otros.
Nacida en La Serena en 1926, llegó a Santiago empeñada en estudiar medicina, pero sus andanzas la terminaron juntando con los círculos literatos de la época, que se reunían en el Bosco, donde conoció y compartió con Alejandro Jodorowsky, Enrique Lihn, Ricardo Latcham, Mariano Latorre, Luis Oyarzún, Jorge Teillier, José Donoso, entre muchos otros.
Su vocación escritora comenzó con la colaboración en diarios nacionales como El Siglo, Extra, La Opinión y La Hora; y al mismo tiempo participó en las actividades de la Sociedad de Escritores de Chile.
Su férrea posición política hizo que junto a Enrique Lafourcade y Enrique Lihn se tatuaran una calavera en el brazo, como pacto de sangre para dar muerte al Presidente de entonces, González Videla, quién había prohibido el Partido Comunista mediante la denominada Ley Maldita en 1948. Luego en dictadura, sufre el allanamiento de su casa y es arrollada por un auto, que la deja sin dientes y con varias fracturas. Aun así sigue oponiéndose a la dictadura como la mayoría de los escritores de la época, agrupados en la Sociedad de Escritores de Chile.
En 1949 publicó Razón de mi ser, que se agota en tres meses y donde muestran todo el universo simbólico y biográfico de la poeta a través de temas como la muerte, la soledad y el ser mujer. Sin embargo, a pesar de los elogios a sus veinte años, su poesía no fue objeto de estudio de la época, sino que ya más cerca de su muerte su obra alcanzaría el reconocimiento de ser la primera poeta punk chilena.
En la poesía de la Colorina convergen las líneas surrealistas de la época mediante una voz femenina, creadora y transformadora del sistema. La disidencia fue su principal motor poético y eso se tradujo en una obra de tipo existencial y metafísica, una continuación de las vanguardias poéticas mediante una cosmovisión que se rebeló de las religiones oficiales, especialmente de la cristiana, creando una propia visión de lo sagrado mediante el uso reiterado de vocablos, conceptos e imágenes bíblicas. Entre sus obras destacan Sinfonía del hombre fósil (1953) Tiempo, medida imaginaria (1959) y Los dones previsibles (1992).
Además su poesía trató un tema poco común para la época, la desmitificación del oficio de poeta: “Yo creo que deberíamos preocuparnos un poco de que el poeta deje de ser una especie de ser mítico, alado y peregrino. El poeta es un ser humano con familia, con necesidades biológicas y necesidades de todo tipo, al que nadie le da boleto en este país (…) por lo menos me gustaría que el hombre creador tuviera una base y una mínima seguridad de vida para que pudiera seguir creando”.