Francisca Sánchez, la campesina analfabeta española que fue el gran amor de la vida de Rubén Darío
Él era uno de los grandes poetas de su tiempo, un genio del modernismo.
Ella no sabía leer ni escribir.
Él viajaba por el mundo como periodista y diplomático. Ella era de familia humilde, hija de un jardinero, y jamás había visto el mar.
Él era un nicaragüense de 32 años, ella una española de 20.
Él había enviudado de su primera mujer y estaba casado con su segunda cuando se conocieron, allá por 1899. Ella era soltera.
Pero a pesar de todas esas diferencias, o tal vez precisamente por ellas, se enamoraron, vivieron un amor intenso, afrontaron el escándalo que provocó su relación y estuvieron juntos hasta que los separó la muerte.
El era Rubén Darío y ella Francisca Sánchez, el gran amor del poeta.
Y en este año del centenario de la muerte de Darío, y en vísperas de la celebración de los 150 años de su nacimiento en 2017, los secretos de ese amor están a la luz gracias a una exposición en la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid, que estará abierta hasta el próximo 22 de diciembre.
Un vida en fragmentos de papel
En la muestra se exhiben parte de los 5.300 documentos guardados por Francisca durante los 16 años que duró su apasionado romance con el escritor nicaragüense.
Se trata de documentos de todo tipo que fue guardando con tanta paciencia como veneración y que documentan milimétricamente su universo.
Hay desde poesías escritas a mano y corregidas por el propio Rubén Darío a recetas de cocina, recibos de muebles, dibujos a colores de su hijo, cuentas de restaurantes y correspondencia con otros poetas.
También se destacan varias cartas del nicaragüense a la española en las que se dirige a esta como "mi hijita" o "querida coneja", algunos de los apelativos cariñosos por los que la llamaba.
A ella le dedicó Darío la poesía "A Francisca" y bajo su inspiración escribió, entre otros, sus "Cantos de vida y esperanza".
Porque, por encima de todo, toda esa montaña de papeles revela una increíble historia de amor digna de un folletín o de una moderna telenovela.
"Lo más apasionante de la exposición es que muestra la vida personal y doméstica de Rubén Darío", asegura Marta Torres, una de las comisarias de la muestra y directora de la biblioteca madrileña.
Un amor de novela
Fue precisamente en la capital española donde Rubén Darío y Francisca se conocieron hace más de un siglo, en 1899.
El poeta nicaragüense había sido enviado a España por el diario argentino "La Nación" para que informara sobre la situación en el país después de la crisis de 1898, desencadenada por la derrota española en la guerra contra Estados Unidos que provocó la pérdida de Puerto Rico, Guam, Cuba y Filipinas.
Rubén Darío paseaba un día por la Casa Campo, un recinto ajardinado de Madrid, en compañía del también escritor Valle Inclán cuando vio a la joven.
"Se reían y me echaban piropos. Les obsequié unas flores. Las aceptaron. Después, a los dos días, los volví a ver. Vino a visitarme", recordaba la propia Francisca en una entrevista que le hicieron cuando tenía 82 años y habían transcurrido 59 desde de aquel episodio y 41 de la muerte del poeta.
Francisca era analfabeta, como la inmensa mayoría de mujeres de aquella época, y de una familia modesta.
Y Rubén Darío no era libre: después de enviudar de su primera esposa, se casó con Rosario Murillo, conocida como la "garza morena".
Según algunos, lo hizo borracho de whisky, sin ser consciente de lo que hacía y arrepintiéndose de por vida.
El poeta trató por todos los medios de conseguir que en Nicaragua se aprobara una ley del divorcio, hasta el punto de que la iniciativa fue bautizada como Ley Darío, pero sin lograrlo.
Trató incluso de conseguir del Vaticano la nulidad del matrimonio, sin tampoco conseguirlo.
En las buenas y en las malas
Eso, sin embargo, no detuvo a la pareja.
Desafiando los convencionalismos de la época, Rubén Darío y Francisca se fueron a vivir juntos y tuvieron cuatro hijos, de los que sólo sobrevivióuno.
Él le enseñó a la española a leer y a escribir, y en la exposición se pueden ver algunos de los deberes de caligrafía que le ponía.
Sin embargo, no todo fue de color de rosa: se vieron obligados a pasar largos periodos separados, porque las actividades literarias, periodísticas y diplomáticas del poeta así lo requerían.
Y también se vieron azuzados en numerosas ocasiones por las penalidades económicas.
Una prueba es el código secreto que Rubén Darío se inventó para enviar telegramas a casa y hacer saber cómo andaba de dinero.
"Ma", como se puede comprobar en la exposición, significaba: "Mal. Envía lo que puedas".
Cuando tenía dinero, sin embargo, el poeta lo gastaba alegremente.
En la exposición también se pueden ver facturas de elegantes sastrerías, de whiskies, de restaurantes, coches de caballos...
Hasta el final
Cuando estalló la I Guerra Mundial, y a pesar de las protestas de Francisca, el poeta decidió poner rumbo a América para promover la paz.
No se volvieron a ver: el 6 de febrero de 1916 Rubén Darío falleció en la localidad nicaragüense de León por una cirrosis derivada de sus años de excesos con el alcohol.
Cinco años después Francisca se casó con José Villacastín, un español culto y refinado. Pero nunca olvidó a Rubén Darío y conservó durante toda su vida un baúl con todos los papeles y recuerdos de ese periodo.
Dichos papeles constituyen el archivo más completo sobre Rubén Darío. Y en 1956 Francisca se lo donó al Estado español.
"Cuando un día vinieron unas personas a interesarse por ese archivo, le pregunté a mi abuela que quién era ese Rubén Darío del que nunca había oído hablar. Me respondió que el gran amor de su vida", cuenta la nieta de Francisca, Rosa Villacastín, en "La princesa Paca", novela que recrea la fascinante historia de su abuela.
"Me quedé boquiabierta, porque hasta entonces nunca había oído hablar de él y porque el retrato que colgaba en el salón de mi casa era el de mi abuelo, no el de ese señor", relata Villacastín, quien escribió la novela junto a Manuel Reina.
"Fue una mujer excepcional. Le pregunté qué es lo que le había enamorado de Rubén Darío y no tuvo dudas: "Su palabra ".