"Toda muerte de los padres va a ser un dolor tremendo y también una liberación exquisita"
1986. Es el año del Challenger y del cometa Halley.
En 1986, la niña tiene 9 años, vive con sus padres y su hermana en una familia telúrica y se mueven por los barrios de Lima en un escarabajo, el auto del momento.
La niña va protagonizando distintos episodios familiares y urbanos que la han ido moldeando hasta llegar a ser una mujer adulta y plena que revisa el pasado para celebrar su presente en "Quienes somos ahora".
La escritora Katya Adaui, (Lima, 1977) ha deslumbrado con esta novela, en la que maneja las palabras y la emoción con sutil maestría y nos relata las supervivencias de la niña en un hogar de conflictos, los duelos de la mujer joven ante la muerte de sus padres y la total determinación de abrazar la alegría de la mujer adulta.
"Pese a que uno ha tenido una infancia dura, venga de donde venga, una familia privilegiada, una familia de clase media o una muy pobre, lo que nos permite seguir vivos es que alguien nos amó y nos deseó mucho.
"Para mí más que una novela sobre la familia, es una novela sobre el amor, sobre el amor propio", dice Adaui, que participa en el Hay Festival Arequipa, que se realiza entre el 3 y el 6 de noviembre en esa ciudad peruana.
¿Se perdona el daño de los padres, en este caso la difícil relación entre ellos y el deseo fehaciente de las hijas de que se quieran?
No hubiera podido escribir si no hubiera perdonado.
La escritura es un lugar de defensa del amor. Era un acto amoroso contar un tránsito hacia una reconciliación posible, pero con una misma, tiene más que ver conmigo que con ellos. El muerto está muerto.
Yo fui querida, por eso sigo viva y mi conquista es la escritura. No me voy a quedar en el pudo ser diferente, eso también está muerto. Para mí es ¿qué hago con esta adulta? ¿qué es la adultez en mí? Y es amar a quien amo, vivir donde quiero, hacer mi trabajo, salvarme yo, digamos.
Me parece que en este mundo que está cruel, donde siempre estamos en extinción, lo que más puedo hacer es defender mi alegría, que en el mundo no esté otra persona triste.
Desde pequeña, la niña tuvo que defender su alegría andando en bicicleta, corriendo, leyendo?
Estaba pensando en esta palabra tan de moda desde hace unos años, la resiliencia, y mira que en general me gustan las palabras, pero esa me enoja porque es como una resolución mágica: es que es resiliente.
Que un niño sobreviva a un entorno arduo es que ha tenido que adultizarse a la fuerza cuando solo debía ser niño. Se le ha pedido una madurez que no se condecía con su edad. Entonces, ¿cómo hace?
Hace poco vi un documental de niños refugiados sirios y libaneses en Suecia que, frente al temor de la deportación, habían desarrollado el "síndrome de estar rendido". Entran en un estado de sueño, de sopor y pueden dormir seis meses, un año.
He escrito de eso en mi libro, el episodio de la mosca tse tse, de estar dormida, de no poder levantarme. Es un fenómeno reciente, los niños se despiertan de su síndrome cuando vuelven a tener seguridad.
No están en coma, están hibernando, comen por una sonda, los tienen que bañar, no sienten frío, ni calor, están dormidos hasta que les dicen, no te preocupes, nos han dado la residencia, nos podemos quedar.
Hay casos de niños que entran en un bloqueo psíquico, porque la vida es más dura de lo que pueden soportar. La única forma de salir de un trauma es con la seguridad.
"Una madrugada, mientras dormíamos, lanzaba sus cajones al suelo, prendía la aspiradora y arrancaba con la limpieza. Hasta el fondo.Su revuelo existencial desquiciaba la casa". ¿Cómo describirías a la madre, esta mujer hermosa, cambiante, cruel?
Para mí es un personaje y se me vino una sola palabra: voraz, alguien hambrienta de vida. Lo quería todo y todo a la vez. Hay algo de esa voracidad que puedo reconocer en mí. Me encanta comer, viajar.
Debe haber sido muy difícil tener un trabajo como el que tenía, secretaria, rodeada de hombres demandantes, pedigüeños. Tener dos hijas, un marido con dos trabajos y recesión, es la historia actual de las madres argentinas, las madres peruanas. Si así era en la clase media, ¿cómo habrá sido para otros en peor situación?
¿Cuesta escribir sobre una madre que provoca sufrimiento?
No quise exagerar ni entregar una desmesura, simplemente estoy escribiendo sobre la ambigüedad humana. Quien más te adora también te puede dañar.
El amor materno está lleno de errores, de tropiezos, de ambigüedades. ¿Quién enseña a un hijo a ser hijo, a una madre a ser madre? Se va aprendiendo todos los días con sus errores, pero también pienso que es el mejor lugar donde uno puede estar.
Con una madre que te quiso, pese a todo. Tan lejos de las ideas suicidas, porque alguien ejerció para ti un sostén materno: ser deseado.
¿Cómo marca la experiencia de acompañar a morir a los padres, en este caso de cáncer, donde vas viendo el deterioro?
Siempre me sorprende ver gente que aún tiene padres o abuelos. Tengo amigas de 60 años con padres vivos. Estuve agradecida de poder compartir esa intimidad, uno no solo acompaña a vivir, sino que acompañas a morir también, yo creo eso.
No me sorprendió la muerte, sino lo devastador de la enfermedad que cada día causa un estrago inesperado.
Un día no comes, un día no caminas, un día no recuerdas, o los desvaríos de la morfina, eso era lo intimidante para mí, no el saber que se morían.
De alguna manera me había preparado, eran padres fumadores, y que hayan vivido hasta los 77 y 74 es un montón para todo lo que fumaban. Me hizo bien darles la despedida, escucharlos.
Hubo un diálogo similar con ambos, donde dicen: ojalá hubiese podido hacer en la vida lo que hubiera querido. Y ante la pregunta ¿qué querías hacer, mamá?, ¿qué querías hacer, papá?, no supieron contestar, no sabían lo que querían...
Fue lo que más tristeza me causó en los dos casos, una tristeza muy honda, pero que me puso en movimiento, porque después me pregunté yo misma ¿qué quieres hacer con tu vida?
Esa tristeza me movilizó a irme fuera, a estudiar, y a dedicarme a escribir, porque no quería decir, 30 años después, desaproveché una oportunidad.
En ambos casos fueron unos "no sé" muy elípticos, porque realmente se quedaron en blanco, no tenían la menor idea y pude ver la angustia en esos cuatro ojos. Esa es la angustia que les vi, no la de morir, la de haber deseado otras vidas y no saber cuáles.
La hermana y ella conservan las cenizas de los padres durante años, ¿Qué representaban esas cenizas?, ¿por qué las guardaron tanto tiempo?
Lo más raro fue la división de las cenizas, no el tenerlas tanto tiempo. En Japón la gente las conserva para siempre, es algo que se hereda con la casa. No es que me impidieran seguir adelante, sino que mi hermana se hubiera quedado con las de mi madre y yo con las de mi padre.
Pero ya no es el cuerpo de tu padre, la ceniza es algo y es nada al mismo tiempo, en tu mano es polvo, lo lanzas y ya es del aire. Ya eran seres del aire para mí, estaban en otro lugar.
Lo que narras tiene directa relación con el proceso liberarse de la madre, ¿no?
Pensaba que toda muerte de los padres va a ser un dolor tremendo y también va a ser una liberación exquisita, porque te alejas de una mirada que te aprobaba tanto como te reprobaba.
No tener esa mirada es rarísimo, porque tienes que confiar en la tuya. Mirarte con tus propios ojos, maternos o paternos, quizás dioses más piadosos.
Siempre va a haber por un lado el alivio de que ya no sufren, junto a la pena de que ya no estén, pero por otro lado, ahora me pongo con mis cosas, ya vi la muerte de cerca, no hay tiempo que perder. Y eso que he hecho un duelo largo, no me evado del dolor, no me escapo, pero no fue un duelo incapacitante o patológico, fue del lado de la vida.
¿Como es dejar de ser hija?
Es raro sentirse huérfano siendo tan adulto a los 33 y 36. Lo que va a ocurrir es la desenraización, no sé cómo decirlo, es muy personal lo que ocurre, pero sí puedo hablar de una liberación, que fue el abrazo fehaciente, unánime o unívoco a mi escritura, a decir, este es mi talento, lo que yo puedo hacer.
No es lo único que hago bien: soy buena ciclista, caminante, cocinera, tía, novia.
Fue una diversificación del ejercicio del propio ego, pude repartirlo, no hice el gesto materno de poner todo en un solo lugar y eso me calmó la ansiedad.
La escritura es a donde voy a divertirme, al regocijo, al laberinto. Esas muertes me cambiaron la vida, pero porque yo me la cambié. Fue un movimiento de varios cuerpos.
"Me sobrepasó, giró y metió sus dedos bajo la falda del uniforme, dentro del calzón. Una zancada tan de improviso, tan certera, tan impune. Le pegué una y otra vez con la mochila. Por esta y todas las veces anteriores, por todas nosotras." Narras varios episodios de abuso sexual, ¿por qué decidiste incluirlos como en una seguidilla?
Daba cuenta de mi ciudad, narra Lima, que no es solo su desigualdad, su clasismo, su mar, su intemperie, su falta de lluvia.
Lima también es territorio hostil y violento hacia las mujeres, una de las ciudades donde nos sentimos más inseguras y es terrible sentirte segura a medida que envejeces, porque ya no se te van a acercar; pero incluso de quién esperas la humanidad recibes la violencia y es revictimizante: vas a la comisaría a denunciar, no te creen, vas a otra comisaría, no te toman la denuncia.
Tienes que acabar incendiada en un micro con ácido muriatico y un fósforo o gasolina.
¿Por qué tengo que sentirme con suerte de haber salido viva? ¿No debería ser lo común no tener ese miedo?
Victoria Herrero, poeta, dijo que este capítulo le interesó por lo que narra, y también por cómo está escrito, enumerando, como si las violencias contra nosotras llegaran una detrás de otra. No lo había visto, pero sí, llegaban una detrás de otra.
Si este es un libro sobre el amor, ¿cuántos amores hay en él?
En primer lugar está el amor propio. Me costó verlo y cuando lo ves, ya no te puedes hacer la loca, pero no solo en el gesto de dejar de ser hija, sino de entender la propia estructura, el oleaje de una vida, decir bueno, esto es lo que viví, ¿qué voy a hacer con eso?
Luego está el amor a la pareja, que implica el movimiento de irte a otro lado, seguir la intuición amorosa; el amor a las mascotas, a los hermanos, el amor filial, a las plantas, a los animales.
Y también a la escritura, que para mí es el más importante porque es ir hacia el propio deseo.
¿Y cómo definirías el amor propio?
Me encanta bell hooks, pues cuando escribe "Todo sobre el amor", encuentra la definición en la frase de un psicólogo de 1978: amar es hacer crecer espiritualmente a otros mientras creces espiritualmente tú.
El amor propio es el más difícil de conseguir, no puedes decirle al otro ámate, es dificilísimo, tiene que ver con aceptar las propias circunstancias.
Te lo respondo con una frase de otro, Ovidio dijo: sé valiente y fuerte, algún día este dolor te será útil.
¿Qué es lo que te salvó a ti?
Haber confiado en que iba a ser adulta, haber llegado a los 40, la vocación temprana, haber dicho a los 9 años voy a escribir. Haber ido hacia ella. Después de muchísimo trabajo, esfuerzo y mucho libro fracasado, seguir intentando; el no haberme entregado a la oscuridad, y la buena terapia.
Creo que fue Julia Kristeva, que es genial, quien lo dijo: para estar viva necesito un buen análisis, un buen amor y escritura. Ir al psicoanalista, estar enamorado y escribir. Y yo tengo los tres.
El escarabajo del padre, donde acarreaba a toda la familia, está en la portada ¿cómo lo recuerdas?
Fue "el" auto en los 70s, 80s, incluso 90s. No era una rareza, ni la excepción, era la regla.
Era chico, no tenía radiador, un auto fiel, familiar, siempre con ese espacio prodigioso para meterte atrás o meter al perro o a los hermanos chicos.
Para mí, era el auto fantástico, tenía un motor especial que se reconoce de lejos, yo sabía que llegaba papá por su escarabajo. Era un motor feliz para mí.