Stephen Westaby, una de las mayores eminencias médicas de Reino Unido, ha operado más de 12.000 corazones a lo largo de sus 40 años de carrera, y estima que salvó al 97% de sus pacientes.
Sin embargo, son las muertes que no pudo evitar las que más recuerda.
Westaby no solo ha salvado vidas con su manos, también creó inventos que seguirán salvando vidas unas vez que él ya no esté.
Su historia comenzó en Scunthorpe, en el norte de Inglaterra, donde se crió en una vivienda estatal.
El renombrado cirujano cardíaco habló sobre su vida y su trabajo con el programa de radio Outlook de la BBC y recordó cómo sufrió durante su infancia, viendo a su abuelo -un fumador de toda la vida- morir lentamente a causa de un problema del corazón.
"Padecía insuficiencia cardíaca severa, que es una forma miserable de vivir", contó.
"Los pacientes con esta condición -describió- no pueden ponerse zapatos debido a que sus tobillos están demasiado hinchados, necesitan ropa más grande porque sus barrigas se hinchan y llega un momento en que no pueden dormir recostados porque les falta el aire".
El pequeño Stephen, de 7 años, estuvo presente en los últimos momentos de vida de su abuelo. "Vi cómo se ponía azul y moría sin poder respirar", cuenta.
Esa experiencia lo marcaría de por vida.
En esa época -mediados de los años 1950- la cirugía cardíaca recién empezaba a desarrollarse.
Médicos en Estados Unidos acababan de inventar la máquina de corazón-pulmón, más conocida como "la bomba", que permitía realizar un bypass cardiopulmonar: una técnica que suplementa temporalmente la función del corazón y los pulmones durante una cirugía.
Esto significó un avance gigante. Westaby se enteró de esta novedad en 1955, cuando sus padres compraron su primer televisor en blanco y negro, y vio un programa de la BBC llamado Your life in their hands ("Tu vida en sus manos"), que mostraba una cirugía cardíaca.
"Quiero hacer eso", pensó.
El accidente
Creía que podía llegar a tener talento como cirujano por algo que había descubierto su abuelo cuando él era pequeño: Stephen era ambidiestro y podía usar ambas manos con destreza.
También era muy buen alumno y fue el primero de su familia en ir a la universidad. Pero mientras estudiaba en Londres, Westaby descubrió que tenía una gran falencia: era muy tímido y nervioso.
"No me animaba a alzar la mano en clase para hacer una pregunta", recuerda.
El problema no era menor para alguien que aspiraba a convertirse en cirujano cardíaco, una profesión que requiere mucha audacia para poder tomar decisiones de vida o muerte en segundos.
Sin embargo, su problema se solucionó de la forma más inesperada.
Un día, jugando al rugby, sufrió un fuerte golpe en la cabeza que le fracturó el cráneo. El impacto dañó la parte de su cerebro que controla la inhibición y la toma de riesgos.
"De pronto, me convertí en el secretario social de la Facultad de Medicina y organizaba las fiestas", cuenta. "Muy pronto me nombraron capitán del equipo de rugby. Simplemente era más feroz".
Fue así como Westaby adquirió los tres talentos necesarios para ser un cirujano exitoso: manos hábiles, inteligencia y audacia.
Operando a niños
Obtuvo becas para formarse en el exterior, trabajando en un hospital en Nueva York (EE.UU.) y en Riad (Arabia Saudita). Y se fue especializando en cirugía pediátrica, una de las ramas más difíciles de la medicina.
Las historias que cuenta sobre sus pequeños pacientes que no lograron sobrevivir conmueven hasta las lágrimas. Una de las más desgarradoras fue el caso de un bebé a quién logró operar con éxito en Riad.
El bebé tenía un tumor en el corazón y Westaby logró removerlo. Pero durante la noche el pequeño falleció a causa de una falla en su marcapasos. La madre del niño, quebrada por el dolor, tomó a su hijo, fue hasta el techo del hospital y saltó.
Cuando Westaby lo cuenta, a uno se le hiela la sangre. Pero él dice que horas después de ese incidente siguió operando a otro bebé.
"Creo firmemente que, si vas a realizar cirugías extremas, si vas a ayudar a los pacientes que están más enfermos, tienes que tomar distancia si las cosas no salen bien", afirma.
Su dedicación a la medicina también tuvo un alto costo personal: se casó y tuvo una hija, pero menos de un año después, ya estaba divorciado.
Corazones artificiales
Con el foco de su vida puesto casi enteramente en su carrera, Westaby empezó a interesarse cada vez más en los corazones artificiales.
"Los trasplantes de corazón son muy inusuales: necesitas que alguien se muera para aportar ese órgano. Siempre pensé que tenía que haber una manera mejor, una solución mecánica", dice.
En EE.UU. conoció a Robert Jarvik, un científico que trabajaba en un nuevo tipo de corazón artificial. Juntos revolucionarían las cirugías cardíacas.
Jarvik había inventado una bomba que permitía que la sangre circule por el cuerpo cuando el corazón empezaba a fallar. Pero no encontraba la manera de abastecer de energía a su aparato. Junto con Westaby hallaron la solución.
"En los primeros corazones artificiales los cables eléctricos salían del vientre y solían infectarse. A Rob Jarvik y a mi se nos ocurrió la idea de insertar un enchufe en el cráneo", revela.
Juntos lograron crear el primer dispositivo de asistencia ventricular (VAD, por sus siglas en inglés) alimentado por batería: el Jarvik2000, que tenía el tamaño de un pulgar.
Los cables del Jarvik 2000 subían por dentro del cuerpo, a través del cuello, llegando hasta el enchufe en la cabeza. Esto minimizaba las chances de una infección.
El paciente debía ir cambiando la batería externa conectada al enchufe cada 8 horas.
Peter Houghton
El primer hombre que recibió un Jarvik 2000 fue Peter Houghton, un fisioterapista de 59 años con insuficiencia cardiaca severa.
"Le quedaban unas seis semanas de vida. Cuando lo trajeron en silla de ruedas hasta mi oficina me recordó a mi pobre abuelo justo antes de que muriera", cuenta el médico.
Westaby le instaló el dispositivo el 20 de junio de 2000 en el Hospital John Radcliffe, de Oxford, donde aún trabaja.
Houghton se convirtió en la primera persona en el mundo en recibir un VAD para uso permanente, en lugar de un puente para el trasplante.
También se convertiría en la persona que más años vivió con un asistente cardíaco artificial. Murió en 2007 a causa de una falla renal.
En esa "vida extra", como Houghton mismo lo llamaba, recobró su salud a tal punto que incluso se hizo famoso por participar en diversas actividades deportivas para recaudar fondos para otros pacientes en su situación.
Un año después de su operación participó en una caminata de caridad de 145 kilómetros y viajó por todo el mundo dando charlas.
Las vueltas de la vida
La cirugía le dio a Westaby un gran prestigio profesional. Pero pronto también se haría famoso más allá del mundo de la medicina.
En 2004 productores televisivos de la BBC lo llamaron para que participara en una reedición del programa "Tu vida en sus manos", el mismo que lo había inspirado a los siete años a ser cirujano cardíaco.
Lo filmaron implantando un corazón artificial en un hombre escocés llamado Jim Braid. La operación fue un éxito y el documental terminó con imágenes de Braid caminando feliz por la playa junto con su esposa.
Sin embargo, Westaby cuenta que unos meses después, Braid salió de compras y se olvidó de llevar una batería de repuesto para su VAD. El aparato se quedó sin energía antes de que él pudiera regresar a su hogar. Su corazón dejó de latir y murió.
"Eventualmente los dispositivos fueron modificados para que ya no te pudieras quedar sin batería. Se empezaron a usar dos baterías enchufadas a la vez, para garantizar el suministro de energía. Pero aquellos fueron los años pioneros", lamenta.
Su fama se extendió con la publicación de sus memorias, en 2017, tituladas: "Vidas frágiles: Historias de un cirujano cardíaco sobre la vida y la muerte en la mesa de operaciones".
En marzo pasado publicó un nuevo libro sobre su increíble carrera de 40 años. Lo llamó "Al filo del cuchillo: el corazón y la mente de un cirujano cardíaco".