La idea de trasladar un puente de piedra centenario a un desierto a 8.505 kilómetros de distancia fue considerada un disparate por muchos en la época. Pero la hazaña acabó por ser un éxito que a día que hoy sigue generando admiración (y beneficios).
Sin embargo, nada habría sido posible sin la osadía de un genio, una idea descabellada y una impresionante obra de ingeniería.
El puente no es otro que el legendario puente de Londres (London Bridge) y las razones de su traslado las relata a la perfección una popular canción infantil: "El puente de Londres se cae, se cae?".
Y así era.
La obra diseñada por el reconocido ingeniero John Rennie, finalizada en 1831, se estaba hundiendo en el río Támesis.
En 1965, los carruajes tirados por caballo que otrora cruzaron el puente habían dejado paso a vehículos motorizados, autobuses de dos pisos y camiones de pesadas cargas. No resistía más.
Un comité sobre puentes y obras civiles de la capital británica sabía que la solución obvia era demolerlo y construir uno nuevo, más preparado para los viajeros de la época.
Pero alguien tuvo una propuesta diferente.
Una idea descabellada
El experiodista Ivan Luckin tenía otro destino para el emblemático puente.
"Derribarlo sería una opción pero ¿qué pasaría con su futuro?", recuerda el exconsejero Archie Galloway.
"Fue entonces cuando lanzó su propuesta. Le dijo a la comisión: "Deberíamos venderlo".
La idea despertó el asombro (y la curiosidad) de muchos en el comité.
El plan de Luckin contemplaba publicitar el puente en Estados Unidos, donde estaba seguro alguien estaría interesado en adquirir tal reconocido icono de la capital británica.
"Al alguien con sentido común se le ocurrió preguntar cuánto podrían obtener por el viejo puente y los registros muestran que Luckin dijo 'un millón'", asegura Galloway.
"'Un millón de dólares?', volvieron a preguntar. Y el antiguo periodista respondió: 'Estoy hablando de un millón de libras'. [casi US$3 millones en ese momento]."
Y esa fue la cantidad fijada.
La noticia sobre la venta del emblemático puente ocupó páginas de periódicos y un espacio destacado en los informativos televisados de aquel entonces.
Y Lucking puso en marcha la campaña publicitaria.
En el folleto de 40 páginas que preparó, no solo dio detalles sobre la estructura en sí, sino que también persuadió a sus potenciales compradores de que la compra les haría poseedores de una parte de la historia: un puente que cruzaba el Támesis desde la época romana.
¿Pero quién estaría tan loco como para adquirir un puente de piedra?
Un genio
Cuando Robert Paxton McCulloch cumplió 18 años ya era multimillonario, pero heredar parte de la fortuna de su abuelo en 1925 no mitigó su ambición ni su amor por el trabajo.
Llevado por su pasión por inventar y tras recibirse en la Universidad de Stanford (Estados Unidos), creó una compañía que fabricaba motores de vehículos de gran carga.
Siendo aún joven McCulloch vendió el negocio por US$1 millón. Fue el primer capítulo de una lucrativa carrera que lo llevaría desde el Medio Oeste a California, donde tuvo manejó exitosamente empresas que fabricaban motores de barcos.
"Era un genio", dice su nieto Michael McCulloch. "Era astuto a la hora de construir pero también a la hora de inventar. Él diseñaba motores, ese era su fuerte", asegura su nieto.
"Era un poco excéntrico, cierto, pero también extremadamente agradable".
McCulloch, conocido por sus nietos como RP, era un personaje con horarios extraños. Trabajaba hasta altas horas de la madrugada y después dormía hasta el mediodía y se vestía de una forma peculiar.
"Llevaba siempre un traje chino color crema, una corbata negra muy fina, una camisa blanca y se dejaba los bajos de los pantalones seis centímetros más cortos. Se ponía calcetines amarillos con zapatos blancos y marrones", recuerda Michael.
"Cuando falleció, quería un par de esos zapatos que usaba porque esa era un rasgo distintivo suyo. Cuando abrí el armario había 40 pares de zapatos y 25 trajes, y nada más".
"Adelantado a su tiempo"
McCulloch estaba lleno de ideas y podía encontrársele frecuentemente en su residencia vacacional en Palm Springs, California. Este era su lugar de recreo donde daba rienda suelta a su espíritu innovador.
"Era un hombre adelantado a su tiempo", asegura su nieto.
"Todo en aquella casa era electrónico. Todas las puertas, los cajones, todo se abría presionando un botón o deslizando una palanca", relata Michael.
"Podías encender la máquina de café, la bañera o la sauna de vapor en el momento que quisieras. La luz se controlaba desde un panel maestro. Ninguna casa en aquel entonces tenía eso".
McCulloch pensaba todo el tiempo en maneras de hacer la vida más fácil.
"Se le ocurrieron muchas ideas", dice Michael. "Creó un helicóptero para dos personas. Hizo un lavado de cara a vapor, que prometía hacer tu piel más firme? Cualquier cosa", enumera el descendiente del genio.
"Era algo que hacía por diversión. Era una persona muy inteligente y creativa que necesitaba inventar constantemente".
Fue precisamente esta necesidad de inventar (y su buen ojo para los negocios) lo que le llevó a su próximo proyecto, que más tarde le llevaría también al icónico puente inglés.
Como en el este de California no tenía un lugar para probar los motores de sus barcos, se pasó a la fronteriza Arizona en busca de agua.
La historia cuenta que fue desde el aire que McCulloch divisó el lago Havasu, serpenteando una parcela flanqueada por las montañas Chemehuevi, Whipple y Mojave.
"Se dieron cuenta de que era un lugar realmente hermoso", dice Michael. "Echaron un vistazo alrededor, ofrecieron US$76 por acre y comenzaron a construir.
"Vio que allí había una gran oportunidad de negocio".
Una ciudad en la nada...
Y así fue como McCulloch empezó a divisar una ciudad en el desierto, en medio de la nada, que se llamaría Ciudad Lago Havasu.
Para atraer gente, organizó y pagó vuelos desde otras partes de Estados Unidos, especialmente del centro oeste del país, a potenciales compradores de terreno, a quienes les presentó la posibilidad de mudarse allí como una oportunidad de cumplir el sueño americano: tener una casa grande, en un estado soleado y, en definitiva, una mejor vida.
Poco a poco aquella parte del desierto de Arizona se fue poblando, pero el cambio real llegó tras una adquisición muy particular.
Una compra inusual
Cuando a los oídos del inventor Robert Paxton McCulloch llegó la noticia de que el emblemático puente de Londres estaba a la venta, no pudo resistirse.
Mucha gente asumió que había perdido la cabeza, aunque otros reconocieron que detrás de aquel plan en realidad podría haber alguna cosa buena.
"Hubo muchos artículos que describían a RP como un loco... ¿Tomar este puente en Londres y ponerlo en medio del desierto?", afirma Michael.
También se extendió el rumor de que aquel hombre de negocios millonario y exitoso había "comprado el puente equivocado".
"Sé fehacientemente que ellos sabían exactamente qué puente iban a comprar", defiende el nieto.
"¿Crees que alguien en su sano juicio miraría a Tower Bridge (la torre de Londres) y pensaría que podía desarmarlo y traerlo aquí? Lo que ocurre es que RP y sus socios sintieron que permitir que ese rumor se extendiera era una forma de seguir dando publicidad al lugar, y lo dejaron pasar", argumenta.
Una hazaña complicada
Pero lo que McCulloch se había propuesto no iba a ser nada fácil. Los puentes se construyen generalmente sobre ríos y él tenía que construir un río debajo del puente.
Para ello, él y sus socios debían conseguir un permiso del mismísimo presidente de Estados Unidos en el que les autorizase a hacer pasar un canal por debajo del puente de Londres.
Fue su socio CV Wood quien lo consiguió, como también fue él quien convenció a las 16 organizaciones en defensa del medio ambiente que se oponían al proyecto de que les dieran el beneplácito.
Finalmente, la primera piedra llegó al lago Havasu el 9 de julio de 1968. McCulloch había firmado un cheque por US$2,46 millones.
Aproximadamente 10.600 piedras llegaron al lago Havasu, después de haber viajado por mar en cargueros, pasando por el canal de Panamá y por carretera sobre camiones de plataforma.
La primera piedra se colocó el 23 de septiembre de 1968 en una ceremonia a la que asistió el alcalde de Londres. Después comenzaron los trabajos para resucitar el puente.
"Sólo podías ver cómo se elevaba el esqueleto de la construcción", asegura Norma Grzesiowski que justo se acababa de mudar a una zona residencial de la ciudad.
"Los constructores explicaron que era como armar un rompecabezas. Fue emocionante, pero también surrealista".
El resto fue construido alrededor de un armazón hecho con cemento reforzado y para evitar que se hundiese.
Las piedras fueron colocadas a mano y se aseguraron con alambre y hormigón. El trabajo fue lento y laborioso: los obreros tenían que colocar las piezas de más de 200 kilos de una a una. En un buen día conseguían mover hasta 10, en uno malo solo una.
Si alguna estaba dañada había que reemplazarla, asegura Harvey Robertson, quien puso los escalones en el lado sur del puente.
Pero la roca local no coincidía con aquella que había sido ennegrecida tras un siglo de contaminación londinense.
"Era un color más claro así que se usaban quemadores de queroseno para crear un efecto de hollín", recuerda. "Luego se pintaban para que se viera una piedra oscura y desgastada, y que la gente no supiera que no eran las originales".
Una vez que el puente estaba arriba, tuvieron que succionarse las dunas a través de los arcos y así construir el canal para el que había dado permiso el presidente estadounidense.
Arrastraron la tierra de debajo de la estructura y así London Bridge se elevó sobre un canal por primera vez desde que abandonó Gran Bretaña.
"Recuerdo haber pensado que McCulloch tenía más dinero que sentidocomún", dice Robertson. "Pero una vez que comencé a trabajar en el proyecto, pensé que era un genio".
Inauguración
El 10 de octubre de 1971, el puente de Londres del lago Havasu se inauguró ante una gran expectación. Una delegación londinense, acompañada por jinetes con chaquetas rojas que trotaban por el desierto, estaba presente.
De acuerdo con los reportes del periódico Lake Havasu City Herald, unas 50.000 personas llenaron las calles de la ciudad que celebraba la inauguración del puente, en el que ondeaban las banderas de Estados Unidos y de Reino Unido.
La gala contó con un desfile y el lanzamiento de hasta 30.000 globos, 3.000 pájaros y un letrero en el cielo en el que se leía "por fin en casa".
Negocio rentable
McCulloch murió seis años después de ver hecho realidad su sueño a causa de una sobredosis de alcohol y pastillas.
Y aunque muchos aseguraron que se arrepentiría de haber llevado a cabo tal empresa, lo cierto es que el puente de Londres de Arizona no ha dejado de ser un negocio rentable.
Según el Consejo Estatal de Turismo, 3,65 millones de personas visitaron el puente de Londres el año pasado, convirtiéndose en la tercera atracción más popular de Arizona después de los parques nacionales del Gran Cañón y el Cañón Glen.
Para los 52.000 residentes que llaman hogar al lago Havasu, el puente es solo una parte de su vida cotidiana, proporcionando el único acceso desde y hacia el puerto deportivo y un grupo de casas que McCulloch había comprado en 1958.
Y aunque todo el proyecto costó alrededor de US$12 millones, se dice que McCulloch recuperó sus costos antes de que la última piedras del puente de Londres se colocara en su nuevo hogar.
Hoy en día, el resort no solo se mantiene por los turistas que quieren ver el puente, sino también por los ingresos de quienes acuden allí para practicar deportes acuáticos y las vacaciones de universitarios en su descanso de primavera.
El lago, con su agua tranquila y con un clima soleado, han convertido a la ciudad en un destino de vacaciones legítimo, un resultado que puede que ni su propio fundador se hubiese imaginado.