Probablemente has oído hablar del "crimen pasional", aquel desafortunado concepto que hubo que desterrar pues, por romántico que sonara, excusaba a los culpables y culpaba a las víctimas.
Pero hay otro tipo de crimen cuyo apellido es diametralmente opuesto y es uno que quizás en algún momento de tu vida hasta hayas tenido la tentación de cometer, por más recto que seas: el racional.
¿Alguna vez has estacionado tu auto "un momentico" en un lugar prohibido?
Está bien: no es un crimen, más bien una infracción, pero el hecho es que decidiste quebrantar la ley y lo hiciste premeditadamente.
En cuestión de segundos, sopesaste cuáles eran los beneficios de parquear donde más te convenía frente a cuál podría ser el costo de hacerlo.
Cuánto tiempo y esfuerzo te ahorrarías haciendo lo incorrecto versus cuán alto era el riesgo de que te atraparan. Si hubieras visto a un agente de tránsito cerca no habrías aparcado. E incluso en ese caso, ¿cuál sería el castigo? Si consideraras la multa baja quizás en todo caso valdría la pena.
De pronto hasta dedicaste uno de esos segundos a pensar en la molestia que le causarías a tus conciudadanos o hasta añadiste a un lado de la pesa la satisfacción de hacer el bien.
Razonaste y decidiste, de la misma manera que lo hizo un profesor de Economía un día de la década de 1960 cuando llegó atrasado a la Universidad de Columbia a hacer un examen oral a estudiantes de doctorado.
Al igual que algunos de nosotros, Gary Becker estacionó donde no debía; a diferencia de la mayoría de nosotros, siguió pensando sistemáticamente en lo que había hecho y, en 1968, publicó el seminal ensayo "Crimen y castigo: un enfoque económico".
Idea repelente
El que un economista metiera las narices en un territorio que hasta entonces había sido dominio de otras ciencias no fue del gusto de todos.
Pero meterse donde no lo habían llamado era su especialidad. De hecho, en 1992, la academia Nobel lo premió precisamente por hacerlo.
En este caso en particular, las disciplinas dominantes en el estudio científico social del crimen eran la sociología y la psicología, pero Becker eligió pasar por alto esa tradición.
"Una teoría de conducta criminal útil", declaró desde un principio, "puede prescindir de teorías especiales de la anomia, de las inadecuaciones psicológicas o de la herencia de rasgos especiales, simplemente extendiendo el análisis habitual del economista de la teoría de la elección".
Para colmo, concluyó que los criminales eran como cualquier otro individuo, que enfrentaban problemas cotidianos como aquel de dónde estacionar el auto, y que delinquían si los beneficios eran superiores a los costos.
La teoría era repelente para los sociólogos pero resultó ser, como propuso el mismo Becker, útil e iluminadora.
Hoy los principales críticos de esa visión provienen del campo de la economía del comportamiento, que indica que hay varios sesgos que impiden que tomemos decisiones racionales (aunque eso no significa que no usemos la fórmula al tomarlas, sino que calculamos mal).
La fórmula
La noción de Becker ayuda a entender, entre otras cosas, por qué cierto tipo de prohibiciones a menudo fracasan.
En 1994, cuando el comercio dominical fue legalizado en Inglaterra y Gales, únicamente tres cadenas importantes abrieron sus puertas al público por primera vez en la historia... las otras las abrieron, sólo que no por primera vez, sino como de costumbre, pues habían estado violando la ley durante años.
La fórmula era simple: las ganancias de las ventas al público en el día santo del mundo cristiano eran mucho más altas que el costo de la multa que tenían que pagar.
Encima, violar la ley semana tras semana era parte de la campaña para cambiarla.
Claro que no todos delinquen con la idea de que la ley cambie. Todo lo contrario.
Los vendedores de sustancias adictivas prohibidas se benefician de tener la ley en su contra.
Aunque declarar algo ilegal agrega otro costo que sopesar -la penalización si te atrapan-, también aumenta exponencialmente el valor de lo que vendes y con esas ganancias puedes modular la probabilidad de ser atrapado.
Pero, en otros casos, esa capacidad de modulación de la fórmula racional está a favor de las autoridades.
Ciudad de México vio un ejemplo de ello con el Programa Conduce sin Alcohol, que redujo el número de conductores embriagados y accidentes.
El éxito se debió en gran medida a que, aunque el castigo se había vuelto menor, la probabilidad de ser atrapado era mucho más alta.
Mmm... ¿implicará eso que incluso cuando nos emborrachamos podemos tomar decisiones racionales?
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