Entre los 20 millones de objetos en las colecciones del Museo Nacional de Rio de Janeiro consumidos en el incendio del domingo, uno en particular despertaba gran curiosidad entre los visitantes.
La momia egipcia llamada Kherima, de 2.000 años de antigüedad, fue llevada a Brasil en 1824, en una caja de madera, por un comerciante llamado Nicolau Fiengo.
Dos años después la momia fue vendida en una subasta al emperador brasileño Pedro I, quien la donó al entonces Museo Real, fundado en 1818 en Campo de Santana, un parque en la zona central de Rio de Janeiro.
Kherima se destacaba porque sus extremidades estaban envueltas en forma individual en vendas de lino decoradas, lo que le daba el aspecto de una muñeca extraña.
Otras momias de la misma época fueron preservadas con otras técnicas menos detallistas, y se cree que había solamente ocho momias en el mundo como Kherima.
"Era un ejemplar muy importante por la forma en que fueron colocadas las vendas, una técnica que conservaba la humanidad del cuerpo, y en este caso, su contorno femenino", señaló a BBC News Brasil Rennan Lemos, estudiante de doctorado en arqueología en la Universidad de Cambridge en Inglaterra e investigador asociado del Laboratorio de Egiptología del Museo Nacional (Seshat).
"Ella respondía"
Pero no era solamente la técnica de momificación la que despertaba el interés del público.
Relatos de hace casi 60 años aseguran que Kherima provocaba trances en las personas que se acercaban a ella.
En la década de 1960, por ejemplo, una joven tocó los pies de la momia y, fuera de sí, comenzó a asegurar que los restos eran de "una princesa de Tebas llamada Kherima que había sido asesinada a puñaladas".
Otras personas afirmaron tener un malestar físico o descompensación súbita cuando se acercaban a lamomia.
Kherima ya se había tornado un objeto de culto cuando el profesor Victor Staviarski, miembro de la Sociedad de Amigos del Museo Nacional, ayudó a intensificar el misticismo en torno a la momia.
Sus polémicos cursos de egiptología y escritura jeroglífica eran acompañados del sonido de óperas como Aída, de Giuseppe Verdi.
Las clases contaban además con la presencia de mediums y eran seguidas por sesiones de hipnosis colectiva al lado de Kherima.
En aquella época era posible tocar a la momia y las reacciones inesperadas que resultaban de ese contacto alimentaron el imaginario popular.
"Algunas personas afirmaban que conversaban con la momia y ella respondía. En una de esas charlas, Kherima habría afirmado que era una 'princesa del Sol', aunque eso no tiene ningún sentido porque no existió un título así en el Antiguo Egipto", señaló Lemos.
"Pérdida enorme"
Tomografías computarizadas permitieron verificar que Kherima era hija de un gobernador de Tebas, una ciudad importante del Antiguo Egipto.
Los científicos que estudiaron la momia afirman que Kherima tenía entre 18 y 20 años de edad y vivió durante el Período Romano de Egipto, entre los siglos 1 y 2. La causa de su muerte nunca fue identificada.
La investigación sobre la momia fue acompañada en la época por Sheila Mendonça, ex alumna de Staviarski, y actualmente vicedirectora de Investigación y Desarrollo Tecnológico de la Escuela de Salud Pública del Centro Fiocruz.
Mendonça dijo a BBC News Brasil que estaba "muy emocionada" hasta el punto de no poder hablar debido a la "pérdida enorme" de los tesoros del museo.
Objetos únicos
El incendio en el Museo Nacional comenzó en la noche del domingo pasado. El centro era la institución científica más antigua de Brasil y el mayor museo de historia natural y antropología de América Latina.
Además de Kherima, otros objetos únicos fueron consumidos por las llamas, como el fósil humano más antiguo hallado en Brasil, bautizado como Lucía; el esqueleto de Maxakalisaurus topai, el primer dinosaurio de gran porte montado en Brasil; y el Trono de Daomé, que perteneció al rey africano Adandozan (1718-1818) y que fue obsequiado al príncipe regente João VI en 1811.
Otra momia, la de la cantora sacerdotisa egípcia Sha-amun-en-su, también fue reducida a cenizas. La momia había sido regalada a Pedro II en 1876, durante su segunda visita a Egipto.
Con más de 700 piezas, la colección de arqueología del Museo Nacional era considerada la mayor de América Latina y la más antigua del continente.
Se cree que toda la colección se perdió.