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Muerte de Hitler: la ciudad alemana donde centenares se suicidaron ante la llegada del ejercito rojo

Muerte de Hitler: la ciudad alemana donde centenares se suicidaron ante la llegada del ejercito rojo
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Cuando apenas faltaban días para la capitulación alemana, esta pequeña localidad que había sobrevivido indemne durante toda la II Guerra Mundial fue golpeada por la tragedia.

Algunas familias se lanzaron al río con piedras atadas a sus cuerpos para intentar ahogarse juntos.

Otras se colgaron de árboles.

En unos casos, le correspondió al padre matar a sus hijos y a su esposa antes de volarse la cabeza con una pistola.

También hubo quienes buscaron una muerte más discreta, como las madres que echaron mano de un veneno para acabar con su vida y la de los suyos.

O aquellos que optaron por abrirse las venas con una cuchilla de afeitar para perecer desangrados.

En apenas 72 horas, entre el 30 de abril y el 2 de mayo de 1945, hace ahora 75 años, centenares de personas pusieron fin a sus vidas en la pequeña localidad germana de Demmin, ubicada en la región de Mecklemburgo-Pomerania Occidental.

Es el mayor suicidio colectivo de la historia de Alemania.

"Sobre la base de las fosas comunes y de las tumbas individuales se estima que hubo unas 1.000 muertes, la mayor parte por suicidio", dice a BBC Mundo Karsten Behrens, historiador militar y director de Demminer Heimatverein, una asociación dedicada a la preservación de la memoria y las tradiciones de esa ciudad.

"Muchos cuerpos flotaban en el río Peene. Llevó semanas recuperar todos los cadáveres y enterrarlos en una fosa común", agrega.

La pequeña localidad tenía entonces unos 15.000 habitantes, además de varios miles de refugiados que intentaban escapar del Ejército Rojo.

Durante aquellos últimos días de la II Guerra Mundial, cuando Berlín caía ante el asedio de unos tres millones de soldados soviéticos, el suicidio era un fenómeno recurrente en una Alemania que estaba a punto de capitular.

Demmin no era la capital del Reich ni mucho menos. Sin embargo, fueron muchos los hogares en los que fallecieron todos los miembros.

Pese a todo, la tragedia fue acallada durante la Guerra Fría debido a las lealtades que los dirigentes de la Alemania comunista le debían a la Unión Soviética.

Una guerra remota y cercana

Paradójicamente, la guerra no había sido dura con Demmin.

La ciudad, que vivía fundamentalmente del procesamiento de productos agrícolas y de la reparación de maquinaria para el campo, había permanecido indemne incluso cuando la guerra había cambiado de rumbo y los bombardeos golpeaban con fuerza el suelo alemán, dejando en ruinas lugares como Hamburgo o Dresde.

Aunque en el bosque cercano de Wolderforst había un campo de detención con cientos de prisioneros de guerra -principalmente soviéticos- que eran forzados a trabajar en una fábrica de municiones de las Fuerzas Armadas alemanas, el impacto del conflicto comenzó a sentirse, en realidad, a partir de febrero de 1945, con el flujo incesante de refugiados que huían de localidades más al este del país.

Alojados inicialmente en albergues improvisados, luego en las habitaciones disponibles en las casas y, finalmente, también en las calles al descampado, la presencia de refugiados era la principal señal de que las cosas no iban bien.

Incluso los bombarderos aliados que empezaron a verse de forma ocasional por el cielo, haciendo sonar las alarmas, pasaban de largo hacia objetivos más importantes como Stettin o Berlín.

En alguna ocasión había sido atacada la base áerea en Tutow, a unos 10 kilómetros de distancia, pero ninguna bomba había caído sobre Demmin.

Conscientes del peligro que se dibujaba en el horizonte, muchos residentes optaron por escapar hacia el oeste. Si iban a ser prisioneros en un país ocupado, mejor quedar en manos de los estadounidenses y de los británicos que de los soviéticos.

Otros, como Marie Dabs, la dueña de una peletería, decidieron esperar con las maletas listas para marcharse junto a sus hijos Nanni, de 19 años, y Otto, de 15, confiando en las autoridades locales que habían desestimado la necesidad de evacuar.

En caso extremo, si era necesaria la huida, ella contaba con la promesa del jefe de policía de llevarlos consigo.

El 29 de abril la guerra asomó su sombra sobre Demmin, pero ya era demasiado tarde para escapar.

Trampa mortal

"¡Qué ingenua fui!", escribió Dabs al lamentar su error.

Su testimonio fue recogido en el libro "Promise me you'll shot yourself" ("Prométeme que te pegarás un tiro"), del historiador y documentalista alemán Florian Huber, quien reconstruyó los días finales del Tercer Reich en Demmin a partir de los diarios personales de decenas de personas.

A pesar de que los residentes habían estado cavando zanjas antitanques para dificultar la llegada de los soviéticos, laWehrmacht(Fuerza Armada alemana) decidió retirar sus tropas y abandonar la pequeña ciudad sin dar la pelea.

No fueron los únicos. De la noche a la mañana, el alcalde, el administrador del distrito, los líderes de los partidos, los oficiales de las SS (el cuerpo de seguridad nazi) y todos los miembros de la policía abandonaron Demmin.

No habría sido tan grave si no fuera porque durante su retirada los militares alemanes bloquearon y, luego, dinamitaron los puentes que permitían escapar de la ciudad en dirección a occidente, dejando sin salida a los refugiados y a la población local.

Así, de repente, la ciudad conocida como "la tierra de los tres ríos" -por estar rodeada por el Peene, el Trebel y el Tollense- se convirtió en una cárcel al aire libre para sus habitantes, quienes irremediablemente estaban condenados a caer en manos de las tropas soviéticas.

"El oso soviético"

Durante la guerra, la propaganda nazi se había encargado de sembrar el miedo y el rechazo hacia el Ejército Rojo.

"Se decía que las 'hordas mongoles', como eran llamados los rusos, le cortaban la lengua y le sacaban los ojos a los niños, violaban a las mujeres", explicó Huber durante una entrevista con la Deutsche Welle tras la publicación de la primera edición de su libro en 2015.

Ruinas de Demmin.
Ruinas de Demmin.

"Esta narrativa sobre los rusos causaba terror, especialmente cuando los refugiados -que ya habían sufrido crímenes y abusos sexuales en otros lugares- agregaban sus experiencias a estos rumores".

"El pánico, reforzado por estas vivencias reales de violencia, llegó a un punto de ebullición. La gente creía que la única manera de escapar de estos horrores era suicidándose", explicó Huber.

Para el atardecer del 30 de abril, cuando el Ejército Rojo había tomado la ciudad, Demmin ya había comenzado a vivir una ola de suicidios.

Esa noche, soldados soviéticos saquearon las ventas de licor y comenzaron a entrar a las casas, llevándose todo lo que encontraban de valor y violando a las mujeres.

Huber recupera en su libro el testimonio de Karl Schlösser, quien estaba en su hogar cuando llegaron dos soldados soviéticos.

A primera vista, le sorprendieron gratamente pues "no se parecían nada a los soldados bolcheviques que había imaginado, los asesinos pirómanos".

Sin embargo, y pese a la apariencia amigable, al final uno de los soldados se llevó a su madre a otra habitación y la violó, mientras el otro cuidaba la puerta armado con su rifle y la familia permanecía allí sentada, incapaz de impedir lo que ocurría.

Al día siguiente, los abuelos se suicidaron.

"Algunas casas fueron incendiadas deliberadamente y la ciudad antigua se quemó casi completamente", señala Behrens sobre los efectos de la toma soviética.

En apenas 3 días, el 80% de las estructuras de la ciudad habían sido destruidas o dañadas.

La venganza de las "hordas mongoles" que había predicho la propaganda nazi se estaba haciendo realidad y, ciertamente, no era muy distinto de lo que habían hecho las propias tropas alemanas durante su largo asalto sobre la Unión Soviética, que había dejado más de 20 millones de muertos, la mitad de ellos civiles.

Una vida sin rumbo ni honra

Pero no solamente el temor a las violaciones por parte de soldados del Ejército Rojo o la vergüenza que estas acarreaban impulsaron a los habitantes de Demmin al suicidio.

Huber describe cómo esta ciudad compartió durante las décadas de 1920 y 1930 el antisemitismo y el resto de creencias que alimentaron el nazismo y cómo el partido de Hitler encontró allí amplio apoyo, incluso antes de su ascenso al poder en 1933.

Soldados nazis durante un acto en Demmin en 1936.
Soldados nazis durante un acto en Demmin en 1936.

Según su relato, Hitler despertaba una suerte de frenesí entre sus habitantes, muchos de los cuales mantuvieron hasta el final su fe en el Führer.

"Los nazis habían obtenido más del 50% de los votos en las elecciones (realizadas en Demmin) entre 1933 y 1945. En 1936, se hizo un festival para celebrar '700 años de la ciudad alemana'. La resistencia (a los nazis) no estaba allí", indica Behrens a BBC Mundo.

Así, cuando se produjo la caída del Tercer Reich muchos perdían su referente, su marco de orientación en la vida.

En su libro "El suicidio en la Alemania nazi", Christian Goeschel escribe que los suicidios ocurridos antes de la caída de ese régimen "tienen en común un sentimiento general de inseguridad y una carencia de perspectivas futuras".

Esta falta de norte parece reflejarse en el texto que escribió Magda Goebbels, la esposa del ministro nazi de propaganda, Joseph Goebbels, antes de matar a sus seis hijos y de quitarse la vida junto a su marido: "El mundo que vendrá después del Führer y del Nacional Socialismo no merecerá ser vivido, así que me llevo a mis hijos conmigo".

El propio líder nazi consideró el suicidio como una opción honrosa ante la derrota.

"El suicidio siempre fue una opción para Hitler, quien intentaba seguir el ejemplo de Roma, donde los líderes que fracasaban morían por su propia espada", apunta Goschel.

La promoción que hicieron los nazis del suicidio llegó a tal punto que tras el último concierto de la Filarmónica de Berlín antes del asalto final de los soviéticos sobre la ciudad, el 12 de abril de 1945, miembros de las juventudes hitlerianas ofrecieron cápsulas de cianuro a los asistentes, según la versión de Annemarie Kempf, secretaria de Albert Speer, conocido como el arquitecto de Hitler.

Sin embargo, Huber precisa que en el caso de Demmin hubo también suicidios motivados no por proteger el "honor", sino más bien por haberlo perdido.

Portada de un folleto sobre los ocurrido en Demmin en 1945.
Portada de un folleto sobre los ocurrido en Demmin en 1945.

Uno de esos podría haber sido el de Gerhard Moldenhauer, un izquierdista opositor al Führer que decidió unirse al partido nazi para que le permitieran trabajar como maestro.

El 30 de abril de 1945, Moldenhauer mató a tiros a su esposa y a sus tres hijos para después salir a la calle a disparar a varios soldados soviéticos antes de darse un tiro en la cabeza.

Años más tarde, Wilhelm Damann, un vecino y amigo del fallecido, consideró que Moldenhauer había traicionado sus principios e integridad a cambio de las comodidades materiales que los nazis le garantizaban.

"Yo lo veo como el acto de un jugador que apostó todo a una carta y se sabe perdido. Probablemente también hubo allí un elemento de vergüenza", escribió Damann en su diario.

Behrens cree que la ola de suicidios reflejaba un estado de pánico general.

"No hubo una entrega ordenada de la ciudad. La gente estaba asustada y desesperada. La muerte escogida parecía ser la única solución", señala.

"Hoy espero que podamos encontrar la paz", asegura este habitante e historiador de una localidad con un pasado difícil de olvidar.

 

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