El conflicto entre seres humanos y elefantes es más intenso en Sri Lanka que en cualquier otra parte del mundo: cada año, esta lucha deja 70 personas y 250 elefantes muertos. Los choques son particularmente frecuentes en las zonas abandonas por largos períodos durante la extensa guerra civil que vivió el país entre 1983 y 2009.
Una soleada tarde de junio, Raja Thurai y su hija Sulojini de seis años estaban regresando desde el río a su casa, cuando repentinamente apareció un elefante de entre unos arbustos y los atacó.
"Nos levantó con su trompa y nos tiró al suelo", recuerda Thurai. "Me quedé inconsciente y, cuando me desperté, mi hija ya estaba muerta".
El incidente ocurrió cerca del poblado de Thurai, Paavatkodichchinai, en la Provincia del Este, en Sri Lanka, cerca de una zona con campos de arroz y árboles frutales.
"Perdí a dos de mis hijos -uno en la guerra y a Sulojini por un elefante", dice.
Ataque
Paavatkodichchinai está habitado por una minoría tamil, al igual que muchas otras comunidades en el este de la isla.
Durante la guerra civil, la presencia de rebeldes de los Tigres Tamiles transformó a la Provincia del Este un objetivo militar para las fuerzas del gobierno, y cuando los enfrentamientos se intensificaban, los locales huían.
Raja Thurai y su familia se fueron a vivir en un campamento de refugiados en 2007. Cuando regresaron después de la guerra, que llegó a su fin en 2009, los elefantes habían invadido sus tierras.
Ahora, estos inmensos animales son una presencia continua y aterradora, sobre todo por la noche, cuando deambulan por el poblado buscando alimentos en los campos y en las casas.
"Los perseguimos, pero regresan una y otra vez. Todas las noches tenemos que quedarnos despiertos. La noche anterior, no dormí", me dice Thurai.
Su casa es una de muchas en el pueblo que fue atacada durante la noche. Resguardada del sol por dos grandes árboles de mango, todavía le falta una pared, destruida por un elefante la noche antes de que muriera Sulojini.
"Ocurrió a las dos de la mañana", dice Indranai, esposa de Raja Thurai. "El elefante se abalanzó sobre la casa, golpeando el techo y la pared".
Sulojini quedó tan asustada que le dio fiebre, dice.
La pareja no tiene una foto de la hija que perdieron, pero se guardaron las pequeñas chancletas rosas que tenía puestas el día que murió.
Vigilancia
Desde entonces, el pueblo ha organizado un plan de vigilancia informal. Cada casa tiene acceso a unos petardos para espantar a los elefantes, aunque los expertos dicen que ésta no es la solución.
"Las comunidades se empiezan a armar", explica Pruthu Fernando, un conservacionista que pasó gran parte de su carrera tratando de mitigar el conflicto entre humanos y elefantes en Sri Lanka.
"Si un elefante viene y trata de comer los cultivos, la gente le grita. Entonces el animal se asusta y se va. Luego el elefante se da cuenta de que la gente sólo está gritando, pero es inofensiva. Por eso la próxima vez que la gente grita, el elefante viene e invade".
Los locales han puesto en práctica una serie de medidas para evitar que se acerquen: primero les lanzan rocas, después prenden fuegos. Finalmente, usan petardos.
"Algunos explotan como una bomba", dice Fernando. "Pero los elefantes se dan cuenta rápidamente de que eso es solo ruido, así que regresan. Hasta que, al final, la gente termina disparándoles. Todos estas cosas son provocadoras".
Vallas
Fernando es pionero en el uso de vallas electrificadas, emplazadas en ciertas épocas del año.
Los elefantes pueden moverse libremente en tierras agrícolas cuando la tierra está vacía. Los campesinos solo las erigen cuando plantan sus cultivos.
Sri Lanka tiene 3.500 km de vallas electrificadas para contener el avance de los elefantes, pero muchas están en los lugares equivocados.
Históricamente, se han usado para delimitar territorio (o propiedades privadas y parques nacionales). Pero eventualmente, los elefantes las destruyen.
Para que sirvan, tienen que estar cerca de donde hay actividad humana.
"Las cercas funcionan. Si las mantienes, los elefante saben que allí no pueden ir. Ellos no confrontan, con lo cual esto abre la posibilidad de una mejor coexistencia", explica Fernando.
Coexsistencia pacífica
En este país hay quienes viven en armonía con los elefantes.
La comunidad Rathugala Veddh, cerca del Parque Nacional Gal Oya, en el sureste de Sri Lanka -y cuyos ancestros son algunos de los habitantes más antiguos de la isla- cantan, invocan a los dioses y a los espíritus para que los proteja cuando están en el bosque.
Nadie recuerda que haya habido heridos -y menos aún- muertos a causa de los elefantes.
"Podemos sentir cuando hay uno cerca", dice Poramal Aththo. "Tenemos esa capacidad".
Es posible que él esté describiendo la comunicación por infrasonido, y que los locales hayan aprendido a sentirla porque han estado viviendo en muy cerca de ellos por mucho tiempo.
Poramal Aththo afirma que él podría enseñarles a otros cómo cuidarse, pero esto es un arte, no algo que se puede aprender en un día.
Bombas
Del otro lado del conflicto entre humanos y elefantes está la elefante bebé Leila.
A Leila la rescataron después de comer un hukka patta, una bomba primitiva camuflada para parecer una fruta.
Le explotó en la boca y le fracturó al mandíbula y le destruyó media lengua.
Leila está siendo tratada en un centro del Departamento de Conservación de la Vida Silvestre cerca de la ciudad sagrada de Polonnaruwa.
"El índice de mortalidad de elefantes que comen hukka pattas es muy alto", dice Pinidiyage Manoj Akalanka, el veterinario de guardia.
"La mayoría de ellos muere".
Es una muerte cruel: como no pueden comer, los animales se mueren de hambre.
Solamente en este distrito se ven cerca de 40 casos por año. Leila también tiene heridas de bala. algo que, según Akalanka, se está volviendo más común a medida que crece la desesperación de los campesinos por defender sus cultivos de los animales salvajes.
Pero Leila ha tenido suerte. Aprendió a comer con su media lengua y, eventualmente, será liberada en el bosque.
Después de que un elefante mató a Sulojini en Paavatkodichchinai, la electricidad -finalmente- llegó al pueblo.
Esto hace posible la instalación de un cerca electrificada, aunque aún no hay señales de que el gobierno u otro organización se encarguen de ello.
El gobierno les paga poco más de US$3.200 a las familias que perdieron a un ser querido por culpa de un elefante. Peor eso no compensa la pérdida de una niña de chancletas rosas que nunca llegó a la casa después de bañarse en el río.