Un barco llega a una solitaria cala al amparo de la noche. Con apuro, la tripulación descarga el preciado bien que transporta: té.
En tierra esperan hombres y caballos de carga, custodiados por personas armadas, preparadas para defenderse en caso de que funcionarios de la hacienda pública aparezcan sorpresivamente.
La escena puede evocar estereotipos, pero en el siglo XVIII una taza de té era tan codiciada que muchos británicos estaban dispuestos a contrabandear la infusión e ir a prisión por disfrutar de ese privilegio.
De hecho, este tipo de comercio ilegal fue una parte vital de la economía del Reino Unido por aproximadamente 200 años.
Era un negocio que se generaba porque el impuesto a la bebida era cada vez más elevado y, para poder importar té de manera legal, los comerciantes tenían que pagarlo.
Alrededor de 1750, el costo impositivo para la importación de té llegó a ser del 119%,lo que implicaba que si se podía evitar ese pago, el costo de la infusión disminuía a menos de la mitad.
Así que no era una sorpresa para nadie que muchos clientes recurrieran a contrabandistas dispuestos a perder sus barcos, sus bienes -y quizás su libertad- si eran descubiertos.
Matrimonio comercial
El libre comercio y el contrabando están unidos.
Cuando los impuestos son bajos, no hay mucho incentivo para el tráfico ilegal de bienes porque no genera muchas ganancias.
Por el contrario, disposiciones gubernamentales que hacen costosas las importaciones legales, estimulan el florecimiento del negocio de los contrabandistas. ¿Por qué? El precio al que pueden ofrecer los bienes es menor, así que sus servicios tienen demanda.
El té era uno de los productos más importantes en el comercio ilegal del siglo XVIII: todos querían beberlo, pero la mayoría no podía pagar su valor oficial.
En una era en la que no existía el impuesto calculado en función de los ingresos, la carga impositiva por el té representaba el 10% de la entrada en las arcas del gobierno, lo suficiente para cubrir el costo de la Armada Real.
"La combinación de aranceles elevados y bienes codiciados le ofrecía a los contrabandistas una oportunidad de negocio", dice Helen Doe, historiadora de la Universidad de Exeter, en el Reino Unido.
A finales del siglo XVIII, más de 3.000 toneladas de té entraban ilegalmente al país cada año. Sólo 2.000 toneladas se importaban por los canales regulares.
Los tipos de contrabando
En algunas zonas, comunidades enteras dependían del contrabando, desde el terrateniente dispuesto a financiar la operación hasta los pescadores que eran parte de la tripulación.
Según Robert Blyth, curador del Museo Marítimo Nacional de Londres, el tráfico ilegal se presentaba principalmente en tres formas.
"Estaba el de pequeña escala, cuando la persona acercaba su bote al barco y se hacía con parte de la carga. El capitán, al llegar al puerto, declaraba que el té faltante se había dañado durante el trayecto".
"También había grupos organizados comercialmente que llevaban la carga contrabandeada a diferentes puertos del país utilizando una sofisticada operación", explica Blyth.
El especialista explica que el tercer método era, sencillamente, el robo.
"Hurtaban el té de los barcos anclados en los puertos antes de que fueran inspeccionados por funcionarios de hacienda".
Los contrabandistas suecos
Los británicos no fueron los únicos que desarrollaron el gusto por el té. La popularidad de la bebida en Suecia hizo que este país tuviera un papel importante en el contrabando que tuvo lugar en el Reino Unido durante el siglo XVIII.
Los mercaderes de la Compañía Sueca de las Indias Orientales podían comprar té chino de gran calidad porque, a diferencia de otros países europeos, estaban dispuestos a pagar en plata, en vez de realizar trueques o intercambios.
Varios eran escoceses, refugiados políticos que se fueron a Suecia tras la fallida insurrección de 1745, en la que el aristócrata escocés Carlos Eduardo Estuardo, pretendiente al trono de Gran Bretaña, trató de hacerse con el mismo.
Así que no tenían ningún problema en evitar pagarle impuestos a la corona británica.
El contrabando de té era tan popular que los periódicos escoceses y del norte de Inglaterrapromocionaban la venta de la bebida, conocida como el "té de Gotemburgo".
El monopolio
Para muchos comerciantes británicos de té, comprarlo contrabandeado tenía sentido, de acuerdo a Derek Janes, historiador de la Universidad de Exeter, en el Reino Unido.
"La Compañía Británica de las Indias Orientales tenía el monopolio de las importaciones de té, así que si un mercader escocés quería comprar la infusión, tenía que ir a Londres y pagar por adelantado para obtenerlo".
Pero, "si se lo compraba a los traficantes, el costo se reducía a la mitad, no tenía que pagar impuestos, recibía la carga en la puerta de su casa e incluso obtenía hasta cuatro meses de crédito. ¡Recibía un servicio mucho mejor!", añade Janes.
Una de las personas que participaba en ese negocio era John Nisbet, quien se enriqueció tanto que le comisionó al reconocido arquitecto John Adams el diseño de una mansión cerca de un puerto escocés que incluía espacios para almacenar el té contrabandeado.
Cuándo las autoridades recibían algún aviso acerca de la llegada del barco de Nisbet, generalmente era demasiado tarde para que pudieran confiscarlo. Cuando se acercaban al puerto, la mercancía ya se había descargado y distribuido.
Pero incluso si los bienes del contrabandista eran confiscados, existía la posibilidad de que pudiera llegar a un acuerdo con los funcionarios y comprar la carga de nuevo.
"Nisbet perdió su barco y su mercancía en una oportunidad. Pero en documentos consta que el abogado que defendía los intereses del departamento de aduanas en Edimburgo, Escocia, indicó que los testigos del caso habían desaparecido", cuenta Janes.
La historia termina, según el historiador, con un acuerdo al que llegó Nisbet: pagó US$300 para recuperar el té y, pese a eso, la operación le dejó ganancias.
Mayor patrullaje
En 1784 el gobierno se dio cuenta de que los altos impuestos estaban causando muchos problemas, así que decidió reducirlos a 12,5%, logrando que el té se volviera accesible para la mayoría.
El cambio hizo que los contrabandistas empezaran a dedicarse al negocio de los vinos y las bebidas alcohólicas.
Con las guerras napoleónicas -que tuvieron lugar entre 1803 y 1815- llegó el resurgimiento del comercio ilegal.
Pero después de 1815, cuando el control de la Armada Real sobre los mares era indisputable, los días del contrabando estaban contados.
El negocio no generaba ganancias que compensaran el riesgo de que los funcionarios de hacienda confiscaran la carga o las naves.
El mismo Nisbet quebró como consecuencia de los múltiples bienes que perdió.
Fue la economía la que le puso fin a la era del contrabando. El Reino Unido adoptó una política de libre comercio a finales de 1840, lo que redujo los impuestos significativamente, así que la operación comercial ilegal dejó de ser un negocio lucrativo.