El tiempo parece haberse detenido en el pintoresco Biertan, uno de los siete pueblos sajones de Transilvania declarados Patrimonio Mundial por la Unesco.
Las carretas tiradas por caballos siguen siendo parte de la vida cotidiana, al igual que el encuentro de los residentes locales en la plaza empedrada para intercambiar sus mercancías.
En el corazón del pueblo, una iglesia fortificada del siglo XV domina los alrededores.
Dentro de sus terrenos hay un pequeño edificio con una habitación apenas más grande que una alacena donde, durante 300 años, el obispo local encerró a las parejas con problemas matrimoniales.
Se esperaba que, al ser recluidas allí, pudieran resolver sus problemas y evitar así un divorcio.
Puede sonar a pesadilla, pero los registros muestran que esta "prisión matrimonial" resultaba bastante efectiva.
"Gracias a este edificio, en los 300 años en que Biertan tuvo obispado sólo hubo un divorcio", dice Ulf Ziegler, el actual cura del pueblo.
Espacio compartido
Hoy en día, la pequeña y oscura prisión es un museo con sus sufridos maniquíes incluidos.
La razón para seguir unidos no era probablemente el amor. El motivo era trabajar y sobrevivir
El cuarto tiene techos bajos y paredes gruesas, y está apenas equipado con una mesa y una silla, un cofre y una cama tradicional sajona, suficientemente pequeña como para ser de un niño.
Mientras las parejas intentaban recomponer sus matrimonios en el pequeño espacio, todo tenía que ser compartido, desde la única almohada y la sábana hasta el juego de mesa individual.
El luteranismo, la religión de los sajones de Transilvania, regía la mayoría de los aspectos de la vida.
Aunque el divorcio estaba permitido bajo ciertas circunstancias -como en el caso de adulterio- se prefería que las parejas intentaran salvar su unión.
Así, de forma voluntaria, una pareja que contemplaba el divorcio visitaba al obispo, quien se encargaba de encerrarla para evitar que los miembros siguieran caminos separados.
"La prisión fue un instrumento para mantener a la sociedad en el antiguo orden cristiano", explica Zieger, destacando que también servía para proteger a las mujeres y niños, quienes dependían de la unidad familiar para sobrevivir.
Si un divorcio ocurría, el esposo tenía que pagar a su exesposa la mitad de sus ingresos, pero si el hombre se casaba de nuevo y luego se volvía a divorciar, la segunda esposa no tenía derecho a nada.
Colonos industriosos
En el siglo XII, los colonos sajones -originalmente de zonas hoy pertenecientes a Francia, Bélgica, Luxemburgo y Alemania- fueron invitados por el Rey Géza II de Hungría a asentarse en la Transilvania rural y protegerla de las amenazas de los invasores tártaros y otomanos.
También a desarrollar la economía del lugar.
Los sajones de Transilvania fueron artesanos industriosos, y Biertan se convirtió en un importante pueblo comercial y centro cultural con una población de 5.000 personas en 1510.
Al caminar por sus calles, cuando el sol comienza a desaparecer detrás de las colinas ondulantes, observo a algunos habitantes locales se sientan a beber cervezas al aire libre, mientras un agricultor pasa en su carreta de heno.
La imponente iglesia, con sus nueve torres fortificadas adyacentes, está iluminada y su propósito original salta a la vista.
Era un punto central para los primeros colonos sajones, un lugar de seguridad y culto.
Está fortificado y desde sus murallas de 11 metros de altura se puede apreciar la panorámica del pueblo y del campo que lo rodea.
Hoy muchos de los actuales residentes trabajan la tierra utilizando antiguas técnicas de agricultura y se ganan el sustento con sus productos.
Así, en las verdes colinas adyacentes se observan pastores curtidos conduciendo sus rebaños de ovejas, una escena que probablemente no ha cambiado muchos desde hace varios siglos.
Lección del pasado
En Biertan la vida sigue a un ritmo lento, meditativo. Sin embargo, en estos tiempos hay menos presiones económicas y religiosas para que las parejas con problemas sigan unidas.
"La razón para seguir unidos no era probablemente el amor. El motivo era trabajar y sobrevivir", resalta Ziegler.
"Si una pareja estaba encerrada por seis semanas, era muy difícil que tuvieran suficiente comida al año siguiente, así que tenían la presión de salir y seguir trabajando juntas".
En las familias modernas, hay menos y menos tiempo para los demás. Somos más egoístas que nuestros ancestros
Ziegler considera que el concepto de una "prisión marital" deja lecciones potencialmente útiles para cualquier matrimonio moderno.
Y cuenta que ha recibido solicitudes de parejas en problemas que buscan usar la prisión para salvar sus matrimonios.
"En las familias modernas hay cada vez menos tiempo para los demás. Somos más egoístas que nuestros ancestros", dice Ziegler.
"Sufrimos de soledad y es por eso que hoy necesitamos hablar más, de manera que podamos encontrar lo que es importante para nosotros y lo que nos conecta".