La otra Montevideo: la extraña experiencia de visitar el pueblo en Minnesota, Estados Unidos
Piensa en esto: llegas a un lugar llamado exactamente como tu ciudad natal, con una estatua de tu prócer nacional en la plaza céntrica y donde, una semana al año, cuelgan banderas de tu país a lo largo de toda la calle principal.
Pero estás a 10.000 kilómetros de distancia, en un pequeño pueblo rural donde ni siquiera pronuncian el nombre del lugar como tú lo haces. De hecho, no te entienden cuando lo dices.
Esa extraña sensación de familiaridad con desconcierto me acompañó durante los tres días que estuve en Montevideo, Estados Unidos, la ciudad hermana de mi Montevideo, Uruguay.
Los orígenes
La diferencia es sutil pero suficiente para generar problemas de comunicación.
El pueblo de 5.200 habitantes ubicado en el estado de Minnesota, en el medio oeste estadounidense, se pronuncia "Montevídeo". Para un uruguayo esto suena muy antinatural, aunque no tanto como oír el apodo cariñoso "Monti" que usan los lugareños.
En el caso de la capital uruguaya, existen múltiples teorías sobre el origen del nombre.
Hay quienes dicen que la palabra apareció primero en mapas españoles como "Monte VI D. E-O", una anotación que significa "el sexto monte de Este a Oeste" que se ve al navegar por el margen del Río de la Plata que hoy pertenece a Uruguay.
Otros afirman que surge de la inscripción "Vidi" que dejó el explorador italiano Américo Vespucio cuando descubrió el susodicho monte en 1501, mucho antes de la fundación de la ciudad, en 1726.
Y hay unos pocos que sostienen que, al ver el cerro, un vigía que navegaba junto al explorador portugués Fernando de Magallanes gritó: "Monte vide eu", lo que se traduce como: "He visto un monte", en una improbable mezcla de latín, gallego y portugués.
Pues la explicación de los estadounidenses para su nombre es cercana a la teoría del marinero políglota.
En 1879, 153 años después de la fundación del Montevideo del Cono Sur, un colono neoyorquino llamado Cornelius J. Nelson bautizó un terreno elevado con vista a los valles de los ríos Minnesota y Chippewa con un vocablo derivado del latín que localmente traducen como: "Desde la montaña veo".
"Pero Nelson era un hombre culto. Seguro sabía de la existencia de la ciudad sudamericana", afirma Patrick Moore, un periodista e historiador que vive en la Montevideo del norte desde hace 29 años.
Y puede que tenga razón. Ya en 1905 los gobernantes de las Montevideo intercambiaron banderas por primera vez, dando inicio a lo que Debra Lee Fader, actual alcaldesa de la localidad del norte, describe como "la relación de ciudades hermanas más antigua de Estados Unidos".
Fiesta Days
Montevideo se ve como cualquier pueblo estadounidense de las películas: casitas revestidas en madera con techos a dos aguas y jardines perfectamente verdes sólo interrumpidos por caminos de ingreso a las puertas de entrada y, por supuesto, a sus anchos garajes.
En un día normal, los pocos autos que circulan lo hacen despacio y la gente deja las cerraduras abiertas. Las personas se saludan por el nombre y siempre parecen tener tiempo para conversar. Por algo en Estados Unidos a la zona la apodan "medio oeste amable".
La vida en Montevideo es apacible. Pero una vez por año, durante una semana de junio, todo cambia.
Este domingo comienza Fiesta Days, una celebración que se organiza desde 1946 y que tiene a Uruguay como temática central.
Es ahí que se despliegan las banderas con el sol en cada columna de la calle principal, hacen un asado (con parrilla, no barbecue) y hasta reproducen el himno nacional uruguayo, aunque los organizadores reconocen que en los últimos años dejaron de pasar la versión completa de 6 minutos de duración, esa que le da el título del himno más largo del mundo.
Durante esos días, reciben visitas de pueblos cercanos, pero también de uruguayos ?en su mayoría, radicados en EE.UU.? que quieren ver con sus propios ojos este extraño fenómeno.
Uruguay, un país de apenas 3,2 millones de habitantes que vive a la sombra de dos gigantes como Brasil y Argentina, no está acostumbrado a ser el hermano grande de nadie.
"De no ser por el nombre, es muy probable que Montevideo no fuera un destino para los uruguayos", dice Angie Steinbach, subdirectora ejecutiva del ayuntamiento. "Pero por tener ese vínculo, existe una conexión internacional que nosotros honramos y tratamos de estimular en las nuevas generaciones".
Patrick Moore, uno de los mayores promotores locales de esta relación bilateral, explica: "Para que pequeños pueblos como Montevideo, Minnesota, crezcan y prosperen, necesitamos conexiones externas vitales con socios urbanos".
"De la relación con nuestra ciudad hermana aprendemos sobre un mundo más amplio: aprendemos lengua, arte, cultura, política, raza y comercio", dice el periodista al cual los hispanohablantes del pueblo y los uruguayos que llegan de visita llaman afectuosamente Patricio.
"El tipo de la espada rota"
Desde el tanque de agua pintado de celeste hasta la cartelería de la ciudad azul y blanca con radiantes soles amarillos dibujados, es posible encontrar varios elementos uruguayos a lo largo de Montevideo, Minnesota.
Incluso el ayuntamiento tiene una muestra permanente sobre Uruguay que, en palabras de Lee Fader, es "la mayor colección de arte original" del país en EE.UU.
Pero sin dudas el lugar más impactante es la Plaza Artigas.
Su nombre se debe a la presencia de una estatua del prócer uruguayo, José Gervasio Artigas, que mide más de 3 metros de alto, erigida sobre un pedestal de otros 1,5 metros, donde se lee: "Padre de la independencia de Uruguay".
Esta obra de 1,5 toneladas obsequiada por la Intendencia de Montevideo en 1949, fue forjada con bronce donado por familias uruguayas y, según la leyenda local, con peniques que juntaron los propios niños de las escuelas públicas capitalinas.
Por si esto fuera poco, la estatua se encuentra delante de un mural inaugurado en 2015 que muestra tres elementos característicos de la Plaza Independencia de Montevideo: el icónico edificio patrimonial Palacio Salvo, la moderna Torre Ejecutiva de Presidencia y la escultura a caballo de Artigas, donde se encuentra su mausoleo.
Lo extraño es que estos elementos están dispuestos en distinto orden y orientación respecto a la plaza real, una perfecta representación de esa cercanía y a su vez otredad que provoca el pueblo a los montevideanos.
A los jóvenes de "Monti" les sucede algo similar.
Como nieta del fundador de Minnesota-Uruguay Partners of the Americas, una organización sin fines de lucro que fomenta la unión entre el estado norteamericano y el país latino, Esther Hathaway sabe quién es Artigas.
Pero cuenta que para la mayoría de los adolescentes simplemente es "el hombre de la espada rota". Efectivamente, el llamado "Protector de los pueblos libres" tiene el arma partida.
?¿Alguien sabe quién es el hombre de la estatua que está en la calle principal? ?pregunté a una clase de alumnos de entre 10 y 11 años de la Escuela Pública Secundaria de Montevideo.
?No sé cómo se llama pero mi abuelo dice que es alguien de nuestra ciudad hermana ?respondió una niña. Fue la única en una clase de 20 alumnos.
La maestra, avergonzada, prometió enseñarles más sobre Montevideo para Fiesta Days.
Las reinas celestes
La existencia del otro Montevideo no es algo ampliamente conocido por los uruguayos.
El fotógrafo uruguayo Federico Estol, por ejemplo, publicó en 2011 un libro que se llama "Hello Montevideo", con imágenes del pueblo estadounidense y su gente.
Pero la idea de ese proyecto que lo convirtió en una suerte de celebridad local surgió después de que un día cualquiera, mientras googleaba el estado del tiempo, se encontrara con esta rareza.
Por eso mi casa fue una excepción.
Cuando tenía 4 años mis padres volaron por unas 17 horas hasta Minneapolis, desde donde debieron manejar casi 3 horas para finalmente llegar a la ciudad hermana. Mi padre iba como representante del gobierno de Montevideo para Fiesta Days y mi madre viajó como acompañante, pero terminó siendo la traductora extraoficial de la semana.
Al llegar a Montevideo descubrí que las personas con las que mis padres más convivieron en esos días, aquellos con los cuales durante un par de años mantuvieron una relación postal, habían fallecido.
Pero encontré a una persona que los recordaba bien: Gwen Thompson, la mujer que mi padre eligió como reina del Fiesta Days de 1989.
"Me río de sólo pensar cómo tus padres gentilmente me permitieron practicar mi español", me escribe la exreina, quien actualmente vive en Wisconsin.
En ese entonces, cuenta, era sólo una veinteañera "que soñaba con viajar por el mundo": "Me enamoré de sus historias del otro extremo del mundo y de su genuina bondad".
No pude conocerla a ella pero sí a sus padres, Sandy y Paul, con quienes cené y comí pastel ("el más rico de Montevideo"). Mi impresión de ellos fue la misma que Gwen tuvo de mis padres.
Sí, todo en Montevideo, Minnesota, es extrañamente familiar.
Tal es así que recién una semana después de haber regresado de Montevideo, EE.UU. me di cuenta por qué, en un raro impulso inconsciente, le había sacado una foto a una ilustración del pueblo.
Ese cuadro que encontré colgado dentro del baño de un bar era el mismo dibujo que durante toda mi infancia había visto en un pasillo de mi casa y que, en alguna mudanza, desapareció.