Alison Cameron, de Reino Unido, tenía 17 años cuando fue hospitalizada por una apendicitis.
"Me operaron para quitarme el apéndice y recuerdo que al despertar de la anestesia gritaba. El dolor era insoportable", explica.
Ahí empezaron tres años "horribles" de pruebas hasta que "llegaron a la conclusión, por descarte, de que los nervios estaban dañados".
Durante los siguientes 30 años, Alison recibió más de 50 inyecciones de crioanalgesia, una técnica especializada que alivia el dolor a largo plazo congelando el dolor abdominal, pero ninguna le detuvo el dolor durante más de seis meses.
Esto hizo que necesitase altas dosis de analgésicos que la dejaron sin poder comer ni beber. Como consecuencia, terminó con un tubo de alimentación que la llevó a perder peso, por lo que su salud se deterioró.
Cameron asegura que, a pesar de todo, siempre trató de mantenerse positiva, tal como le inculcó su madre.
"A pesar de lo mal que estuviese, siempre lograba encontrar algo positivo al final del día. Aunque eso no significa que no haya tenido momentos muy bajos", explica.
"Sufrí siete abortos espontáneos, y seis de ellos fueron realmente dolorosos. Así que no solo yo pagué el precio, sino también esas vidas potenciales", recuerda.
Cameron logró tener dos hijos en los descansos de los tratamientos, y ahora tiene tres nietas.
La mayor rompió a llorar la primera vez que vio a Alison sin el tubo para comer. "Para ella, con el tubo no era una abuela normal", asegura la abuela.
Hace cinco años, una inyección le provocó un colapso pulmonar, por lo que acabó en la consulta del neurocirujano Girish Vajramani, del Hospital Universitario de Southampton (Reino Unido).
"Alison es uno de los casos más difíciles que conocí", asegura el doctor.
"Se sometió a 50 criobloques durante 30 años, lo que no tiene precedentes, y llegó a mi consulta cuando ya era demasiado peligroso", continúa.
El equipo de Southampton le colocó un implante de estimulación a lo largo del nervio espinal, pero solo le redujo el dolor en un 50%.
Alison se sometió a 20 procedimientos para implantarle más electrodos, y también para corregir los cables que habían salido de su lugar.
También tuvo que llevar un corsé durante dos años para tratar de mantener los cables donde correspondía.
Su cuerpo, con unas articulaciones hipermóviles, no conseguía mantener los electrodos en su lugar.
Tratar de abrazar a sus nietas mientras llevaba el corsé fue uno de sus momentos más tristes, explica Cameron.
Después de que el equipo médico agotase todas las posibilidades disponibles, buscaron opiniones de todo el mundo, pero las opciones eran limitadas.
En un último intento para liberarla del dolor, el doctor Vajramani le insertó un implante, combinado con un estimulador de la médula espinal, para crear un modelo híbrido.
Se lo implantaron en dos operaciones en diciembre de 2018.
"Cuando encendieron los dispositivos y comprobamos que todos funcionaban, no sé quién sonreía más: si ellos o yo", cuenta Cameron.
Al cabo de cinco semanas ya había dejado todos los medicamentos que tomaba para el dolor.
"No puedo creerlo, y no puedo creer lo que hicieron para solucionarlo", dice.
"Todavía no puedo dejar de sonreír. Me paso el día con una sonrisa permanente en la cara porque no me lo puedo creer, asegura.
Ahora, a los 56 años, dice que "la vida es maravillosa" sin sufrir dolor, ya que finalmente "puede comer, beber y disfrutar de la vida social".
Y espera que su historia pueda "dar esperanza a otras personas de que, a pesar del tiempo que hace que se enfrentan a una adversidad, las cosas pueden mejorar".
Dos veces a la semana, Cameron tiene que recargarse sosteniendo dos discos en partes distintas de su cuerpo.
"Bromeamos con que la abuela tiene que cargarse y me llaman la abuela biónica", explica entre risas.
Después de las operaciones, Cameron logró tener su primera cena de Navidad en cinco años. "Fue algo pequeño, pero este año sí lo voy a celebrar por todo lo alto", concluye.