La mujer que hizo de su país un mejor lugar para morir
"¿Por qué quieres gastar dinero en la gente que se va a morir, cuando no tenemos suficiente para los pacientes que viven?".
Eso fue lo que las autoridades le contestaron en el año 2000 a Odontuya Davaasuren cuando recién llegada de una conferencia en Suecia sobre cuidados paliativos le planteó sus ideas al Ministerio de Salud de Mongolia.
En realidad hasta ese viaje ni la propia Davaasuren, que estudió pediatría en Leningrado, Rusia, había oído el término "cuidado paliativo".
Pero sí había visto de cerca la agonía de las personas que mueren con dolor.
El dolor de cerca
Davaasuren no pudo despedirse de su padre, que murió de cáncer de pulmón cuando ella tenía 17 años y estudiaba en el extranjero, pero su hermana le contó que había tenido "un dolor constante".
Años después, ya de regreso en Mongolia y trabajando como médico, Davaasuren compartió apartamento con su suegra, que murió de cáncer de hígado, y vio de primera mano cómo el dolor puede matar la paz en la fase final de la vida.
"La cuidé, le di de comer, la lavé, la cambié, pero no podía aliviarle el dolor porque no sabía cómo hacerlo", le contó la mujer a Anu Anand, corresponsal del Servicio Mundial de la BBC en Ulan Bator, la capital de Mongolia.
"Sentí vergüenza y sentí que era una mala doctora porque no sabía cómo ayudar", recuerda.
Además, en el trabajo Davaasuren vio a niños con leucemia tan adoloridos que nunca sonreían ni hablaban y a una madre joven que lloraba constantemente y pedía que la mataran para escapar del dolor del cáncer de estómago que la estaba consumiendo.
Mongolia, tierra de fuertes
En Mongolia, hogar del conquistador Gengis Khan, donde desde hace milenios los nómadas viven y mueren en las duras condiciones que impone la geografía y el clima, nadie sabía qué era eso de los cuidados paliativos.
Las ideas frescas que Davaasuren trajo de Europa hace casi 20 años cayeron inicialmente en oídos sordos. Pero ella estaba convencida.
"Una buena muerte... una buena vida antes de morir es un derecho humano", dice.
Y partiendo de esa premisa se puso en marcha. Empezó a visitar a pacientes moribundos en sus casas y a grabar en video sus desesperados testimonios.
En aquel entonces cuando los doctores veían que ya no podían hacer nada por los enfermos terminales, les daban el alta del hospital y los dejaban lidiar con la agonía por su cuenta.
Sin calmantes, muchos consideraron suicidarse.
"Mucha gente decía "por favor mátame", dice Davaasuren.
"Preferían morir a seguir sufriendo. Después de grabarlos llegaba a casa por las noches y veía los videos y lloraba, los veía y lloraba. Vi tanto sufrimiento...".
La cuarta parte del país, enferma de hepatitis
Mongolia tiene la tasa de cáncer de hígado más alta del mundo. Es seis veces más que la media global, y va en aumento.
Detrás de ese dato hay dos enfermedades infecciosas: la Hepatitis B y la Hepatitis C, contagiadas por el uso de sangre contaminada y por el sexo sin protección.
Más de un cuarto de la población de Mongolia es enferma crónica de uno de los dos males.
Son enfermedades que matan lentamente. Después de muchos años algunos pacientes desarrollan tumores en el hígado, pero para cuando aparecen los síntomas normalmente es demasiado tarde.
Dadas las estadísticas, Davaasuren sabía que era muy probable que la mayoría de las familias del país pasaran en algún momento por esa experiencia de sufrimiento.
Ejerció tal presión emocional sobre las autoridades de salud que sus esfuerzos rindieron fruto en 2002, cuando le permitieron establecer el primer programa nacional de cuidados paliativos, para apoyar a los enfermos terminales y a sus familias.
Ayuda espiritual y morfina
Quince años después, cada hospital provincial del país ofrece ese servicio.
Davaasuren también logró una mayor disponibilidad de morfina, que ahora los pacientes de cáncer pueden adquirir gratuitamente en las farmacias hasta la muerte.
También formó a miles de doctores para que sepan ofrecer los dos aspectos que ella considera cruciales durante la fase terminal: analgésicos y apoyo psicológico.
"El cuidado espiritual es a veces mucho más importante que la morfina", dice.
"El cuidado espiritual puede aliviar el dolor. Los pacientes pierden la ansiedad, el miedo, el insomnio... y hay cambios muy buenos después de aceptar la muerte".
"A veces lloro con mis pacientes"
Davaasuren ahora tiene 59 años. Como parte de su trabajo visita a enfermos terminales en sus casas y los apoya en el hospital. También a sus familias.
En el área de cuidados paliativos del Hospital Nacional de Cáncer de Mongolia, se sienta a conversar de temas rutinarios con un hombre de ojos tristes.
Poco a poco la conversación va bajando de volumen y se vuelve más íntima. Se adivinan palabras suaves y se ven sonrisas.
"Se llama Renchin y trabajaba como constructor", le explica después Davaasuren al periodista de la BBC.
"Tiene cinco hijos. Siente que la muerte se está acercando pero a veces cuando están aquí los niños les dice 'estoy bien, no se preocupen', porque dice que él es un padre", cuenta la doctora.
"Pero yo le dije 'ahora es el momento de pensar en lo que necesitas decirle a tus hijos, en cómo te vas a preparar, porque creo que es la hora. Es mejor saber la verdad que tener una falsa esperanza'. Sonrió pero no lloró".
Después, Davaasuren habló con la hija de Renchin, que estaba sentada allí cerca. Su sonrisa amable cambió durante el curso de la conversación y se le saltaron las lágrimas.
"Le dije que su padre se estaba muriendo", relató Davaasuren.
"Dice que tenía esperanza de que pudiera curarse. Yo le dije, 'está en la fase terminal. Ahora no es el momento de bombardearlo con medicina, es hora de rodearlo de cariño'.
"Y ella dijo 'gracias, ahora lo entiendo'".
"Para mi todavía es muy difícil. A veces lloro con mis pacientes".