La historia del barco construido por EEUU para reflotar un submarino ruso hundido a 5.000 metros
Equipado con una gran torre de perforación y un moderno equipo de minería, en julio de 1974 un enorme e inusual barco zarpó desde Long Beach en California, Estados Unidos, hacia lo más recóndito del Océano Pacífico.
La nave había sido diseñada para llegar hasta el lecho marino y acceder a una fuente de enorme riqueza en el fondo del mar.
Se lo consideró el paso más audaz en búsqueda de abrir una nueva frontera para la minería y de extraer por primera vez metales valiosos del suelo marino.
Pero en medio de todo el frenesí que generó la expedición, había un pequeño detalle: era todo una mentira.
En realidad se trataba de un complot diseñado durante la Guerra Fría que dejaría profundas huellas casi medio siglo más tarde.
El verdadero objetivo de los tripulantes del gigante barco era un submarino nuclear soviético que se había hundido seis años antes a más de 2.000 kilómetros de Hawái.
Los rusos no habían logrado hallar su K-129 a pesar de una enorme búsqueda pero, gracias a una red de vigilancia subacuática, los estadounidenses pudieron detectar el submarino hundido.
Yacía a casi 5 kilómetros de profundidad, más hondo que cualquier otra nave recuperada.
No obstante, la ventaja militar que significaba tener acceso a los misiles nucleares rusos y poder estudiar las comunicaciones navales de los soviéticos llevó a la CIA a crear un audaz plan.
El llamado Proyecto Azorian no solo buscaba recuperar el K-129, sino hacerlo sin que los rusos lo supieran.
Con Howard Hughes
Para crear una cortina de humo los espías pretendieron que se trataba de una expedición minera subacuática en busca de nódulos de manganeso, unas rocas del tamaño de papas que yacen en el fondo del mar.
Se necesitaba de alguien que liderara el falso proyecto, alguien lo suficientemente rico y excéntrico que lo hiciera sonar posible. Encontraron a la persona ideal: el millonario inventor Howard Hughes.
Él accedió a participar y fue así que se diseñó en su nombre el Hughes Glomar Explorer, que presuntamente estaba equipado con todo lo necesario para minar el lecho marino.
En realidad, el barco estaba lleno de artefactos que parecían salidos de una película de James Bond.
El casco tenía enormes puertas que podían abrirse para meter y esconder el submarino soviético. Dentro había una pinza gigante con la que se planeaba recoger la embarcación.
Se tardaron seis años en tener el barco listo y el proyecto costó unos US$500 millones, lo mismo que se gastó en cada una de las misiones Apollo para llegar a la luna.
Entretanto, para convencer a los rusos de que el interés de Hughes era genuino, la CIA envió a supuestos ejecutivos del proyecto a hablar sobre la expedición en conferencias sobre minería oceánica.
"Hicimos que la minería oceánica sonara mucho más creíble", dice Dave Sharp, uno de los pocos agentes de la CIA que estuvo dispuesto a hablar con la BBC sobre la misión.
"Realmente engañamos a muchas personas y es increíble que el engaño durara tanto tiempo".
De hecho el complot fue tan efectivo que las universidades estadounidenses comenzaron a dictar cursos sobre minería oceánica. También comenzaron a subir las acciones de las empresas involucradas en el proyecto.
"La gente pensaba: 'Si Howard Hughes está involucrado, nosotros no podemos quedarnos atrás'", cuenta Sharp.
El agente recuerda que la tripulación del barco incluso recogió algunos nódulos, por si acaso eran vigilados por los soviéticos.
La misión recién pudo lanzarse el 3 de julio de 1974, después de que el presidente Richard Nixon regresó de una cumbre de paz en Moscú.
Las cosas no salieron como estaban planeadas. Muchas piezas del equipo sufrieron desperfectos. Si bien las pinzas gigantes lograron sujetar el submarino, este se partió cuando estaba siendo elevado.
Al final solo pudieron rescatar una pequeña porción delantera del K-129 pero los misiles y los libros con códigos nunca fueron hallados.
El fallido plan secreto salió a la luz un año más tarde y se abandonaron todos los esfuerzos por recuperar la nave.
Según Sharp, la revelación de que el proyecto minero era falso "sacudió repentinamente" a otras mineras y a diplomáticos de Naciones Unidas que en ese momento negociaban los derechos futuros a los minerales oceánicos.
Las acciones se derrumbaron y esto pudo haber marcado el fin de la minería oceánica. Sin embargo, irónicamente, el proyecto demostró que con una ingeniería audaz y mucho dinero era posible operar en lo más profundo del mar.
"Era difícil, pero mostramos que era posible", dice Sharp.
* Este artículo es un extracto de un reportaje que se publicó originalmente en BBC Mundo en febrero de 2018 y ha sido republicado con motivo del hallazgo del submarino ARA San Juan en Argentina. Pueden ver el reportaje íntegro aquí: La misteriosa y costosa misión de la CIA que dio pie a la carrera para buscar metales preciosos en el fondo de los océanos casi medio siglo después