"Tienes que decir que soy muy guay y que hago skate".
"¿Y qué más?", le pregunto.
Lara me clava una mirada sospechosa. Sus ojos verdes oscuros asoman por debajo de los mechones de pelo rojo que coronan su cabeza y que le caen, despeinados, sobre la frente.
"¡Que mi madre es la mejor, la más moderna y la más chula de toda Barcelona!", me asegura, y se esconde detrás del helado de fresa que está acabando de comer.
"Ohh", entona su madre, la directora de cine para adultos Erika Lust, sin quitar los ojos de su hija.
"¿Solo de Barcelona?", le exhorta su padre, Pablo Dobner.
Lara mueve con el pie la tabla de skate. Detrás, a unos 20 metros, una decena de adolescentes como ella hacen piruetas en la plaza.
"Bueno ¡del mundo!", grita convencida.
"¿Y qué opinas del trabajo de tu madre?", le pregunto.
"Estoy de acuerdo", contesta, seria. "Sé que hace películas eróticas no machistas y que están enfocadas al placer de las mujeres. ¡Y me parece bien!".
Lara casi no ha terminado la frase cuando, subida al skate, alcanza a sus amigos de dos zancadas.
"Te juro que no la hemos adoctrinado", me dice sonrojada su madre, la mujer que desde hace 15 años quiere "hacer la revolución" con el porno.
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Entre el estigma público y el placer privado
Pocas expresiones culturales son tan universales como la pornografía.
En América, en Asia o en Europa la gente se comunica en centenares de idiomas distintos, sus gastronomías mezclan miles de ingredientes diferentes e incluso se ama o se odia según sentimientos tan únicos como propios.
Pero es muy probable que la gran mayoría de los adultos que habitan el planeta tengan algo en común: que al menos una vez en su vida han visto alguna imagen pornográfica.
Al mismo tiempo, pocas manifestaciones culturales han generado reacciones tan encontradas como lo que la Real Academia Española (RAE) define como la "presentación abierta y cruda del sexo que busca producir excitación".
En la milenaria y accidentada línea de la historia humana, la pornografía ha representado para algunos el atajo más cómodo al paraíso del placer, mientras que para otros ha sido la transitada avenida al infierno de la corrupción moral.
Ha sido y es considerada una fuente inagotable de escándalo y perversión y, a la vez, el nutriente de bajo coste del deseo sexual; la causa principal de la depravación de los adolescentes, pero también el lubricante de prácticas placenteras adultas; la forma moderna y aceptada de la cosificación del cuerpo de las mujeres y, al mismo tiempo, el símbolo de su liberación y emancipación del patriarcado.
Sin contar que, entre el ying del estigma público y el yang del placer privado, la pornografía ha dado vida a un negocio no siempre transparente valorado en varios miles de millones de dólares.
Pero incluso en esa milenaria, accidentada y contradictoria línea de la historia humana no faltan puntos cardinales a los que encomendarse para no perderse. Dos, en concreto.
El primero me lo explica Iván Rotella, portavoz de la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología (AEPS) de España.
"El porno forma parte de nuestra cultura desde siempre. Ha sobrevivido a todas las dictaduras, a todas las épocas y a todas las religiones. Y mientras las relaciones sexuales tengan algo que ver con el ser humano, vamos a ver porno".
Y el segundo me lo ilustra la arqueóloga Caterina Serena Marcucci mientras recorremos los pasillos del Gabinete Secreto de Nápoles.
En estas salas del Museo Arqueológico (MANN) de la ciudad italiana, los reyes borbónicos recopilaron los artefactos con tema erótico o sexual que a partir de 1748 salieron a la luz en las excavaciones de Pompeya y Herculano.
En las paredes y las estanterías de lo que también fue denominado "Gabinete de objetos obscenos" lucen enormes falos de arcilla, cántaros decorados con escenas sexuales y murales en los que hombres, mujeres y animales mitológicos se retuercen, a menudo desnudos, en poses a veces imaginativas, a veces previsibles.
Los monarcas les concedían el acceso solo a "personas maduras y de reconocida moralidad"; es decir, a hombres ricos y poderosos.
A los pobres, a los jóvenes y sobre todo a las mujeres los salvaban de la perdición que conllevaría semejante visión.
"En todas las representaciones de apareamiento sexual el protagonista es el hombre. La mujer solo era objeto de placer", me dice Marcucci. "El placer femenino no se contemplaba nunca".
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"El hombre siempre ha tenido el derecho de disfrutar de su sexualidad", me dice Erika Lust cuando nos encontramos en una enorme terraza de una enorme casa modernista del barrio Eixample de Barcelona.
Es aquí, en el piso noble de un edificio del siglo XIX, donde ella y su marido decidieron trasladar hace un año y medio las oficinas de ErikaLustFilms, su productora de cine porno feminista.
"Pero nosotras tenemos nuestros propios impulsos sexuales, nuestros deseos. Nuestros cuerpos en la sociedad están hipersexualizados pero, al mismo tiempo, nos han dicho que deberíamos avergonzarnos de ser abiertamente sexuales y de ser dueñas de nuestra sexualidad si no es al lado de un hombre".
Sentada detrás de una mesa de jardín, con las manos que voltean en el aire, el acento escandinavo de Erika aporrea las consonantes de un castellano excelente.
Me dice que en los últimos 15 años el objetivo de sus películas ha sido acabar con el estigma asociado al cuerpo femenino, que quiere mostrar que el placer femenino es importante, que "la única respuesta al porno malo es hacer mejor porno".
Pero ¿qué quiere decir "mejor porno"?
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El porno puede ser distinto
La primera vez que vio una película porno, Erika Lust se llamaba Erika Hallqvist, tenía la misma edad que tiene ahora su hija Lara, 13 años, y vivía en la misma ciudad donde había nacido en 1977, Estocolmo.
"¡Bleah! ¡Qué feo!". Ante el recuerdo de aquella experiencia, su rostro se retuerce en una mueca de asco infantil. "Pensé que lo que estábamos viendo no era para nada interesante. Que incluso era ridículo".
La segunda vez tenía 19 años. La experiencia se la propuso su novio de entonces y ella aceptó intrigada.
En aquella ocasión no sintió asco, pero sí algo que todavía no conseguía nombrar.
"Sentí que mi cuerpo reaccionaba", cuenta.
"Evidentemente viendo imágenes sexuales potentes te pones cachonda, y quería que me gustase. Pero me acuerdo también de que mi cerebro discrepaba. '¿Por qué siento que me gusta algo que no me gusta?', me preguntaba".
"Veía claramente que mis amigos hombres estaban a gusto con la pornografía, que era algo que consumían y que no les causaba ningún conflicto, mientras que para mí y muchas de mis amigas sí", dice.
"Nosotras queríamos entenderlo y ver incluso si podíamos cambiarlo un poco".
Pero la "revelación" -como la llama- la tuvo cuando vio la obra de Candida Royalle, a quien en su libro "Porno para mujeres" Erika define como "la pionera de las películas eróticas y dirigidas desde la perspectiva de la mujer".
"Hasta ese entonces, para mí la pornografía era un género hecho por hombres para los hombres", me explica Erika. "Pero de repente entendí que no necesariamente tiene que ser así"
Entendió que las protagonistas no tienen que ser necesariamente lolitas seducidas por profesores lascivos o amas de casa que se acuestan con el fontanero, que la silicona puede brillar por su ausencia, que las escenas no tienen que acabar después de la eyaculación masculina, que después puede haber besos, caricias y hasta promesas de amor eterno.
Estaba cursando Ciencias Políticas en la Universidad de Lund y sus lecturas se centraban en los estudios de género; es decir, en las relaciones de poder en la sociedad entre los hombres y las mujeres.
Pero Erika Hallqvist era aún "la típica estudiante un poco nerd y demasiado tímida como para pensar en hacer cine porno" y no podía imaginarse que lo que acaba de descubrir se volvería la base las películas de la futura Erika Lust.
Lo que a Erika Hallqvist aún le faltaba eran la conciencia de cuál podría ser su destino, un puñado de encuentros decisivos y un lugar que se volvería trascendental para el resto de su vida.
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Tres descubrimientos inesperados
Además de los estudios de género, a Erika Hallqvist le apasionaban la cultura española y ponerse a prueba en situaciones poco usuales, como pasarse un verano entero a bordo de un buque de la marina sueca.
Finalmente, en el 2000, decidió echar el ancla en Barcelona, una ciudad que en esos años fue la meta de una generación de jóvenes europeos por su atractiva mezcla de modernidad cultural y su envidiable calidad de vida.
Allí, a orillas del Mediterráneo catalán, tuvieron lugar tres acontecimientos decisivos para Erika.
El primero fue lo que ella llama el "proceso liberador": la exploración de su feminidad.
"La de Suecia es una sociedad con doble moral", me explica. "Por un lado, la sexualidad y la desnudez están muy aceptadas, pero, por el otro, el sex-work (trabajo sexual), la prostitución y la pornografía suelen ser muy mal vistos".
Durante este proceso conoció a Pablo Dobner, un argentino unos años mayor que ella que se convertiría en su pareja, el padre de sus dos hijas y el actual CEO de la empresa ErikaLustFilms.
El segundo fue el descubrimiento algo casual de un talento para la organización.
Barcelona en esos años era el escenario favorito de muchos directores para rodar películas y anuncios publicitarios, y Erika empezó a trabajar como ayudante en varias empresas de producción audiovisual.
Pero probablemente el acontecimiento más importante fue producir su primera peli porno.
La idea surgió en la primavera de 2004, durante "una noche de mucho alcohol" con una amiga que trabajaba para una empresa muy conocida en el ámbito del entretenimiento para adultos.
Erika estaba acabando un curso de cinematografía y decidió que su trabajo final sería un cortometraje con escenas de sexo explícito: The Good Girl.
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"Aquí es donde pasa la magia"
Álex, una mujer de negocios inteligente y exitosa, vuelve a su loft después de una intensa jornada de trabajo. Se quita los zapatos, se sirve una copa de vino y decide pedir una pizza.
Cuando llega el repartidor, un atractivo moreno, la película se centra en las efusivas relaciones sexuales de los dos protagonistas.
Después del coito, los dos, abrazados en la cama, empiezan a hacer bromas y a reír. "Y además", explica Erika, "ella paga su pizza". Y larga una carcajada.
Es el argumento de The Good Girl, un cortometraje que, por un lado, se burla de uno de los mayores clichés del cine porno, y por el otro cumple con las expectativas del género.
Lo rodó tirando de sus ahorros -"¡Los actores me costaron una pasta!"-, en el loft que compartía con su pareja.
"Era tan ingenua que como banda sonora usé una canción de U2 y lo firmé con mi verdadero nombre. ¡No tenía ni idea de que lo podría comercializar!".
Durante una fiesta en casa, se lo proyectaron a unos amigos, quienes la animaron a enviarlo a festivales.
Al año siguiente el corto ganó los 1.000 euros (unos US$1.200) del primer premio del Festival Internacional de Cine Erótico de Barcelona. "Allí entendí que ese era el camino".
Sin embargo, cuando le propuso a una productora porno que se encargara de la distribución, le contestaron que no había mercado para este tipo de producto.
"Las mujeres no pagan por porno", le dijeron, "a las mujeres se les paga por eso".
En ese momento, inicios de 2005, las principales redes sociales eran los blogs y Erika tenía uno en Blogspot, una de las plataformas de bitácora online más populares.
Subió en él The Good Girl y en pocos días el corto acumuló más de dos millones de descargas. Fue así como ocurrió "la magia", dice refiriéndose al éxito comercial.
Poco después nacía Erika Lust, un apellido (lust, en inglés, significa "lujuria") que definiría su destino.
En los años siguientes, Erika fundó con su pareja Pablo su propia productora especializada en "porno feminista", dirigió otras películas y las comercializó en DVD en tiendas especializadas en entretenimiento para adultos de Europa y Norteamérica.
Al igual que le pasó a Netflix, con la difusión de Internet de banda ancha y la popularización de los dispositivos móviles, el modelo de negocio pasó de los DVD al del streaming online.
Actualmente la empresa ErikaLustFilms tiene cuatro plataformas, XConfessions, LustCinema, ElseCinema y The Store, y sus catálogos ofrecen más de un centenar de películas.
Las primeras tres son accesibles a través de una subscripción que cuesta entre los US$70 y los US$100 anuales. En la cuarta es posible pagar por película.
En los últimos 15 años la empresa creció de manera constante y ahora suma decenas de miles de usuarios y subscritores, repartidos principalmente entre Alemania, Estados Unidos, Francia y Canadá, pero con presencias significativas también en Brasil y Argentina.
Este año el volumen de negocio rondará los US$7 millones, más que nunca, también gracias, dice Pablo Dobner, a que mucha gente se ha quedado más tiempo en casa a causa de la pandemia.
"Mi madre no podía entender cómo una mujer con buenas notas, 'empollona', determinada, podría querer dedicarse a eso", me suelta, con una expresión entre divertida y afligida. "Y sigue sin entenderlo".
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"Las mujeres quieren ver a otras mujeres disfrutando"
Detrás de la mesa de la enorme casa modernista donde nos encontramos, Erika argumenta su visión.
Lo hace con la misma desenvoltura que muestra en los libros que ha publicado, las decenas de entrevistas que ha concedido, los numerosos programas de televisión en que ha participado, el capítulo de una serie documental de Netflix en que ha aparecido y hasta en una charla Ted que acumula un millón de visitas en YouTube.
Dice que fue su pareja quien convenció a la activista determinada pero introvertida que era de que se pusiera la capa de Erika Lust y se enfrentara al mundo de la comunicación.
También Natascha Tucek, quien la conoció a principios del 2000 y es una de sus amigas más cercanas, confirma esa lucha entre su carácter introvertido y la faceta pública pizpireta.
"Ella sabía que si quería lograr su objetivo, si quería cambiar algo en este mundo tenía que salir. Con el tiempo se ha creado un personaje público, como si fuera una actriz", cuenta Tucek, quien también trabaja en la productora. "Se enfunda el traje de Erika Lust y sale al escenario".
Con ese traje puesto, Erika me explica que a sus películas se les llama "pornografía" porque muestran sexo explícito, pero en seguida aclara que la palabra está muy estigmatizada y se asocia a las escenas extremas y violentas que están disponibles en los sitios web gratuitos.
Por eso ella prefiere hablar de su trabajo como "pornografía alternativa", "cine independiente para adultos" o "cine erótico". "Porque mis películas", explica, "tratan también del entendimiento erótico, de cómo conectan las personas, de dónde surge el deseo".
A pocos metros de nosotros, a través de los ventanales por los que entra una diáfana luz de octubre, se puede ver a algunos de los empleados de su productora. Son unos 30 y casi todas mujeres, me dice orgullosa.
"No tenemos una política de no contratar a hombres", aclara, "pero tenemos mucho cuidado con los que entran en nuestra organización. Nos aseguramos de que entienden nuestros valores".
"Mi principal objetivo", cuenta, "es retratar a mujeres que son conscientes tanto de su poder como de sus límites, que son inteligentes, que tienen una actitud positiva hacia el sexo y que no tienen ninguna vergüenza de mostrar su 'yo' erótico".
- Y eso, ¿cómo lo haces?
"Estamos acostumbrados a películas para adultos hechas por hombres, enfocadas en el placer masculino y en el atletismo sexual", dice.
"Pero yo quiero retratar sexo excitante y realista con una visión cinematográfica, y capturar todo el sentimiento: la química entre los artistas, sus cuerpos tocándose y la evolución de sus sensaciones durante el sexo.
Por eso solo hago el porno que apreciaría como espectadora y con el que preferiría que se involucraran mis hijas".
Para lograrlo, al principio tuvo que "despornificar" a sus actores, pedirles que tuvieran relaciones sexuales "como las que tienen en su vida normal".
Además, se asegura de que haya mujeres detrás de la cámara, de tener su mirada, y que decidan sobre cómo se produce y presenta la película.
"Pienso mucho de dónde viene esa mirada para definir qué es erótico, qué es sexy, qué queremos ver".
- ¿Y qué quieren ver las mujeres?
"Quieren ver mil cosas distintas, igual que los hombres. Somos muy diferentes entre nosotras, pero tenemos una cosa en común: nos gusta ver placer femenino. ¡Las mujeres quieren ver a otras mujeres disfrutando y viviendo libremente su sexualidad!".
De repente, el tono de voz de Erika sube, su acento escandinavo vuelve a aporrear las sílabas.
"Estamos hartas de ver todas esas situaciones fake (falsas) donde las mujeres están gritando esos orgasmos tan poco reales y ¡sin ni siquiera tener estimulación!".
El volumen de su voz aumenta aún más.
"Por eso insisto tanto en la mirada. Como mujeres ¿cómo vemos el mundo?, ¿qué deseamos?, ¿cómo deseamos? Está todo dentro de nosotras y por eso para mí es tan importante tener a tantas mujeres en mi equipo".
- ¿Por eso se ha definido tu porno como feminista?
"Siempre he dicho que soy feminista y, naturalmente, mis valores se inyectan en todo lo que hago.
Para mí, el feminismo es tratar de luchar por la igualdad de género real, con el fin de tener a mujeres con voces relevantes en las decisiones sociales y políticas, así como protagonismo en las relaciones y el sexo.
¿No es eso de lo que se trata el feminismo? Si no es eso, bueno? ¡Querrá decir que soy una feminista indecente!".
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¿Una estrategia de marketing?
"Son puras tonterías. Erika Lust dice que está empoderando a las mujeres de todo el mundo para que disfruten del sexo, cuando lo que está haciendo es explotarlas".
La voz de Gail Dines, profesora emérita de sociología y estudios de la mujer en el Wheelock College de Boston, en Massachusetts (EE.UU.), truena iracunda en mis auriculares.
Le acabo de preguntar qué opina sobre el porno feminista de Lust y si cree que realmente es un instrumento de empoderamiento de las mujeres.
Su respuesta a ambas preguntas es contundente: "Lo que cuenta es puro marketing. No se lo compres. No te lo tragues".
El diario británico The Guardian la definió hace unos años como "la principal académica y activista antipornografía del mundo" y ella la luce la descripción orgullosa en su página web.
La pornografía es, según Dines, "la crisis de salud pública de la era digital" con dos consecuencias nefastas.
Una es la "degradación y humillación" de las mujeres, que son "reducidas a objetos desechables". Eso y el lenguaje utilizado -el llamarles "puta" o "perra"- refuerzan los estereotipos machistas de dominación de género y legitimarían la violencia contra ellas, insiste la experta.
La otra es que la pornografía se ha convertido en la "principal forma de educación sexual" para millones de menores.
"Los niños están aprendiendo que la violencia, la degradación y la humillación son fundamentales para el sexo. Y todo esto en una sociedad patriarcal donde la violencia contra las mujeres está completamente fuera de control, ya sea por las violaciones, el incesto o las agresiones".
A quienes la acusan de estar en contra del sexo, Dines replica que no, que al contrario, que las mujeres merecen absolutamente su placer sexual y el papel del feminismo es decirles que tienen derecho a tenerlo en sus propios términos.
Pero eso es muy distinto a convertirlo en un producto industrial, subraya, y para explicarse hace un paralelismo con McDonald's.
"No hay nada de malo en que te hagas tus propias hamburguesas y las disfrutes, pero sí que compres los productos de una industria que está destruyendo el medioambiente, que causa obesidad", comienza.
"Nadie está diciendo que quien se opone a McDonald's está en contra de comer, solo estás en contra de esa corporación", prosigue.
De la misma manera, "no estamos en contra del sexo. De hecho, yo diría que si estás a favor de la sexualidad femenina, tienes que ser antiporno".
Dines me asegura haber comprado una subscripción a una de las plataformas de Erika Lust, pero lo único que destaca positivamente es que en sus películas se ven más besos.
"Pero esto no quita", dice, "que lo que hace es monetizar los cuerpos de las mujeres para que pueda obtener sus ganancias".
Según esta británica, Lust ha ideado "una estrategia de relaciones públicas muy inteligente" para destacar en un mercado saturado.
"Consiste en envolverse en una bandera feminista y decir que lo hace es ético, para que la gente que compra sus productos se sienta mejor. Pero es como decir que estás comiendo un McDonald's ético, y eso no es posible".
También Rosa Cobo, la directora del Centro de Estudios de Género y Feministas de la Universidad de La Coruña, en España, cree que el porno, cualquiera que sea el tipo, no es otra cosa que "la erotización de la violencia contra las mujeres".
La autora de "Pornografía. El placer del poder", libro que acaba de publicar, dice que el género "está fortaleciendo la cultura de la violación", y, además "desemboca en la prostitución, la alimenta, la nutre y la legitima".
"El porno es una parte fundamental de la industria de la explotación sexual", concluye.
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Calcular el valor de mercado de la industria de la pornografía online no es fácil.
Primero, por un problema de definición. ¿Dónde están los límites de lo que se considera "contenido para adultos"?
La segunda razón es que las empresas privadas que trabajan en este sector suelen ser opacas, con respecto tanto a sus dueños como a los datos de su facturación.
Sin embargo, según estimaciones de 2018 de la revista económica Quartz sobre el mercado estadounidense del entretenimiento, la industria pornográfica de ese país habría ingresado entre US$6.000 millones y US$15.000 millones.
Netflix ese mismo año registró ingresos por US$11.700 millones, mientras que la industria cinematográfica de Hollywood en su conjunto generó US$ 11.100 millones.
En otras palabras, el negocio de la pornografía online es enorme.
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"Nuestro porno es como una cocina de autor"
"No cenamos, así que tenemos que comer bien", me dice Pablo Dobner delante de una mesa llena de platitos de sushi en un restaurante japonés situado cerca del cuartel general de la productora.
"El porno efectivamente es como una comida", dice Erika. "Pero no todas son iguales. Lo que hacemos nosotros no te lo puedes tragar como una bolsa de patatas".
"Es más como una cocina de autor", la pisa Pablo.
"En lo nuestro se mira cada detalle, se prueban los sabores", lo interrumpe Erika. Y "nos enfocamos hacia un consumo más responsable, algo que ocurre cada vez más en el porno", añade.
"La gente se pregunta: '¿Lo que estoy viendo se corresponde con mis valores? ¿Me hace bien o me hace mal?'".
Cuando le pregunto si conoce a Gail Dines, Erika me mira con una sonrisa irónica. Por supuesto que la conoce.
Sin embargo, Lust y Dines sí coinciden en algo: que hay un problema con la difusión de la pornografía online entre los adolescentes.
Según un informe de la organización Save The Children de junio de este año, con la difusión de los smartphones y las redes sociales, la edad a la que acceden los adolescentes a la pornografía es cada vez más baja, alrededor de los 12 años, y casi uno de cada 10 niños lo hace antes de los 10 años.
El estudio revela que en muchos casos el primer contacto con contenido pornográfico es casual; "el porno no se busca, el porno se encuentra", como afirma un chico encuestado.
Y que sea de tan fácil acceso en plataformas gratuitas conlleva el riesgo de que los chicos y chicas moldeen su deseo en función de lo que ven en ellas.
De esa manera, se vuelve "un caldo de cultivo para que surjan diversas formas de violencia -de género, ciberacoso, discriminación-, así como relaciones basadas en la violencia, la desigualdad y la homofobia", concluye el estudio.
"Es así", me confirma Erika, preocupada, mientras me habla del día en que su hija y las amigas de esta se encontraron con un hombre masturbándose cuando curioseaban en un chat online que no exige registrarse para participar.
"Ella reaccionó enseguida y lo cerraron. Lo que pasa es que, como es mi hija, sabe mucho".
- ¿Le has explicado lo que haces?
"Sí, por supuesto".
- ¿Y cómo lo has hecho?
"Lo sabe desde pequeña, como algo natural. No ha habido una charla donde yo me he sentado y le he dicho: '¿Sabes lo que hace tu madre?'. Lo que hacemos forma parte de quienes somos y yo hago lo que hago sin ningún tipo de vergüenza, sin ningún tipo de miedo. E intento comunicarles esto a mis hijas".
- ¿Y cómo crees que reaccionará cuando se encuentre con unas imágenes pornográficas mainstream?"
"Hay que ayudarlos dándoles herramientas para poder pensar críticamente, para saber distinguir entre lo que es correcto y lo que no.
"Pero no hay que insultar su inteligencia, no puedes tratarlos como si no pudieran controlar sus emociones. No les puedes decir que la pornografía online los va a pervertir y que no van a poder desarrollar una vida normal sexual".
Para ella, al contrario que para Dines y varias otras activistas, el remedio al problema del acceso demasiado fácil a la pornografía no pasa por establecer una regulación más estricta y mucho menos por prohibirla.
"El deseo de ver a personas teniendo sexo es demasiado fuerte en el ser humano, por lo que el problema se volvería más grave aún, porque se confinaría a la web obscura, donde los controles son mucho más difíciles", explica.
Una medida para solucionarlo, dice, es hacer que todo el contenido pornográfico sea de pago, como es el suyo.
Y la otra es ya una de sus frase más emblemáticas y repetidas: la única respuesta al porno malo es hacer mejor porno, tanto hacia los consumidores como respectando a quienes trabajan en este ámbito.
"La realidad de las personas que se dedican al trabajo sexual es muy distinta a las teorías de los que tienen visiones utópicas del mundo".
"Yo conozco personalmente a muchos sex workers y la gran mayoría tiene sobre todo una preocupación: que se les garanticen sus derechos para no tener miedo ni a los clientes, ni a la policía, ni al estigma de esta profesión".
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La relación con los actores
"Y aquí hay un trío y una escena con Sylvan".
Sentada detrás de su enorme escritorio, Erika escucha seria a su colaboradora.
Entre pilas de papeles y varios sobres de cartas escritas a mano, justo al lado de una bolsita de maquillaje, una placa roja recuerda quién toma la decisión final en esta oficina.
Girl boss, advierte la inscripción grabada.
La colaboradora le está presentando el resultado del casting de la película que van a rodar dentro de unas semanas.
Hay una cosa que la inquieta.
La película relata la historia de amor y sexo entre una periodista, un profesor de historia y una coreógrafa - "un trío poliamoroso", me aclara levantando los ojos tras la pantalla de la computadora-, y una de las actrices es lesbiana.
- "Quiero asegurarme de que lo quiera hacer", insta Erika a su colaboradora. "No quiero empezar el rodaje y tener momentos incómodos".
- "Ha dicho que sí", le contesta.
- "No quiero ser pesada, pero sí estar segura".
- "No te preocupes. Se lo volvemos a preguntar".
La decena de actrices, actores y directoras que han trabajado con Erika Lust y con las que hablé para esta nota loan su valentía como pionera de un género nuevo, su profesionalidad y empatía en el escenario y el respeto de unas condiciones laborales y económicas que muchos definen como satisfactorias.
A parte de este coro de voces positivas, también hay solistas que tienen algo de lo que quejarse, pero solo acceden a hacerlo tras asegurarse de que su nombre no aparecerá publicado.
Una actriz que trabajó durante muchos años en la industria pornográfica y que hace un tiempo decidió dejarlo, cree que "Erika y su productora se aprovechan de la etiqueta feminista para facturar".
Esta actriz rodó varias películas dirigidas por Erika Lust y considera que, si respetaran las pautas éticas de las que hablan, deberían pagarles a los actores las regalías de la venta de sus películas y de sus fotos.
"Hay un montón de empresas que se lo están currando muchísimo y no reciben ni la mitad de la atención porque no son un imperio", me escribe por mensaje.
Otras lamentan que no haya mayor variedad en términos de representación racial y de orientación sexual.
En 2018 Erika Lust se vio envuelta en un caso polémico a causa de unas presuntas agresiones de una directora de su productora.
Mientras Erika está ocupada en una sesión de fotos en la oficina, le pregunto a Pablo Dobner, su pareja y CEO de la empresa, las razones de estas acusaciones.
"A Erika Lust se le exige cosas que nunca han pedido a otras empresas con las que han trabajado", protesta Pablo.
"Hay muchos activistas en el mundo de los sex-workers que están en contra de Erika Lust porque es una empresa capitalista".
Después del caso de 2018, ErikaLustFilms publicó una "Declaración de derechos del artista" y unas "Directrices para los directores invitados" que sus colaboradores están obligados a cumplir.
En estos documentos se establecen las pautas a respetar antes, durante y después del rodaje, desde la comida en el set de rodaje hasta el consentimiento explícito para realizar determinadas prácticas sexuales y el derecho a negarse a hacerlas.
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Barbies y ponies
Erika está a punto de terminar una sesión de foto promocional en su oficina. Viste unos vaqueros y una camiseta de tirantes blanca, sobre la que destella un pendiente en forma de E.
"Cuando su madre la vio esta mañana le preguntó: '¿Así vestida vas a ir?'", me cuenta Pablo mientras la directora posa tumbada en la cama.
"Cuando la BBC la puso en la lista de las 100 mujeres más relevantes de 2019, su madre no podía entender por qué se lo dieron a ella", se lamenta su marido.
La sesión de fotos ha terminado y Erika se sienta a descansar.
Le pregunto si alguna vez se planteó actuar en una de sus películas y rápido responde que no, que no va con su personalidad.
"Soy mucho más voyeur que exhibicionista", me dice con una sonrisa que delata algo de pudor. "Lo que me gusta es estar detrás de la cámara, crear las imágenes que veo y me imagino".
"Cuando era una niña, mi hermana y yo jugábamos mucho a las Barbies. Allí yo aprendí la creación narrativa y a mover los personajes en un escenario. También montaba a caballo y escribía artículos para una revista de equitación".
"¿Sabes?", me dice, "creo que en el fondo nunca he dejado de jugar a las Barbies y a los ponies", y larga una sonora carcajada.
Luego le pregunto si hay algunos límites que se ha impuesto en su profesión y se pone seria. Me contesta que ella los tiene muy claros: no rodaría nunca escena de violencia hacia la mujer ni se atrevería a representar escena de discriminación racial.
"En mi vida intento incorporar mi activismo", me aclara. "Si veo algo que no me gusta, me paro y protesto", aunque eso le comporte consecuencias. "Hay que nadar con más fuerza cuando vas a contracorriente", asegura mirándome fijamente.
"Pero creo que todos los que vamos a contracorriente hacemos una revolución".
*Edición: Leire Ventas.