La demencia de Howard Unruh, el primer "lobo solitario" en perpetuar un asesinato en masa de EEUU
"¿Qué le pasa? ¿Es psicópata?", le preguntó furioso uno de los policías que lo arrestó. "No soy psicópata. Estoy bien de la mente", le contestó llanamente Howart Unruh, el hombre que acababa de matar a 13 personas y herir a tres más en cuestión de 20 minutos.
"¿Cuándo tuvo por primera vez la idea de disparar o hacer daño a las personas a las que les disparó esta mañana?", le preguntaría poco después el fiscal Mitchell Cohen durante la declaración tomada en el Buró de Detectives del ayuntamiento de Camden, Nueva Jersey, Estados Unidos.
"A eso de las 3 de la mañana de hoy", respondió Unruh, con la misma calma que había contestado que tenía 28 años de edad, era soltero y vivía con su madre.
Continuando con la entrevista que había empezado a las 10:55 a.m. del 6 de septiembre de 1949 y que se prolongaría por alrededor de dos horas, Cohen preguntó: "¿Qué pasó para que concibiera el plan de matar a esa gente?".
"(El plan) se había estado formando durante dos años o más pero lo decidí esta mañana, cuando crucé la entrada (de su casa)".
"Era una narrativa horrible, repulsiva", recordaría años después el juez Cohen en una entrevista con el diario Camden Courier-Post.
La confesión, agregó, fue "fría, simple y clara, sin tratar de ocultar nada o ser furtivo (...) No hubo arrepentimiento ni lágrimas, pero sí una falta total de emoción".
La que se conoce como "La caminata de la muerte" de Howard Unruh es considerada como el primer asesinato en masa perpetrado por un "lobo solitario" en Estados Unidos, un tipo de crimen que se multiplicó desde 1966 pero que antes de ese fatídico día de 1949 no se conocía como tal.
A diferencia de sus sucesores -los tiradores que atacan colegios u oficinas, o asistentes a conciertos desde un edificio como fue el caso esta semana en Las Vegas- Unruh no se suicidó, ni resistió arresto o fue alcanzado por ninguna de las muchas balas que dispararon en dirección a su apartamento.
Se entregó pacíficamente ("No tenía nada contra la policía", explicó después); eso permitió que fuera examinado, no sólo en esa época sino después, gracias todo lo que quedó registrado tras su detención.
Su tipo de personalidad -bajo cualquiera de los rótulos que le han puesto- se volvería infelizmente familiar.
"Terriblemente demente"
"Lo que realmente me convenció de que debe estar terriblemente demente -afirmó el juez Cohen- fue que cuando se levantó después de dos horas (en la declaración), su silla estaba empapada de sangre: ¡había recibido un disparo y ni siquiera se había dado cuenta!".
A ojos de los peritos en este tipo de criminales de hoy, lo que indica que Unruh no estaba "bien de la mente" eran rasgos de su carácter, algunos reconocibles incluso por aquellos que no somos expertos.
¿Cuántas veces no has escuchado o leído declaraciones de los vecinos del perpetrador similares a "Era reservado" -como dijo un vecino anónimo- o "Era tremendamente educado, el tipo de persona que no mataría una mosca", como dijo el sastre, cuya esposa fue una de las víctimas?
¿Cuántas veces las autoridades han reportado que el perpetrador tenía, como Unruh, una habitación llena de armas y parafernalia de violencia -aunque ahora a mayor escala- como la que describió periodista Meyer Berger en su crónica, una de las que le valió el Premio Pulitzer de 1950?
"En las paredes peladas había pistolas en cruz; bayonetas alemanas, imágenes o artillería blindada en acción. Dispersos alrededor de la habitación había machetes, una pistola Roy Rogers, ceniceros hechos de proyectiles alemanes, clips de cartuchos 30-30 para uso con rifle y una variedad de recuerdos de guerra".
Efectivamente, como muchos otros hombres de su edad, Unruh era veterano de la Segunda Guerra Mundial.
Un psiquiatra escribió más tarde: "Después de la guerra, retornó a casa, no trabajó, no tuvo metas o dirección, tuvo dificultades ajustándose o resolviendo problemas y estaba enfadado con el mundo".
Dos ingredientes críticos
"Los verdaderos problemas con los asesinos en masa es que todos están lo suficientemente tristes y deprimidos para estar dispuestos a morir y también lo suficientemente furiosos o paranoicos para culpar a otros por su sufrimiento e infortunio", le explicó el renombrado psiquiatra forense Park Dietz al sitio web Security InfoWatch.
"Esos son dos de los ingredientes críticos", señaló Dietz y aclaró que: "el asesinato en masa es definido como tres o más personas muertas en un incidente por razones psicológicas".
Unruh no tenía la intención de suicidarse tras su desmandada pero sí tenía claro que era el fin de la vida que tuvo hasta ese día.
Después de que el fiscal Cohen le explicó sus Derechos Miranda en el interrogatorio, replicó: "Merezco todo lo que me den, así que le diré todo lo que hice y le diré la verdad".
Cuando más tarde un equipo de psiquiatras lo examinó, dijo: "El asesinato es pecado, y yo debería ser condenado a la silla (eléctrica)".
Furia y paranoia
El segundo ingrediente, la furia y la paranoia necesarias para culpar a otros de su infortunio eran evidentes desde su confesión.
-"¿Qué fue lo que ocurrió hace dos años que llevo a que se empezara a desarrollar ese sentimiento?"
-"Yo tenía la idea de que el señor Cohen se estaba metiendo en mis asuntos".
El señor y la señora Cohen (ninguna relación con el fiscal) eran los repositorios de gran parte del odio que sentía Unruh.
Eran sus vecinos y dueños de la farmacia, que quedaba en el primer piso de su vivienda, y Unruh estaba convencido de que el señor Cohen le había dado mal el cambio cinco veces y de que él y su esposa hablaban mal de él.
Una de las veces que lo hicieron, le dijo al fiscal, fue cuando compró un equipo de gas lacrimógeno.
-"¿Para qué lo compró, Howard?"
-"Para protegerme"
-"¿Protegerse de quién?"
-"De varias cosas".
Pero los Cohen no eran los únicos que, según Unruh, lo habían ofendido.
Eran varios: Hoover, el barbero; Pilarchik, el zapatero; Zegrino, el sastre; el hombre del piso de abajo del edificio de al lado del sastre; el hombre del restaurante vecino del sastre; y "un joven llamado Sorg".
Todos habían hablado mal de él y muchos de ellos habían hecho cosas en su contra, declaró Unruh, proveyendo los detalles que el fiscal le pedía.
Él nunca les había reclamado.
No obstante, cuando compró uno de sus machetes, lo hizo "en caso de que alguna vez llegara a hacer lo que había estado rondando en mi cabeza".
-"Y cuando usted dice 'llegar a hacer lo que me rondaba en la cabeza', ¿quiere decir que quería matar a la gente de la que ha hablado?"
-"Lo compré con el propósito de decapitar a Cohen y su esposa".
"A eso de las 3 a.m. de hoy"
Sin embargo fue sólo en la madrugada de ese martes de septiembre que concibió el plan de matarlos, a los Cohen y todos los demás.
-"A eso de las 3 de hoy por la mañana"
-"Pero no hizo nada a esa hora, ¿cierto?"
-No
-¿Cuando planeó hacerlo?
-9:30
-¿Por alguna razón particular?
-Porque las tiendas estarían abiertas.
-¿Estuvo despierto desde las 3 a.m. hasta las 9 a.m.?
-No. Pero sí tuve dificultades para quedarme dormido.
La caminata de la muerte
Unruh se despertó a las 8:20 a.m., se vistió y desayunó lo que le había preparado su madre -"Cereal, leche, azúcar y huevos fritos"-, tomó su pistola, dinero, el gas lacrimógeno y un cuchillo, y salió a hacer su recorrido.
Con la misma fría calma que mantuvo durante su arresto e interrogación, fue a la zapatería, a la sastrería, a la barbería, a la taberna, la farmacia...
Su caminata se asemeja a una lista de diligencias cotidianas pero su macabro fin dejó otra lista: la de las víctimas que cayeron a su paso.
- John Joseph Pilarchik, 27, zapatero, dos disparos en el estómago y la cabeza
- Clark Hoover, 33, barbero, un disparo en la cabeza
- Orris Martin Smith, 6, niño al que le estaban cortando el pelo, un disparo en la cabeza
- James Hutton, 45, recibió un disparo en la cabeza por demorarse en darle paso cuando entraba a la farmacia
- Alvin Day, 24, recibió un disparo cuando se detuvo a examinar el cuerpo de Hutton
- Dr. Maurice J. Cohen, 39, farmaceuta, dos disparos
- Rose Cohen, 38, su esposa, disparo en la cabeza
- Minnie Cohen, 63, madre del farmaceuta, dos disparos cuando trataba de llamar a la policía
- Helen Wilson, 38, su hijo John, 9, y su madre, Emma Matlack, 68, asesinados mientras estaban en su auto
- Helga Kautzach Zegrino, 28, esposa del sastre, que no estaba en ese momento
- Thomas Hamilton, 2, disparo en la cabeza a través de la ventana de su apartamento
Tras el interrogatorio, Unruh fue llevado a un hospital para que le curaran su herida y al día siguiente fue trasladado al Edificio Vroom para los criminales dementes en el Hospital Estatal de Trenton.
Allá un equipo de psiquiatras lo examinó para tratar de entender qué pudo haber provocado el inefable crimen.
Según las notas de su caso, que el diario The Philadelphia Inquirer logró revelar en 2012, Unruh nunca sintió remordimiento, excepto por las muertes de los tres niños.
Mucho del resto del contenido de los reportes de los psiquiatras hoy en día es considerado poco fiable, pues en esa época se utilizaban las conocidas como drogas de la verdad, que más tarde se comprobó hacían que los pacientes tendieran a mezclar hechos con fantasías.
No obstante, los expertos de ahora reconocen en su caso el perfil del asesino en masa.
Los de entonces lo clasificaron como un caso de "demencia precoz, tipo mixto, con un pronunciado tinte catatónico y paranoide".
La orden fue internar a Unruh en el hospital psiquiátrico "permanentemente o hasta que se le restablezca la mente o hasta una nueva orden de un tribunal de jurisdicción competente".
Sólo un psiquiatra, W.H. Minford, declaró que Unruh era lo suficientemente competente para tomar parte en su juicio.
Así, el protagonista del primer asesinato en masa perpetrado por un "lobo solitario" de EE.UU. desapareció del escenario público. En 1993 fue transferido a una unidad geriátrica menos restrictiva, donde murió en 2009.
Hoy en día, su final probablemente habría sido diferente.
Probablemente no habría sobrevivido después del atentado.
Probablemente el diagnóstico de su enfermedad habría sido distinto.
Probablemente habría ido a juicio, pues las condiciones para declarar a alguien incapaz de ser responsable por sus actos varía entre estados de EE.UU.
Lo que al final seguramente no es diferente es la consternación de los vecinos.
"Hombres y mujeres no dejaban de decir: 'No podemos entenderlo. Sencillamente no comprendemos'", reportó Meyer Berger.