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La curiosa historia del hombre que vigila el volcán más activo de Ecuador desde una sencilla caseta

La curiosa historia del hombre que vigila el volcán más activo de Ecuador desde una sencilla caseta
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Carlos Sánchez tiene 75 años y pasa la mayor parte de su tiempo en una caseta de madera frente al volcán Tungurahua, en Ecuador, uno de los 10 más activos del mundo. Desde allí, este vulcanólogo aficionado, observa cada cambio de la actividad volcánica. Y lo hace por una promesa religiosa hace casi 20 años. Pero un columpio para sus nietos que casi toca las nubes hizo que su lugar se hiciera famoso.

Todas las mañanas, antes del amanecer, Carlos Sánchez, de 75 años, reza en su choza de una habitación, toma un par de binoculares y sube lentamente a la casa de un árbol solitario que se inclina precariamente sobre el borde de una montaña.

Desde su posición elevada sobre los nubosos pliegues de los Andes ecuatorianos, Sánchez mira a través de lo que parecen parches en un valle color esmeralda hacia el imponente cráter de Tungurahua

Carlos Sánchez vigila al volcán Tungurahua, en Ecuador. (Foto: Eliot Stein)
Carlos Sánchez vigila al volcán Tungurahua, en Ecuador. (Foto: Eliot Stein)

Se trata de un estratovolcán activo cuyo pico está a más de 5.000 metros sobre el nivel del mar y cuyo nombre significa "garganta de fuego" en la lengua local quechua.

Sánchez luego explora los profundos barrancos y abismos que se ciernen peligrosamente por las laderas del Tungurahua hacia la ciudad natal de su familia, Baños.

"En este momento ella está tomando un descanso", dice Sánchez sobre la montaña, alejándose del peñasco y doblando con cuidado su rodilla enferma.

"Mejor alimentar a los pollos antes de que llegue todo el mundo", añade.

Conocido en Baños como el "observador del volcán", Sánchez es el miembro más antiguo del Instituto Geofísico de Ecuador y la única persona en el mundo que opera una estación de monitoreo sísmico desde las ramas de un árbol.

Volcán cenizas
Volcán cenizas

Durante los últimos 18 años ha vivido solo en este remoto acantilado, por una promesa que hizo hace mucho tiempo de servir como voluntario no remunerado a solo 2,5 km de un cráter que ha estado arrojando fuego, humo y lava fundida periódicamente desde 1999.

Pero en los últimos años, algo extraño comenzó a suceder.

Y todo porque Sánchez decidió colgar un columpio de madera desde la casa de su árbol con la esperanza de que sus nietos vinieran a visitarlo.

No solo lo visitaron sus nietos sino que empezaron a llegar personas de todo el planeta que querían subirse al columpio.

Una mujer en el columpio. (Foto: Eliot Stein)
Una mujer en el columpio. (Foto: Eliot Stein)

Estallido inesperado

En 2014, dos turistas se turnaban en el columpio de Sánchez cuando el Tungurahua estalló de repente.

La pareja descendió rápidamente por la montaña, pero alcanzó a tomar una foto de una columna de ceniza de 8.000 metros de alto que parecía balancearse sobre un abismo en el borde de la Tierra.

La imagen recibió reconocimiento internacional en una competencia fotográfica de la revista National Geographic y rápidamente se conoció en todo el mundo.

En la actualidad, todos los días cientos de personas siguen el sendero cuando termina el pueblo de Baños, caminan dos horas y media por el filo de la montaña, hasta llegar a una cornisa de 30 metros que se conoce como La Casa del Árbol.

"El columpio comenzó como una idea simple para ayudar a unir a mi familia los fines de semana", dice Sánchez, mirando, desde su gallinero, llegar a la primera multitud de turistas del día.

"Pero a veces las cosas explotan inesperadamente".

Eso fue lo que pasó en octubre de 1999.

Mapa Ecuador.
Mapa Ecuador.

Después de una siesta de 81 años, el volcán Tungurahua volvió a rugir con una serie de erupciones violentas.

Mientras el gas caliente, las cenizas y las rocas caían sobre las aldeas cercanas, el gobierno de Ecuador ordenó a la familia de Sánchez y a los otros 16.000 residentes de Baños que evacuaran, dándoles solo cuatro horas para recoger sus cosas y sin decirles cuándo podrían regresar.

En contra a la orden del gobierno, Sánchez regresó a Baños el 20 de diciembre para descubrir un pueblo fantasma cubierto de cenizas.

Pero su casa y el pueblo milagrosamente se salvaron de cualquier daño mayor.

Inseguro de si sus animales habían sobrevivido en las montañas, Sánchez encontró que sus vacas pastaban pacíficamente y que las granjas de sus vecinos estaban ilesas.

Se arrodilló y le prometió a la Virgen María (la patrona de Baños) que permanecería allí para observar el volcán y ayudar a proteger a las personas que vivían en el valle hasta que terminaran las erupciones.

"Dieciocho años después, el volcán todavía está activo", dice Sánchez. "Así que sigo aquí".

"Mama Tungurahua"

La humilde estación de monitoreo de la montaña de Sánchez comenzó con solo un par de binoculares y una radio bidireccional.

Antes de construir su cabaña, a menudo dormía en una tienda de campaña, sacudiendo cenizas de su techo improvisado por las mañanas y vigilando cuidadosamente el lado noreste del Tungurahua durante todo el día.

(Foto: Eliot Stein)
(Foto: Eliot Stein)

Un equipo de vulcanólogos profesionales en la base del Tungurahua entrenó a Sánchez con el uso de la radio para que avise rápido cuando escuche ruidos, oliera azufre o viera flujos piroclásticos (en estado sólido) que pudiesen precipitarse rápidamente hacia Baños.

Después, el electricista retirado y exbombero ayudó a los vulcanólogos a instalar medidores sísmicos, de inclinación y un monitor de dióxido de azufre en su terreno.

Fue en ese momento cuando la esposa de Sánchez, Lidia, comenzó a sospechar de lo que su esposo estaba haciendo en el campo con las vacas.

Durante los episodios de intensa actividad sísmica, Sánchez tenía que permanecer de guardia las 24 horas del día y a veces no podía volver a Baños por varias semanas.

Convencida de que estaba viviendo con otra persona, Lidia empacó la ropa de él y marchó para la montaña para encontrarse con esta misteriosa otra mujer.

La Casa del Árbol (Foto: Eliot Stein)
La Casa del Árbol (Foto: Eliot Stein)

"Cuando llegué, vi que estaba solo, viviendo a pan y agua, pero cumpliendo la promesa que hizo de proteger a los demás", cuenta Lidia. "La única mujer a la que estaba esperando era a Mama Tungurahua".

Con los años, no ha tenido que esperar mucho tiempo.

Con más actividad

"De los 1.500 volcanes que monitoreamos en el mundo, el Tungurahua es uno de los 10 más activos", describe Ben Andrews, director del Programa Global de Vulcanismo del Smithsonian Institution, con sede en Washington (EE.UU.).

"Desde 1999, hemos tenido más de 100 informes semanales de erupciones, explosiones, columnas de cenizas y flujos de lava. Sin duda es motivo de preocupación".

De hecho, en 2006, el Tungurahua envió un río de lava por sus laderas que enterró tres aldeas vecinas y mató a seis personas.

Sin embargo, incluso cuando ese torrente abrasador rodó por la montaña, Sánchez se negó a irse.

Asfixiándose con el humo, se escondió dentro de un hueco de un tronco de un árbol de motilón mientras las rocas caían a su lado.

Carlos Sánchez, en 2012, limpia las cenizas del Tungurahua.
Carlos Sánchez, en 2012, limpia las cenizas del Tungurahua.

Durante dos horas, Sánchez asomó la cabeza desde la base del árbol para proporcionar actualizaciones en vivo con su radio sobre la situación de Baños. Sus informes ayudaron a evacuar a cientos de familias.

El motilón protegió a Sánchez y al pueblo, entonces el hombre pensó que sería lo suficientemente resistente como para construir un puesto de observación a ocho metros de alto en sus ramas.

El columpio llegó dos años después, en 2008, y muy pronto la esposa de Sánchez, sus cinco hijos y 11 nietos comenzaron a visitarlo para hacer picnics, celebrar cumpleaños familiares y hacerle compañía cada vez que el volcán estaba en silencio.

Cuando la montaña Tungurahua retumba en la noche, Sánchez se sienta solo en la casa del árbol, toca suavemente su armónica bajo las estrellas para intentar adormecerla.

"Tenemos una relación complicada. A veces es mi amiga, a veces es mi enemiga", dice.

Hoy, Sánchez guarda las rocas volcánicas que casi lo matan en la erupción de 2006 en una pequeña oficina debajo de su cabaña, junto con mapas detallados, muestras de ceniza y un certificado de la presidencia de Ecuador citando el "indescriptible compromiso y servicio al país de Sánchez".

"La garganta de fuego"

Volcán Tungurahua en erupción
Volcán Tungurahua en erupción

En la actualidad, hay 500 estaciones de monitoreo de volcanes en Ecuador, pero Sánchez sigue siendo la única persona que vigila Baños desde la cara noreste de Tungurahua.

"Carlos puede ver cosas de la casa del árbol que nadie más puede ver", reconoce Patricia Mothes, exdirectora del Instituto Geofísico de Ecuador.

"Sus advertencias tempranas nos han ayudado a salvar vidas. Él es fundamental".

Desde marzo de 2016, cuando Tungurahua tronó con más de 70 explosiones y lanzó bombas de lava por su ladera occidental, la "garganta de fuego" se ha calmado hasta convertirse en un susurro.

Sin embargo, tanto Mothes como Sánchez sostienen que es solo cuestión de tiempo antes de que vuelva a rugir.

Cada vez que Sánchez observa algún peligro potencial o recibe una advertencia de los vulcanólogos, insta a los visitantes a salir de la montaña y buscar un lugar seguro.

Niños cubiertos con barbijos.
Niños cubiertos con barbijos.

"No tengo suficientes cascos para todos", dice Sánchez, mirando hacia abajo donde se forma una línea serpenteada de buscadores de emociones.

En cierto modo, La Casa del Árbol es como dos universos paralelos.

En un día cualquiera, una multitud de turistas con cámaras esperan hasta 30 minutos en una fila para remontarse sobre un barranco profundo, chillando con una mezcla de asombro y terror.

Después, todos toman la misma foto para Instagram, trepando por los dos tramos de escaleras de la casa del árbol, completamente ajenos al hombre del casco anaranjado vigilando con sus prismáticos.

Cuando los gritos del columpio se vuelven demasiado fuertes, Sánchez baja para limpiar su equipo sísmico, alimentar a sus conejos o despejar el camino que lleva a la montaña con un machete, generalmente con su fiel gato Negrito siguiéndolo unos pasos detrás.

Precio simbólico

Frascos con piedas que despidió el volcán Tungurahua. (Foto: Eliot Stein)
Frascos con piedas que despidió el volcán Tungurahua. (Foto: Eliot Stein)

Durante nueve años, Sánchez dejó felizmente que cualquiera visitara su propiedad, trepara a la casa de su árbol y se subieran al columpio de sus nietos sin cargo. Solo pedía que la gente firmara su libro de visitas.

Pero después de que la foto de National Geographic de su columpio se volviera viral hace dos años, el Ministerio de Turismo de Baños exigió que el observador del volcán también comenzara a monitorear el creciente número de visitantes a su propiedad y les cobrara la entrada.

"Quería que todas las familias en Baños pudieran disfrutar de este lugar tanto como mi familia", dice Sánchez. "Así que dije, 'está bien, comenzaré a cobrar una entrada, pero solo de US$1, y los niños, mitad de precio'".

Sánchez ahora tiene una pila de 14 libros de visitas de 200 páginas llenos de mensajes en idiomas que no sabía que existían.

Foto 'cuando se acababa el mundo'. Foto: Sean Hacker Teper/National Geographic)
Foto 'cuando se acababa el mundo'. Foto: Sean Hacker Teper/National Geographic)

En los últimos dos años, utilizó lo recaudado de la modesta tarifa de entrada para enviar a varios de sus nietos a la universidad y contratar a un equipo de "socios comerciales": su familia.

Ahora, el hijo de Sánchez, Gabriel, agregó una pequeña tirolesa en la propiedad y un segundo columpio que cuelga del otro extremo de la casa del árbol.

Las nietas de Sánchez, Mayte y Mariza, se turnan para administrar una pequeña taquilla.

Otra nieta, Julie, vende sopa de pollo y fritada ecuatoriana junto a la casa del árbol, y acaba de escribir su tesis de la universidad en Tungurahua, con un poco de ayuda de su abuelo, por supuesto.

Panorámica desde La Casa del Árbol. (Foto: Eliot Stein)
Panorámica desde La Casa del Árbol. (Foto: Eliot Stein)

Y Lidia toma un autobús cada mañana desde Baños hacia el cráter del volcán para pasar tiempo con el hombre con el que se casó hace 50 años.

"Por la noche, cuando todos se van, y solo queda nuestra familia, a veces me subo al columpio y cierro los ojos", dice Mayte, de 17 años. "Me recuerda a cuando era pequeña".

Mientras un grupo de visitantes se aleja de su propiedad, Sánchez se separa de la multitud y se dirige hacia el borde de la montaña, mira al valle y se quita el casco.

"Este es el lugar donde me arrodillé, jurando ayudar a otros a irse a tiempo, incluso si eso significaba que no había tiempo para mí", relata Sánchez, con dificultad para arrodillarse 18 años después.

"Una promesa entre personas es seria, pero un juramento con Dios es sagrado".

Carlos Sánchez, junto a su familia. (Foto: Eliot Stein)
Carlos Sánchez, junto a su familia. (Foto: Eliot Stein)

 

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