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"Mujeres de mi generación decidieron no tener hijos y demostraron que se puede tener una vida plena"

"Mujeres de mi generación decidieron no tener hijos y demostraron que se puede tener una vida plena"
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A partir de la experiencia de una amiga suya, la escritora mexicana Guadalupe Nettel aborda en La hija única cómo es criar a una hija con discapacidad, pero también la soledad de las madres modernas y la necesidad de generar estructuras de crianza más colectivas.

El ginecólogo le dio a Alina la peor noticia que se le puede dar a una mujer en su octavo mes de embarazo: "Tu bebé no va a vivir". Su cerebro, según lo visto en el ultrasonido, no se había desarrollado lo suficiente.

- Pero ¿y si Inés vive? ¿Y si nace y no se muere?

- Eso no puede pasar. Sus sistemas motor y cognitivo no son aptos para ello. No tendrá ni pensamientos ni movilidad. No será capaz ni siquiera de respirar por ella misma. Entiéndame, es como si no tuviera cerebro.

Contra todo pronóstico, Inés sobrevivió. Y Alina y su pareja, Aurelio, tuvieron que interrumpir el duelo para enfrentar una crianza distinta, con otro tipo de exigencias, la de una niña con discapacidad. Y hacerlo además con la amenaza constante de que podía morir en cualquier momento.

A partir de ese suceso real ocurrido a una amiga íntima construye Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) su última novela, "La hija única".

"Siempre tuve en mente que había un fin más allá de escribir una buena historia", le dice la autora a BBC Mundo, refiriéndose a la visibilización de la discapacidad y el aislamiento que enfrentan las familias que viven situaciones similares.

Con un lenguaje limpio, "casi transparente", que huye en todo momento del melodrama, Nettel entrelaza esa historia testimonial con otras ficticias pero igualmente verosímiles de otras mujeres.

Y termina armando una obra sobre la maternidad, los lazos entre mujeres y las formas diversas que puede adquirir la familia en el mundo actual.

Esta entrevista es parte de la edición digitaldel Hay Festival Medellín, que, junto al de Jericó, se realiza de manera virtual entre el 25 y el 27 de enero paralelo al Hay Festival de Cartagena.


¿En qué momento te das cuenta de que la historia de tu amiga es material literario? ¿Y cómo es escribir de algo tan fuerte que le pasó a alguien tan cercano?

No fue cuando supe la noticia de que Inés venía mal cuando se me ocurrió escribir de eso.

Fue el día en que volví de su casa, de verla amamantar a la niña, completamente perdida, sin tener idea de lo que quería, si deseaba que muriera o viviera.

Llegué muy conmocionada a mi casa, y cuando estoy así necesito escribir para entender. Surgió pues, como una especie de impulso, como desahogo.

Primero pensé que podía ser un cuento, pero en cuanto empecé a escribirlo me di cuenta que la historia no podía caber en tan pocas páginas y que ameritaba más desarrollo.

Fue entonces cuando le pregunté a mi amiga si estaba de acuerdo en que hiciéramos algo juntas: "Oye, ¿estarías dispuesta a que yo hablara de lo que te acaba de pasar?".

Me dio permiso, así que fui un poco más allá y le pregunté: "¿Pero me dejarías entrevistarte para que me cuentes tú cómo lo viviste?".

Para mi sorpresa dijo que sí, porque ella es muy reservada y púdica, generalmente no le gusta expresar demasiado sus emociones.

¿Por qué crees que aceptó?

Ya estaba con el tema de que hay que visibilizar la incapacidad y este tipo de condiciones, así como a las familias que están pasando por ello, porque están muy aisladas.

Ten en cuenta que hace muy poco, en los años 50 y 60, se escondía a este tipo de personas, incluso se negaba su existencia. Había familias que ni siquiera las registraba.

Hemos tenido que cambiar nuestra mentalidad respecto a la discapacidad, y eso fue lo que a ella la animó a querer contar su historia.

Así que siempre tuve en mente que había un fin más allá de escribir una buena historia.

Hicimos las entrevistas largas, de alrededor de dos horas, en un café que está frente a su trabajo.

Y a pesar de que ahí estaba el teléfono grabando, había una atmósfera confidencial. El suyo era un tono de confidencia.

Así que quise que ese tono cálido y honesto prevaleciera en la novela, y hacerle honor a su honestidad con el estilo con el que está contada.

¿Cómo reaccionó cuando se la diste a leer?

Además de un par de amigos escritores que suelen leer mis novelas y me dan feedback sobre la estructura etcétera, solo se lo di a leer a ella.

Y le gustó, pero me dijo: "La siento un poco aburrida, inventa más. Mátanos a todas si quieres. Aprópiate de la historia y no te sientas tan obligada a narrar exactamente lo que yo te conté".

Eso a mí me pareció un acto de absoluta generosidad.

Coincidió con que yo me sentía también muy asfixiada contando solo la historia de Alina, como con un nudo en la garganta todo el rato, y temí que al lector pudiera pasarle lo mismo.

Por eso inventé este vaivén de dos historias, la de Alina y la de Doris, que va contando Laura como observadora de estas dos realidades.

El reto para mí era que la historia ficticia, la de Doris y su hijo Nicolás, fuera tan verosímil como la testimonial.

Con eso en mente fui trenzando las dos historias.

Que luego trenzaste también con la historia propia de Laura y con la relación de esta con su madre. Y lo que te salió es un libro sobre maternidad. Pero tú en realidad no querías hacer un libro sobre maternidad.

No, no era mi intención.

Pero claro, siendo yo madre y pensando mucho en lo que realmente significa serlo, me empecé a hacer toda una serie de preguntas.

¿Qué es lo que define realmente a una madre? ¿Qué es lo que define a un hijo?

¿Eso que esperamos, que no sabemos si realmente va a nacer pero ya sentimos moverse dentro de nosotras, que en nuestra imaginación ya tiene un nombre, a veces también un rostro, un cuarto, cosas que hemos planeado para él o ella, un tipo de educación, cosas que queremos transmitirle, una familia, una herencia de miles de cosas, eso ya es un hijo o todavía no?

¿Y un bebé que no tiene cerebro -como decían los médicos sobre Inés-, que tiene un 1% de capacidad cerebral, que nunca se va a poder comunicar, que no va a poder oír, hablar, ni ver ni nada? ¿Eso es un hijo o no es un hijo?

También está la cuestión de si se puede ser madre por unos días, o sin que una haya dado a luz propiamente a otro ser y sin la necesidad de adoptarlo formalmente.

Esas preguntas, todo ese cuestionamiento, acabaron por transparentarse en la novela.

La novela arranca precisamente con una de esas preguntas, que Laura se hace a sí misma: ¿quiero o no quiero ser madre? Ella decide ligarse las trompas para no terminar siéndolo por convención. ¿No hay un camino intermedio entre esas dos opciones?

Claro que sí, pero me gustó tomar la perspectiva de Laura, alguien mucho más radical que yo, medio refunfuñona, que defiende muy fuertemente la postura de que hasta que la sociedad no sea equitativa en términos de género y de crianza debemos de negarnos todas a ser madres.

Llevaba un par de novelas con temas muy autorreferenciales y tener una narradora en primera persona que no era yo me parecía bien, me divertía.

Y también me parecía que era un punto de vista importante de escuchar.

Ese personaje está un poco inspirado en el ensayo de Lina Meruane "Contra los hijos". Hay cosas muy interesantes ahí sobre cómo criamos, sobre cómo nos echamos la culpa encima las madres.

¿Crees que a estas alturas de la película se sigue pensando que una mujer que decidió no tener hijos en algún momento se va a sentir incompleta, que le va a pesar?

Ya menos, por suerte.

Muchas mujeres de mi generación tomaron esa decisión y han mostrado con su propia existencia que también se puede disfrutar mucho la vida cuando no tienes hijos.

Demostraron que se puede tener una vida absolutamente plena y, sobre todo, muy libre. Y es eso lo que defiende Laura, la libertad.

Porque es verdad que la crianza, en los primeros 15 años, te limita mucho la vida.

Ahora que vino la pandemia muchos tenemos presente la incertidumbre tan intrínseca a la vida y el hecho de que todo puede cambiar en cualquier momento, pero antes del 2020 estábamos en la negación absoluta.

Y a mí me parecía muy fuerte lo que vivía esta familia justamente, eso de que "tu hija puede morir mañana", "tu hija se puede morir dentro de tres meses", "o tal vez pueda vivir nueve años".

Lo de "no sabemos cómo va a ser tu vida porque no tenemos ni idea de cómo va a ser la vida de tu hija".

Esto a mí me parecía muy difícil de soportar pero a la vez muy importante de entender, porque mal que bien así estamos todos.

Esa es la cuestión más dura que abordas en la novela, algo absolutamente tabú: el no querer afrontar la crianza de un hijo con discapacidad. Yo me leí las páginas preguntándome si Alina en algún momento terminaría echando mano de la ampolleta que le dio la doctora para acabar con la vida de Inés si así lo quisiera.

Lo usara o no al final, el hecho de poder elegir, de tener la decisión y por tanto su propio destino al alcance de su mano es lo que le dio una fuerza casi incomprensible para seguir adelante.

Elegir a la hija con discapacidad y elegir "al menos hoy sí voy a ser su madre", sabiendo "yo puedo decidir no serlo".

Eso, me parece, fue algo clave para Alina.

Abordas también otra cuestión muy compleja en la historia ficticia, la de Doris, quien representa a una madre que no es capaz de hacer frente a la crianza. "Sé que lo quiero con el alma, pero hay días en los que no recuerdo cómo se siente ese amor", dice sobre su hijo Nicolás. Diría que eso, el arrepentirse de ser madre, es peor a los ojos de la sociedad que el decidir no serlo.

Sí, ahí está siempre el juicio de la sociedad, en particular de aquellos que no tuvieron hijos sobre aquellas que sí tuvimos. Esta exigencia de absoluta moralidad.

La madre encarna esta figura totalmente abnegada, entregada, de amor incondicional. Es lo mejor en términos morales que puede ser un individuo: la madre ideal.

Pues esas madres no existen. Así eres seguramente durante muchas horas de tu año, pero no puedes serlo 24 horas sobre 24.

Hay momentos en los que una se deprime, le pasan cosas que la rebasan y encima tiene que estar con esta responsabilidad y esta carga de trabajo y mental, emocional, tan grande que implica la crianza.

Hay días en los que todas hemos sentido el "no puedo, esto es demasiado".

Y hay que decirlo, porque está muy mal que las mujeres se sigan sintiendo mal por no poder con ese paquete ideal que es enorme.

Hay toda una colección de frases en tu novela que quedan retumbando en la cabeza. "Las madres se vuelven adictas a sus hijos" es una.

Es verdad, pasa esto por todas las hormonas que genera el cuerpo durante la lactancia, el olor del bebé te genera endorfinas y no sé cuántas cosas en el cerebro. Está estudiado por los científicos que hay cierto tipo de adicción.

Hay otra sobre el amor de Marlene, la cuidadora, hacia Inés, "un amor ligero e inmenso de aquel que no está obligado a quedarse". Eso da mucho que pensar.

En relación a eso, durante la escritura del libro empecé a pensar sobre cómo sería si realmente pudiéramos tener unas estructuras colectivas para que en el momento en que una no pudiera, hubiera otras, amigas, comadres -en el sentido literal de la palabra, co-madres-, que se encargaran del bebé.

Y que así pudiera tener aquello que se pierde en el momento que decide ser mamá -salir, ir al teatro, hasta hacerte un viaje-, pero manera que no se sintiera traumática para nadie, de una forma natural.

La naturaleza que nos da muchos ejemplos de que hay otras opciones, no solamente el núcleo familiar, los lazos sanguíneos padre-madre-hijos, que consideramos tan sagrados.

Esto precisamente que planteas y que parece tan innovador, es en realidad muy ancestral.

Sí. En algún momento se perdió algo que teníamos mucho más desarrollado.

Creo que fue a partir de la Revolución Industrial, cuando la gente deja el campo y se va a las grandes ciudades y empieza a vivir más aislada.

Deja el clan o el terruño donde había ya muchas redes y otras formas de crianza y de familia extendida.

Hay que retomar lo que ya se había encontrado como solución. No regresar así a lo atávico, pero sí acordarnos de lo que sí funcionaba e implementarlo.

Quizá no dentro de una consanguinidad, sino con otro tipo de lazos que desarrollemos, como las amistades.

Hablando de otro tipo de lazos, en tu novela haces hueco al movimiento de mujeres.

En México en estos últimos dos años ha habido un despertar muy grande de la conciencia de género.

Esta ha sido por años una sociedad muy muy machista. El estereotipo no existe en vano, la del mexicano con sus bigotes y gritándole a la esposa.

Pero que haya estos feminicidios tan brutales y tan frecuentes -antes eran nueve al día, ahora con la pandemia estamos en 11, imagínate- ha hecho que las mujeres se subleven y digan "esto no puede seguir siendo".

En México se llevan realizando manifestaciones pacíficas, al menos una, la del 8 de marzo, más de 10 años.

Pero nunca habían estado en primera plana hasta hace un par de años, cuando empezaron a tener un comportamiento un poco más radical, a hacer actos más visibles como romper cabinas telefónicas, incendiar una estación de policía.

Yo estaba en estas manifestaciones y te puedo decir que lo que se sentía no era "venga, vamos a romperlo". Se sentía desesperación.

Acabaron entrando en la novela porque quería que quedara un testimonio de esa fuerza de mujeres despertando y tomando conciencia.

Lo hicieron a través de la madre de Laura, quien se une a un grupo feminista siendo ya una anciana.

En estas marchas ves mujeres de todas las edades, no solo chiquillas. Se ven también abuelas, y a veces te parte el corazón porque son personas que se dieron cuenta de lo que pasaba porque les mataron a una hija.

No hay edad para volverse feminista, para tomar conciencia de género, y la madre de Laura me parecía que era un personaje simbólico.

Entre tanto personaje femenino hay un hombre, el marido de Alina, y representa una paternidad diferente a la tradicional. No es un hombre que sale corriendo, sufre tanto como Alina y lo hace a su par. ¿Lo construiste pensando en mostrar otro ejemplo de cómo ser padre?

Sí. Yo tengo muchos amigos padres y creo que en esta generación han cambiado mucho los patrones de comportamiento.

Cuando voy a la escuela a recoger a mis hijos, si llego muy temprano en la fila veo solo padres. No creo que mi madre viera a muchos hombres que fueran a buscar a sus hijos a la escuela.

Los hombres están más atentos, quieren estar más presentes, hacerse más cargo. No digo que todos, pero es notorio y me parece bien contarlo.

Además dio la casualidad de que el verdadero padre de Inés, en quien está inspirado este personaje, es de esos. Es un padre muy amoroso, que está completamente entregado a su hija y a sacarle el potencial de la forma más completa que se pueda.

Y hay otro personaje, al inicio: este pintor asturiano que también quiere ser padre. Justo el que se va defraudado porque su pareja no quiere cumplir ese sueño de familia.

Cierto. Es la pareja de Laura, quien no le cuenta que se ha ligado las trompas. Algunos comentarios sobre tu novela la describen como pesimista, pero ¿es así como la ves tú?

No, yo lo veo como un libro que al principio parece que va a tender a la oscuridad, que se sumerge en lo más oscuro, lo más profundo y lo más doloroso, pero que después emerge.

Así es la historia en la que está basado.

Esta gente, de verdad, es que vas a su casa y es como la describe Laura: se siente amor por todas partes, en todos los detalles, en todas las máquinas que ayudan a caminar, a gatear o hacer terapia a Inés, en la forma en la que preparan su comida.

Supieron darle la vuelta a su tragedia y disfrutar de lo que les tocó vivir, cosa que yo admiro muchísimo. Yo no sé si habría sido capaz. Pero cuando lo vi, dije: "Esto hay que contarlo".

De hecho, creo que es mi libro más luminoso.

Normalmente, cuando acabo una entrevista y me preguntan si hay algo más que quisiera destacar, acabo siempre diciendo que este también es un libro sobre la discapacidad, la condición diferente, sobre la fuerza y la belleza que tienen estos seres.

Me parece muy extraño que casi nadie hable de esto, como que no estuviéramos preparados todavía como sociedad.

El racismo tardó muchísimo tiempo en estar sobre la mesa, también el género.

Pienso en Annie Ernaux, a quién conocí en Guadalajara el año antepasado. Hablé con ella respecto a "La mujer helada" y me dijo: "Cuando publiqué ese libro nadie le hizo caso. 'Estas cosas de señora, de bonne femme, a quién le van a interesar', me decían".

Creo que el de la discapacidad es uno de esos temas que la gente sigue viendo con horror, o con mucho prurito, o con mucho pudor, y prefiere darle la vuelta.

Tal vez por no saber qué decir, cómo comportarse.

Sí, cuesta.

(En la novela) quería hablar no solo de Alina, sino de otras mujeres que estaban pasando por eso, como Mónica, que tenía esta niña a la que expulsan de la escuela porque tiene un problema cognitivo, o de la red de padres con hijos con lisencefalia.

Está suficientemente presente para ser uno de los temas de la novela y me resulta muy curioso que solamente vean un libro sobre la maternidad.

Hay que seguir hablando de este tema, hay que seguir insistiendo, porque es importante.


Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Cartagena, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad colombianadel 22 al 31 de enero de 2021, con eventos digitales a partir del día 28.

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