"Me llamaban piel de serpiente" y tardé 45 años en aceptar mis cicatrices
La británica Sylvia Mac se pasó la mayor parte de su vida tratando de esconder las grandes cicatrices que cubren su cuerpo: el legado de un accidente durante su infancia. En este testimonio explica cómo a los 48 años de edad decidió que había llegado el momento de dejar de esconderse. Esta es su historia.
"Salvo mi cara, no hay ninguna parte de mi cuerpo que sea normal.
Mis quemaduras empiezan en la parte de arriba de mi cuello y llegan hasta el principio de mi trasero, van alrededor de mi estómago y bajan por mi pierna izquierda.
Y en el resto del cuerpo tengo muchos agujeritos, por los brazos y por las piernas, de donde me sacaron piel para hacer injertos.
Sufrí quemaduras muy graves cuando tenía tres años, de tercer y cuarto grado.
Mi madre hervía agua en ollas para darnos un baño. Solía dejar el agua en recipientes en el suelo del baño.
Mis hermanos y yo estábamos jugando por allí y yo me metí en el baño y cerré la puerta.
Nos decían que no entráramos en el baño. Pero yo me metí y mi hermana empujó la puerta y ahí fue cuando me caí de espaldas en uno de los recipientes de agua y me quemé.
Se armó un caos en la casa, había muchos gritos... yo entré en shock y después me empezaron a dar convulsiones. Después llegó la ambulancia.
Reunieron a mi familia y les dijeron que yo no iba a pasar de esa noche.
Entonces me bautizaron y me dieron la extrema unción.
Mi primer recuerdo después es estar acostada en el hospital cubierta en vendas, desde las axilas hasta la cadera. Recuerdo también tener siempre dolor.
Cada vez que iba al hospital tenía que desnudarme de arriba a abajo y ponerme sobre la cama y dar vueltas para que el personal pudiera inspeccionarme la espalda y el resto de mi cuerpo, delante de las miradas atentas de las estudiantes de enfermería.
Tenía pesadillas con esa escena.
Cientos de operaciones
Ahora probablemente haya tenido cientos de operaciones.
Cuando crecía mucha gente le decía a mi madre: "Oh, qué linda, es hermosa".
Pero en mi cabeza yo siempre pensaba "¿Por qué dicen que soy bonita? No lo soy. Bajo la ropa estoy quemada".
Siempre me sentí fea, así que me ha afectado mentalmente además de físicamente.
Los niños me llamaban cosas como "bruja" o "piel de serpiente" y eran muy crueles.
Me dijeron que nunca iba a tener novio, que nunca me casaría y que nunca tendría hijos.
Mostrar la espalda siempre iba a ser algo muy negativo para mi.
"Me daba terror que la gente me viera el cuerpo"
Me encantaba nadar: cuando estaba en el agua era como si estuviera en otro mundo, era genial. Pero me daba terror que la gente me viera el cuerpo.
Había una profesora de gimnasia en mi escuela de secundaria que decidió que todas nos íbamos a dar una ducha al final de la sesión.
Eso significaba que todas teníamos que hacer fila cubiertas con la toalla. Cuando llegaba mi turno le supliqué "por favor, por favor, no me puedo duchar, me niego a ducharme", y ella me quitó la toalla y me empujó a la ducha.
Fue horrible ver cómo todo el mundo me miraba, sentí que todas se reían de mi.
Con el tiempo mi padre insistió en que me uniera a un club local de natación. Quizás lo hizo con la esperanza de que me ayudara a abrirme y a conocer a gente, pero en realidad me hizo mucho daño.
Nunca gané una carrera precisamente por temor a la idea de que todo el mundo me mirara si llegaba de primera.
"No tengo fotos de pequeña"
También evitaba que me sacaran fotografías, incluso en el colegio, así que es difícil encontrar fotos mías de pequeña.
A veces incluso me ponía un poco paranoica pensando que me sacaban fotos, aunque no fuera verdad.
Dejé de hacer muchas cosas cotidianas: no podía hacer exámenes ni ir a entrevistas de trabajo porque no tenía la suficiente confianza en mi misma, tenía una autoestima muy baja. Y yo no era consciente de por qué me sentía tan deprimida.
Es como si estuviera encerrada en un caparazón del que no pudiera salir, y nadie realmente me prestó atención.
Durante la adolescencia hubo varias veces en las que pensé "me voy a meter delante de ese autobús para acabar con mi vida".
Al mirar atrás no puedo decir que lo que me ocurrió fue culpa de mi madre, pero hubo veces en que me ensañé con ella.
Hubo momentos en que atacaba a cualquiera que estuviera a mi alrededor y esa era la única manera en como podía lidiar con mis emociones.
Llamaba a gente, como a mis hermanas, por ejemplo, y les decía cosas realmente hirientes, me portaba como una persona horrible, realmente mala.
"Qué lindo, llevas puesto un corsé?"
Tener relaciones también fue muy difícil.
Cuando salía a discotecas con mis amigas y bailaba con algún chico al tocarme la espalda me susurraban al oído algo así como "Oh, qué lindo, llevas puesto un corsé".
Lo que podían sentir eran las cicatrices de mis quemaduras, como cuerdas. Todavía se sienten así hoy. Y yo me alejaba de ellos.
Con el tiempo conocí a un chico que resultó encantador con el que estuve charlando toda la noche. Le hablé de mis quemaduras y me sentí muy cómoda, se convirtió en un muy buen amigo. Dijo que no le importaban mis cicatrices y que yo seguía siendo hermosa. Me enamoré inmediatamente porque me aceptó como era.
Sentí que era perfecto, y con él seguí hasta tener tres hijos y un nieto.
Un momento que lo cambió todo
El año pasado estaba en la piscina con mi madre durante unas vacaciones cuando noté que un chico detrás estaba apuntando su celular hacia mi.
Había mucha gente y las tumbonas estaban muy cerca unas de las otras. Yo llevaba puesto un bikini. Decidí levantarme y moverme y noté cómo me seguía con el teléfono, así que pensé que me estaba grabando.
Me puse furiosa y le dije a mi madre "Esto es horrible. Quiero irme de aquí". Y ella dijo, "vámonos a la playa".
En ese momento vi a mi madre sentada en la reposadera, con la cabeza baja, y recuerdo haberla visto tan triste que me dejó muy afectada.
Y entonces me di cuenta de que todo por lo que yo pasé debió afectarla a ella también.
Ella siempre me miraba las quemaduras. Y yo quería decirle "está todo bien, estoy bien".
En ese momento algo hizo clic en mi cerebro, y decidí que iba a marcar el límite y tratar de hacerla feliz.
Entonces me saqué el vestido y caminé al borde de la piscina.
La gente empezó a mirarme y yo miré a mi madre, le sonreí y le dije "Mami, mira, mírame".
Y ella empezó a sonreír. Yo puse mis manos en las caderas y empecé a hacer poses al borde de las piscina y vi que ella se puso tan contenta...
Volví a su lado y le dije: "De ahora en adelante voy a dejar que la gente me tome fotografías y cada vez que lo hagan voy a sonreír y a posar".
Creo que ese momento marcó un punto de inflexión: me di cuenta de que ninguna terapia ni información de Google podía ayudarme. Había llegado la hora de ayudarme a mi misma.
"Esta soy yo ahora"
Después salí y me compré un bañador con un gran escote en la espalda y organicé mis clases de natación.
Invité a gente con desfiguraciones a venir a nadar.
Cuando estoy en el agua nadando me siento en paz, me siento tranquila y puedo pensar en cosas maravillosas.
Además cree una página web, Love Desfigure, (Ama la desfiguración), y me volví muy activa en las redes sociales para concientizar a la gente sobre la desfiguración así como apoyar a las personas que conviven con esa condición.
Yo creo que le puede servir de ayuda a otros saber que hay más gente ahí afuera que está pasando por lo mismo.
También hablo con mucha gente que ha sufrido quemaduras. Hay jóvenes que piensan en el suicidio poco después de tener quemaduras, y yo los animo a superarlo.
Ha sido un camino muy largo. Es como si me hubiera sacado un abrigo de encima y hubiera dicho: "Esta soy yo ahora y no me importa lo que piense la gente".
Desde entonces he notado un gran cambio en mi vida y he sido capaz de aceptar mi aspecto.
Mi mensaje para la gente que tiene desfiguración es haz lo que quieras hacer con tu vida, ve a por todas. No dejes que nada te detenga o se interponga en tu camino. "