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El safari secreto de Cuba donde comí filete de antílope

El safari secreto de Cuba donde comí filete de antílope
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La estrecha relación que Cuba mantuvo (y mantiene) con países africanos, tanto militar como económica y diplomática, dejó una herencia inesperada en Cayo Saetía, en el este de la isla.

Cuba es uno de los últimos lugares en la Tierra en el que esperaba comer un filete de antílope. Precisamente por eso ordenamos uno.

Y para continuar con el juego, también ordenamos un bife de carne y le pedimos a la camarera que no nos dijera cuál era cuál.

Aunque ambos platos llegaron acompañados de puré de papas, las diferencias entre ellos quedaron claras inmediatamente.

El antílope era más oscuro, más delgado y más cocido. En cuanto al sabor y la textura, era como un cruce entre el bistec de falda y la cecina.

Cuando la camarera recogió nuestros platos, contenta de que hubiéramos disfrutado de nuestro antílope, prometió que veríamos a muchos de estos animales en el desierto al día siguiente en la mañana.

Y así comenzó nuestro safari cubano.

Aliados

Durante las últimas cinco décadas Cuba proporcionó ayuda, personal, tropas y servicios civiles a más de una docena de naciones africanas y jugó un papel importante en tres insurgencias de ese continente, incluso en momentos en que la isla realmente no podía darse ese lujo.

En la década de 1980, el país gastaba el 11% de su presupuesto anual en mantener a los 65.000 soldados y civiles que tenía en África, una movida política con la que el gobierno cubano trataba de forjar amistades importantes tanto para sí mismo como para la entonces Unión Soviética (un importante aliado cubano en la época).

Guerra en Angola.
Guerra en Angola.

La Unión Soviética, por su parte, también proporcionó armas para ayudar a los africanos, un gesto motivado por su particular interés en impedir que países como Angola adoptaran una política exterior pro-occidental.

Hoy en día, los restos de esos lazos con África viven en Saetía, un cayo de 42 kilómetros cuadrados escasamente poblado en la cayería norte del archipiélago cubano.

Cayo Saetía está rodeado por un espeso bosque, donde en la década de 1970 los funcionarios del Partido Comunista de Cuba (PCC) solían cazar cerdos y ciervos.

Incluso hay rumores de que alguna vez fue un destino de vacaciones privadas para Fidel y Raúl Castro.

Animales exóticos

Sin embargo, desde los años 80 el cayo se ha convertido en el hogar de una población de animales mucho más exótica, muchos de ellos enviados precisamente desde países africanos como Etiopía, Namibia, Angola y Mozambique, y también desde naciones como India y China, en gratitud por el apoyo de Cuba durante tiempos difíciles.

Ciervos.
Ciervos.

De estos animales exóticos, el que más abunda es el antílope.

Desde el eland (proveniente de Namibia) hasta el nilgai (proveniente de India, y mucho más grande y majestuoso), esta especie se ha adaptado bien al paisaje y se ha reproducido en tal medida, que su carne es frecuentemente saboreada tanto por los habitantes de la zona como por los turistas que se hospedan en Villa Cayo Saetía (la única propiedad hotelera del cayo, que cuenta con 12 espaciosas habitaciones y un restaurante).

Lo más curioso es que este limitado platillo esté disponible en un lugar tan intrincado del país, donde escasean alimentos básicos como la mantequilla, el pollo o la mayonesa.

Pero Villa Cayo Saetía compensa la falta de variedad gastronómica con el paisaje.

El lugar ostenta maravillosas vistas: aguas cerúleas y majestuosos valles repletos de exuberante vegetación y suficientes palmeras y árboles de mango como para sentirse tropical.

Iguanas de todos los tamaños -algunas tan grandes como un triciclo- corren por el terreno, de vez en cuando en compañía de pavos reales y jutías (pequeños roedores que los cubanos comen a menudo).

Las águilas se deslizan por el cielo, los caballos salvajes pastan pacíficamente en las llanuras y pequeñas serpientes inofensivas se deslizan entre los árboles salpicados de gigantes colmenas negras de termitas.

Safari en un viejo jeep soviético

Más allá de las praderas del cayo es donde las cosas se ponen más interesantes: aquí es donde los huéspedes tienen la posibilidad de contratar un conductor e irse de safari.

Desde la comodidad de jeep soviético de los años 80 con el techo abierto, sin ventanillas y con un motor rugiente, se puede atravesar carreteras de barro, bosques densos y colinas para observar una gran variedad de animales que normalmente no esperas encontrar en Cuba.

Lo primero que vimos fue un avestruz. Salió disparada de atrás de un árbol y corrió a toda velocidad por el camino de tierra en el que estábamos conduciendo, dejando un imprudente rastro de polvo y plumas anaranjadas detrás de ella.

Nos dijeron que hacía poco esta avestruz había puesto tres huevos y que probablemente estaba corriendo para liberar un poco de vapor, después del parto.

Es común que los avestruces machos y hembras compartan tareas de incubación, como pudimos comprobar al tomar un pequeño desvío para ver el nido. El avestruz macho estaba tranquilamente sentado sobre los tres huevos, aunque cuando le ofrecimos una banana se levantó por un momento y así pudimos mirarlos.

Al adentrarnos más en el cayo, encontramos un valle donde media docena de búfalos de China se refrescaban en un lago fangoso. Nos dijeron que pronto se les unirían rinocerontes e hipopótamos que serán traídos desde su hogar temporal en el zoológico de La Habana.

Momentos después, un ciervo de cola blanca se alejó rápidamente del jeep, mientras que un antílope se mostró menos interesado en nuestra visita y continuó tranquilamente su paso.

Zebra.
Zebra.

En el cayo también viven algunos pocos camellos -todos machos- que parecen pelear a menudo.

La pareja de jirafas que también solía vivir aquí, no se adaptó bien al nuevo entorno y no está claro qué llevó a su desaparición exactamente. Nuestro guía nos dijo que murieron por sobrealimentación, un empleado de la Villa dijo que el macho mató a la hembra cuando ella se negó aparearse con él, y un guardia empleado en los terrenos dijo que murieron de viejos.

Las 30 magníficas cebras, eso sí, se han adaptado mucho mejor a Cuba y su paisaje.

Viajando en manadas, se mueven serenamente a través de las llanuras. Sus rayas contrastan vívidamente con la vegetación verde y brillante de la que pastan.

¿Un sueño de Fidel Castro?

Los animales en el cayo pueden andar libremente y, excepto los camellos machos, todos cohabitan en paz.

Esto se debe a que todos son herbívoros, con la excepción de un solo cocodrilo que vive en un área cerrada. (Cuando lleguen los hipopótamos, también serán segregados, dada su reputación de violencia).

Fidel Castro.
Fidel Castro.

Los animales buscan su alimento y deben valerse por sí mismos como si estuvieran en el verdadero desierto, aunque un pequeño grupo de veterinarios y cuidadores hacen rondas para asegurar que estén saludables y bien alimentados.

Cuando es necesario también ayudan cuando alguno entra en trabajo de parto.

Villa Cayo Saetía es operado por el Grupo Gaviota, un conglomerado de turismo controlado por el ejército cubano. Está flanqueado por un campamento para "pioneros" (la versión cubana de los scouts), que usan pañoletas rojas y azules en el cuello y se les enseña -como reza su lema- a ser "pioneros por el comunismo" y a ser "como el Che".

La seguridad no es escasa a la entrada de la Villa. Incluso los conductores que traen a los huéspedes del hotel deben dejar sus tarjetas de identidad con oficiales militares, y es difícil obtener información oficial sobre su historia.

Algo que se rumora es que Fidel Castro, quien nació en un ingenio azucarero en el cercano pueblo de Birán (tanto turistas como locales pueden visitar la casa de su infancia y la escuela a la que asistió), quería crear un parque nacional y llenarlo con animales exóticos donados de otros países.

Lejano y misterioso

Hasta cierto punto, esto es en lo que se ha convertido el cayo, aunque es sorprendente cómo permanece tan fuera del radar de la mayoría de los cubanos y visitantes de Cuba.

Es probable que esto tenga que ver con el alojamiento limitado y las malas carreteras que conectan el lugar con el resto de la isla, lo que finalmente le da un aire de lejanía y aislamiento.

A cinco minutos a pie de los dormitorios hay una playa pequeña y solitaria a la sombra de los manglares. Está rodeada de arena blanca y aguas cristalinas. Aparentemente, es visitada más a menudo por las iguanas que por los humanos.

A unos 15 minutos en auto se encuentra otra playa más grande, poblada de turistas que hacen excursiones al ritmo del reguetón montados en un catamarán, en la cercana zona turística de Guardalavaca.

Por lo general salen del agua luego del mediodía, una vez que se sirve el almuerzo en el restaurante frente a la playa.

Entonces el área queda tranquila y misteriosa otra vez.

Puedes leer el texto original en inglés aquí

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