Desde el momento en que nos despertamos por la mañana, todos participamos en rituales milenarios.
Pero ¿cuándo comenzamos a limpiarnos los dientes y usar calzoncillos? ¿Desde cuándo la higiene es parte de nuestra rutina?
Greg Jenner, autor de "Un millón de años en un día: la curiosa historia de la vida cotidiana, de la Edad de Piedra a la Edad del Teléfono" (2015), nos lo cuenta.
Desde que evolucionamos hace 200.000 años, el Homo sapiens ha tenido que lidiar con muchas necesidades banales: lavar nuestro cuerpo, cuidar nuestros dientes, orinar, defecar, comer, beber, dormir, socializar con otros y comunicarse.
Estas cosas son universales para la humanidad a través del tiempo y la geografía, y como historiador social me resultan fascinantes, sobre todo porque la historia de cosas tan ordinarias es asombrosamente extraordinaria.
Levantarse de la cama
El sueño es una necesidad fisiológica, pero también lo es la comodidad y la calidez. Es por esta razón que tu colchón, aunque costoso y acolchado, no es del todo un invento reciente.
Arqueólogos en Sudáfrica han encontrado colchones tejidos con hojas y juncos que datan de 77.000 años a la Edad de Piedra Media.
Los habitantes prehistóricos de las cavernas probablemente solo tenían que rodar de su estera en el suelo, pero si saltamos hacia el Neolítico Orkney (hace 5.000 años), los habitantes de Skara Brae dormían en camas elevadas talladas en piedra, aunque probablemente aseguraron una buena noche de descanso cubriendo la losa dura con pieles de animales y mantas.
En la Edad de Bronce de Egipto, 1.000 años más tarde, los ricos también dormían en camas elevadas de madera, pero los marcos se inclinaban hacia abajo o se inclinaban en el medio.
Curiosamente, mientras los pobres dormían sobre montones de almohadones, los ricos apoyaban sus cabezas en almohadas curvas talladas en madera, marfil o alabastro, tal vez para proteger sus peinados elaborados, pero presumiblemente a cambio del ocasional dolor de cuello.
Ir al retrete
El inodoro actual es sorprendentemente similar a una versión en piedra utilizada por los antiguos egipcios, aunque el inodoro con descarga de agua no llegó hasta que el ahijado de la reina Isabel I, Sir John Harrington, diseñara uno en la década de 1590.
Él, sin embargo, estaba demasiado ocupado garabateando escandalosas poesías para comercializar su invento, por lo que los primeros en instalar lavabos con cisterna fueron los miembros de la aristocracia de la Francia del siglo XVIII.
En cuanto al resto de nosotros, no fue hasta la llegada de los inodoros de lavado de Josiah George Jennings, demostrados por primera vez en la Gran Exposición de 1851, que la clase media pudo empezar a abandonar el orinal en favor de la plomería.
El rollo de papel higiénico
El equivalente de la Edad de Piedra era probablemente musgo y hojas, y los vikingos continuaron con esa tradición.
Algo más desconcertante para algunos es que las letrinas públicas romanas no tenían cubículos privados y, tal vez incluso peor, el material de limpieza comunal era una esponja en un palo (xylospongion) que se pasaba entre los varios visitantes del baño.
En el Japón medieval, no se requería esponja; preferían palos de bambú para raspar los restos, mientras que los musulmanes medievales raspaban sus traseros con un número impar de piedras.
Los chinos ya se estaban limpiando con papel higiénico en el siglo IX, pero el oeste estaba a un milenio de distancia. No fue sino hasta 1857 que Joseph Gayetty produjo papel higiénico moderno en serie, aunque de una calidad tan mala que, hasta la década de 1930, los usuarios podían encontrar astillas en los rollos.
Hora de ducharte
Aunque los antiguos griegos tenían boquillas para que el agua cayera como llovizna en sus baños públicos, la ducha moderna fue inventada por William Feetham en 1767.
Algunas versiones se montaban sobre ruedas lo que significaba que el usuario tenía que tener cuidado de no irse rodando.
El siglo siguiente también fue testigo de la extraña llegada del Velo-douche, una ducha que solo rociaba agua si pedaleabas en una bicicleta estática. Lamentablemente, no tuvo éxito.
Pero el baño higiénico casi con certeza se remonta a la Edad de Piedra, y fueron los habitantes de la Edad de Bronce del antiguo Pakistán, los Harappans, los que tuvieron una infraestructura de saneamiento público sin rival hasta el siglo XIX.
Aunque los romanos y los griegos construyeron enormes casas de baños públicos, calentadas por sistemas elaborados de hipocausto, los Harappans le dieron agua corriente a la mayoría de sus hogares 2.500 años antes del apogeo de la Atenas clásica.
Por extraño que parezca, no es cierto que la gente se volviera más limpia a medida que pasaba el tiempo.
Mientras que los romanos eran bañistas obsesivos, la teoría médica del siglo XVII dictaba que el lavado era peligroso porque eliminaba la suciedad que obstruía los poros y evitaba que la plaga entrara en la sangre.
En respuesta, la realeza y la aristocracia casi nunca se bañaban, excepto bajo la cuidadosa observación del médico, y en su lugar frecuentemente cambiaban sus camisetas de lino.
A cepillarte los dientes...
La primera cirugía dental se remonta al Pakistán Neolítico, hace 9.000 años.
Pero evitar la agonía quirúrgica siempre ha sido preferible, por lo que cepillarse los dientes con una ramita deshilachada, o trapos se practicaba ampliamente en lugares como la antigua Roma, la India medieval y la Bretaña Tudor.
Los aristócratas romanos tenían esclavos para que les cepillaran sus dientes, aplicando cuerno de ciervos en polvo para iluminar el esmalte, y también se aconsejaba hacer gárgaras con enjuague bucal.
Lo alarmante es que el mejor enjuague disponible era orina humana importada de Portugal.
Los Tudors preferían el vinagre ácido o el vino, y no fue hasta la década de 1920 cuando Listerine, que anteriormente se vendía como limpiador de pisos, se renombró como un producto de higiene bucal para contrarrestar el flagelo que recientemente había sido bautizado como "halitosis".
El cepillo de dientes moderno fue fabricado por primera vez por los chinos, pero nunca llegó a Europa, por lo que la reciente reinvención se le atribuye a William Addis que, en 1780, languideciendo en la cárcel, insertó cerdas de una escoba cercana en un hueso de cerdo de su cena.
Pero incluso Addis no se cepillaba dos veces al día; esa recomendación fue el producto de los experimentos higiénicos del ejército de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial que, junto con cerdas plásticas más blandas y la posterior adición de flúor al suministro de agua, vio un rápido aumento en salud bucal.
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