Había una vez, en el siglo XVI, un castillo repleto de instrumentos gigantes que un rey había mandado a construir para que un noble con una nariz resplandeciente mirara el cielo.
El castillo de esta historia, que aunque legendaria es real, se llamaba Uraniborg -que traducido del sueco significa "Castillo de Urania"- en honor a la musa de la astronomía y se encontraba en la isla danesa de Ven, en el Öresund, entre Selandia y Escania.
Lo mandó a construir el rey Federico II de Dinamarca y era un fastuoso palacio que, además de lujosos aposentos, contaba con talleres en los que se creaban instrumentos para que su distinguido súbdito, un astrónomo poco ortodoxo llamado Tycho Brahe, pudiera entender el cosmos.
Fue el primer observatorio hecho a la medida en la Europa moderna.
Aunque no tenía un telescopio, contaba con sextantes astronómicos de montura enormes, con los que se podía medir la distancia angular entre los cuerpos celestiales.
Había esferas armilares tan grandes que ocupaban criptas enteras.
Para medir la altura de los astros con respecto al horizonte, cuadrantes de hasta dos metros de radio ocupaban paredes enteras y requerían de varias personas para moverlos.
La idea era obtener la mejor precisión entonces posible en la determinación de las coordenadas celestes y de otras medidas astronómicas.
Con tales instrumentos, era un verdadero parque de diversiones que atraía a científicos de toda Europa, dirigido por uno de los hombres más pintorescos de la historia de la ciencia.
El mayor observador del cielo antes del telescopio
Cuando Tycho Brahe tenía 14 años, el eclipse solar de 1560 lo cautivó de tal manera que decidió dedicarse a la astronomía.
Pronto se dio cuenta de que esa ciencia sólo podía progresar si contaba con observaciones sistemáticas y precisas, pues las tablas astronómicas de Tolomeo y Copérnico dejaban un margen de error demasiado grande.
Con eso en mente, refinó instrumentos antiguos, hizo algunos nuevos y pasó más de 30 años levantando su mirada hacia el firmamento noche tras noche hasta que recopiló uno de los compendios de datos astronómicos más grandes de la historia.
A pesar de haberse entregado a una ocupación tan repetitiva y exigente, la vida de Brahe fue todo menos aburrida.
Duelo matemático
Cuando Brahe tenía dos años, su tío -un acaudalado noble danés llamado Jorgen Brahe- se lo robó... y se quedó con él pues a sus padres no les importó.
Cuando tenía 20 años perdió parte de su nariz en un duelo con otro noble danés por un desacuerdo sobre matemáticas. Por ello, durante el resto de su vida usó una nariz prostética hecha de cobre.
Heredó una fortuna de su tío, quien murió salvando al rey de Dinamarca de que se ahogara.
Ese mismo rey, consciente de la reputación de Brahe, hizo esfuerzos extraordinarios para que no se fuera del país, destinando el 5% del presupuesto nacional para mantenerlo.
Parte de ese generoso paquete fue la isla de Ven y el castillo de Uraniborg.
En el castillo
Su mascota fue un alce, que trotaba junto a su carruaje cuando salía, vivía adentro del castillo y le fascinaba la cerveza, un gusto que le costó la vida.
Según el biógrafo de Brahe, Pierre Gasssendi, una noche, durante una cena, "el alce subió las escaleras del castillo y, borracho por tomar tal cantidad de cerveza, se cayó".
Otro residente del castillo era un enano llamado Jepp, quien durante las comidas pasaba la mayor parte del tiempo bajo la mesa. Brahe lo empleó pues creía que tenía poderes psíquicos.
Sin embargo, lo más curioso de la vida de Brahe vino después.
¿Shakespeare?
Brahe se volvió famoso por avances como la identificación de nuevas estrellas, incluyendo un supernova que fue la primera evidencia de que Aristóteles estaba equivocado: el cielo no era en absoluto inmutable.
Pero cuando el rey que era su benefactor murió, lo sucedió su hijo Christian IV quien no le tenía mucha simpatía.
Brahe había sido el astrólogo personal de Federico II pero algunos académicos daneses creen que tuvo una relación más estrecha con su esposa, la madre de Christian.
El caso es que los rumores de la época sobre ese affaire y sobre la posibilidad de que el astrónomo fuera el verdadero padre del nuevo rey inspiraron esa historia de infidelidad e intriga en la corte danesa llamada "Hamlet".
Es difícil saber si es cierto. Sin embargo, hace unos años los astrónomos encontraron una relación de otra naturaleza entre Brahe y Hamlet que sí pudieron confirmar.
El astrónomo danés observó una supernova en 1562 que brillo durante 16 meses. Esa, según expertos, es la estrella de la que habla Bernardo en la escena 1, acto 1 de Hamlet.
Tesoro científico
Por la razón que fuera, lo cierto es que la relación de Brahe con el nuevo rey no era buena, así que el astrónomo se fue a Praga con su nuevo mecenas, Rodolfo II, el Emperador del Sacro Imperio, y con planes de publicar sus décadas de observaciones celestiales.
En sus manos tenía el tesoro científico más codiciado de Europa: sus tablas astronómicas ofrecían una visión única del funcionamiento del cosmos y podían desencadenar una era de avance científico sin par.
Para que lo asistiera, contrató a un hombre de 28 años llamado Johannes Kepler, con quien trabajó muy de cerca aunque sólo le permitía usar la información pertinente para que hiciera los cálculos necesarios para crear un nuevo catálogo de estrellas y planetas.
Ese catálogo fueron las tablas rudolfinas que Kepler publicó en 1627, décadas después de la muerte de su maestro.
Usurpación provechosa
Brahe murió en 1601, a causa -según se reportó en la época- de una infección en la vejiga luego de que sus buenos modales le impidieran excusarse para ir al baño durante un banquete en su honor.
En medio de la confusión sobre quién debería heredar sus posesiones, que incluían toda la información astronómica que había recabado y guardado celosamente, su asistente tomó cartas en el asunto.
"Confieso que cuando Tycho murió, rápidamente me aproveché de la ausencia o falta de circunspección de sus herederos tomando las observaciones conmigo o quizás usurpándolas", admitió más tarde Kepler.
Es difícil condenarlo, dado lo que logró hacer con la información: Johannes Kepler formuló sus famosas leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita alrededor del Sol, que permitieron nada menos que unificar, predecir y comprender todos los movimientos de los astros.
- Los planetas tienen movimientos elípticos alrededor del Sol, estando éste situado en uno de los 2 focos que contiene la elipse
- Las áreas barridas por los radios de los planetas son proporcionales al tiempo empleado por estos en recorrer el perímetro de dichas áreas
- El cuadrado de los períodos de la órbita de los planetas es proporcional al cubo de la distancia promedio al Sol
El trabajo intelectual de Kepler que le permitió tornar la información de Brahe en conocimientos científicos útiles sentó las bases de la astronomía moderna así como las de la obra de Sir Isaac Newton.
Así, de alguna manera, cumplió el último deseo de Brahe: "Que no parezca que viví en vano".