Diamela Eltit: "Si a un hijo le va bien es mérito del padre, si le va mal es culpa de la madre"
Leer a Diamela Eltit (1949) siempre remueve. En su última novela, "Sumar", la escritora chilena cuenta de una marcha ciudadana, una caminata de trabajadores, una protesta.
En la cola de esa manada de gente moviéndose, en "el último eslabón del descontento", van los vendedores callejeros, que han levantado su paño de mercancías del pavimento, para llegar a La Moneda, el palacio de gobierno.
"Formamos una asamblea de ambulantes integrada por antiguos acróbatas, sombrereros, mueblistas, sastres o recicladores o ebanistas o piratas, labriegos o excedentes o cocineras o mucamas o artesanos o cantantes o expatriados que ahora solo trabajábamos con un ahínco feroz en las veredas".
Autora de una veintena de libros, entre ellos "Lumpérica", "Por la patria" y "Vaca sagrada", la reciente ganadora del Premio Nacional de Literatura, dialogará con los asistentes del Hay Festival Cartagena.
Reconocida como una de las voces literarias brillantes de la región, desde hace 12 años vive entre Santiago y Nueva York.
Cuando está en su país, observa con agudeza, escribe feroz. Cuando está en Estados Unidos, enseña a los alumnos de la maestría en Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York (NYU).
Varias generaciones de escritores latinoamericanos y españoles han pasado por su mano.
Para esta marcha novelada de "Sumar", Eltit toma elementos de otras caminatas.
Es de 12.500 kilómetros y 370 días, como la gran marcha china del Ejército Rojo en 1934. Y va hacia La Moneda, igual que la marcha del hambre de los trabajadores del salitre a principios del siglo XX.
Casimiro, Aurora, Ángela, son los protagonistas de "Sumar". ¿Por qué los hiciste vendedores ambulantes?
Pensé en la globalización desde abajo, en las ferias libres que venden copias de marcas. Me parece muy interesante ver cómo una cartera Gucci se replica en la calle con otro precio muy distinto.
Es una carcajada al lujo, porque se democratiza el consumo, también de una manera paródica. Es la réplica irónica de la elites en la calle.
Los llamas "hijos del genocidio industrial" y "blanco de exterminio", y son en general combatidos como una plaga. ¿Está de acuerdo con que existan?
Son históricos, están en todas las ciudades latinoamericanas. En Chile viven muy amenazados, no solo se les multa a ellos, sino también a los compradores.
No se ve la doble función que tienen, que es el abastecer de manera más económica y a la vez, el ambulante se sostiene.
Por otra parte, son nómadas, huyen de la policía, su lugar es incierto, lo ambulante es lo móvil y ahora están todos marchando con las grandes migraciones. La gente camina hacia algún lado.
¿Salir a las calles a marchar sigue siendo la más poderosa herramienta popular?
Marchar es un acto político, pero ¿hacia dónde se marcha? Yo diría hacia donde sea necesario.
Ha sido siempre un elemento de fuerza imposible de eliminar, más allá de las restricciones y ataques policiacos. Nunca ha logrado ser reprimido enteramente.
Me parece valioso que salga la gente con sus demandas, peticiones siempre justas por lo demás.
¿Qué significa que estos ambulantes vayan a La Moneda?
Tenemos esa característica rara que nuestra casa de gobierno se llame La Moneda. Yo sé que ahí se imprimía el dinero, pero ese nombre es muy extremo y extravagante y a su vez, muy claro.
Pensar que la bombardearon con el golpe de Estado, pero no solo el edificio, sino que una política económica para cambiar la ruta de la moneda, todo eso me hizo sentido en esta marcha, una marcha incierta.
Respecto al trabajo, por un lado debemos ser muy productivos, pero por otro, es un bien escaso. ¿Hay que "matar" por una "pega" como se le dice en Chile al "laburo", "curro", "chamba"?
Existe un desajuste, los sistemas neoliberales han sido arrasadores, lo han puesto como una dádiva y el cuerpo del trabajador no vale nada, ya no es trabajador, es consumidor.
El empresario se presenta como aquel que da trabajo, lo regala, le hace un favor, por lo tanto exige un lugar primordial en el mundo, es un dios entre comillas, porque el trabajo es lo que permite que cada sujeto se sustente.
¿Nos vamos convirtiendo todos en ambulantes?
Cada vez más es un trabajo informal o tercerizado, contratos débiles, ninguna capacidad de negociación. Hay una falta de pudor con la riqueza, los empresarios perdieron todo el pudor.
Al menos en Chile, la riqueza no tiene límites como en otros países capitalistas, donde se pagan impuestos altos.
Vivimos un enriquecimiento obsceno, son muy poquitos los dueños del mundo, creo que es un ciclo largo que desfavorece al 80% de la población. Así está el mundo y lo importante es pensarlo lúcidamente.
¿Cuál es la salida, la esperanza?
El capitalismo lleva siglos, pero este neoliberalismo abiertamente depredador tendrá un ciclo largo.
Ahora vivimos una historia en retroceso, especialmente con ciertos pactos y acuerdos que se están revirtiendo, por la llegada de la ultraderecha, que ha conquistado bases populares, pero la historia no es lineal, también es sorprendente.
Hay ciertas vueltas que son inesperadas y tenemos que esperar que aparezcan.
¿Qué podría aparecer?
No sé, es lo inesperado de la historia, pero de pronto, en algunas ocasiones, un grupo humano remece las estructuras.
En 2018 las jóvenes feministas chilenas produjeron una emancipación.
¿Que autocrítica debería hacer la izquierda frente al avance de la ultraderecha al que te refieres?
Nunca he militado en un partido, porque más allá de sus logros, me han parecido muy masculinos. Las mujeres han cumplido una función doméstica, lejos del poder, habrá que ver si están en situación de cambio con el movimiento feminista.
Pero tengo una matriz de izquierda, mi madre fue comunista, vengo de ese lugar.
Yo no lo fui, sin embargo, el crecer en una atmósfera pensada en la igualdad, fue muy favorable para mi historia, para la cuestión igualitaria.
Por otra parte, en los últimos años, la izquierda se elitizó enteramente y abandonó los espacios populares que ahora son caldo de cultivo para los movimientos neofascistas. Los partidos están deslegitimados.
¿Por qué ocurre que la homofobia, la xenofobia, el porte de armas y el machismo tienen lugar como ideales ciudadanos?
Porque hay una crisis abajo muy fuerte. Nunca se había vivido un nivel de delincuencia tan alto en Chile. Es uno de los países que tiene más presos per cápita en el mundo, muy cerca de Estados Unidos.
La gente en los sectores hipervulnerables está muy expuesta a la violencia y adopta criterios fascistas, pero el sistema produce eso. Va hacia la ultraderecha, porque se vive en una realidad infernal que nadie atiende.
Lo demás es entender que más de la mitad del mundo está en la derecha y una parte de esa mitad está en la ultraderecha, eso para mí es claro como el agua.
¿Ves la misma tendencia en Estados Unidos?
En la última votación, pese a que se movió en la cámara de diputados, los senadores republicanos fueron inamovibles. El voto de Trump es blanco, pobre, de gente sin hogar y lo tiene porque hay una indiferencia.
Los partidos se elitizaron, es lo que más le reprochaban a los demócratas: ser una cúpula que transa todo entre cuatro paredes.
En Chile también. Al inicio de la democracia, había gente interesante y por supuesto que era importante que terminara la dictadura, pero ligerito los líderes se fueron a vivir a los barrios de la ultraderecha, veraneaban en los mismos lugares, pusieron a sus hijos en los mismos colegios, entonces hubo una confusión, diría yo.
Los ambulantes de tu novela, tienen alteraciones anímicas severas y toman un montón de pastillas, ¿la intemperie es difícil de soportar?
Toda la gente toma muchos medicamentos en Chile, precisamente los venden en las ferias libres. Siempre son desinflamatorios o píldoras para el dolor, pero yo creo que hay un dolor psíquico junto con el dolor físico, especialmente en los sectores vulnerables que son los que más consumen estos analgésicos.
Aurora, la protagonista de "Sumar", tiene cuatro hijos muy perturbadores, están alojados en su mente y no han nacido. ¿Por qué decides que sean nonatos y mentales?
Aparecieron en la novela y yo los voy aceptando, como todos los materiales, por algo llegan. Los trabajé como una posibilidad, pero también, en cierto modo, ya que son virtuales, como una esperanza.
Ella teme que nazcan estos hijos, piensa que le exigirán demasiado, una demanda permanente. Dame, dame, dame: ¿es eso lo que repiten todos los hijos del mundo?
Nunca he creído que la maternidad sea algo simple y pienso que está estereotipada como algo únicamente maravilloso. No digo que sea negativo, pero es un trabajo cultural extraordinario, porque te carga todo el peso. Si al hijo le va bien es mérito del padre, si le va mal es culpa de la madre, esa es la ecuación.
La madre ha sido cargada en los cuidados y también en el aspecto psicológico. Nunca está a la altura de las circunstancias ni es lo bastante buena madre. En su interior porta mucha culpa, porque el sistema pide lo imposible.
Pienso como la psicoanalista de niños Françoise Dolto, quien dijo que hay que ser una madre lo suficientemente buena.
¿Nos exigimos demasiado?
Nos exigen demasiado y frente a eso nos exigimos demasiado, pero es un problema inoculado a las mujeres.
¿Y por qué no tenemos la fortaleza de ponerle freno?
Porque estamos colonizadas por el sistema. Desde que le pusieron la muñeca a ellas y el coche a ellos, jodieron a las mujeres, porque nacieron para una maternidad adelantada. Tienen que bañar a la muñeca, peinar a la muñeca, entonces viene un exceso, que después se va a ver en la maternidad real o en la no maternidad como angustia, al no tener hijos.
Los hijos acechan a la mujer y en el caso de las madres hay una culpa no menor.
¿Cómo la has vivido tú?
Como pude. Afortunadamente tengo buenas relaciones con mis hijos, eso ha sido extraordinario.
Pero desde luego cuando he dado un paso, me he sentido culpable, sin tener una claridad exacta de por qué. He vivido ese sentimiento, que por lo demás ha vivido toda la gente que conozco y tiene hijos, más allá de la dedicación exclusiva o no exclusiva, hay un sentimiento culpógeno.
¿También lo tienen los padres?
No, los padres no. Los padres zafan.