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Cultura

La doble cara de John D. Rockefeller, el multimillonario magnate del petróleo

La doble cara de John D. Rockefeller, el multimillonario magnate del petróleo
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Rockefeller creó la primera corporación monopólica de Estados Unidos: la Standard Oil Company, controlando el mercado del petróleo a finales del siglo XIX. Muchos condenaron sus acciones, pero él se consideraba a sí mismo un salvador.

En Estados Unidos, en la segunda mitad del siglo XIX, un grupo de hombres extraordinarios y controvertidos encabezaron la transformación de ese país de una república de granjeros y comerciantes a una superpotencia propulsada a vapor.

Sus nombres -Vanderbilt, Carnegie , J.P. Morgan- siguen siendo sinónimos de fortunas colosales.

Para algunos, estos hombres fueron los heroicos empresarios que hicieron grande a EE.UU.

Para otros, fueron plutócratas que llevaron a mujeres y hombres que alguna vez fueron independientes a depender del tedioso trabajo asalariado: los "barones ladrones" que se robaron el sueño americano.


"Yo era un hombre joven cuando vi por primera vez un billete de dinero. Trabajaba como empleado en The Flats (en Cleveland) y un día mi empleador recibió una nota de un banco del estado, por US$4000".

"Me lo mostró y luego lo puso en la caja fuerte. Tan pronto como se fue, abrí la caja fuerte y, sacando el billete, lo miré con los ojos y la boca abiertos. Lo volví a guardar y cerré la caja fuerte. Me pareció una suma tremendamente grande, una cantidad inaudita, y muchas veces durante el día abrí esa caja fuerte para mirar con anhelo ese billete".

John Davison Rockefeller fue criado por su severa madre baptista en un pequeño pueblo de Ohio. Su padre, semipresente, era un carismático estafador y bígamo.

John D. heredó la religión de su madre y, según algunos, la moralidad de su padre. Era un abstemio que leía la Biblia al principio y al final de cada día, pero desde una edad temprana se propuso ser rico. Como dijo sobre él su socio de negocios Maurice Clerk: "John tenía fe absoluta en dos cosas: el credo baptista y el petróleo".

El joven Rockefeller comenzó a buscar formas de conseguir algunos de esos tentadores billetes de dólar, ¿pero cómo?

Los "barones ladrones" que lo antecedieron, como Cornelius Vanderbilt, habían hecho su fortuna en una economía repleta de anarquía dinámica.

"Es probablemente la tasa de industrialización más rápida que haya visto el mundo, hasta que llegó China", dice el historiador Steve Fraser.

"Empezaron a surgir ciudades de un millón de habitantes o más, de un extremo del país al otro".

"Esta es una economía que está creciendo a una escala extraordinaria. Es una transformación total de un mercado fragmentado, impulsada por intereses separados o por regiones diferentes, a una economía nacional", agrega la profesora Joanna Cohen, de la Universidad Queen Mary de Londres.

"Hay energía inquieta en esta economía y la gente es muy consciente de que puede 'irse a la quiebra', como le decían entonces: tienes que tener éxito o fracasaste. Es una verdadera economía de auge y caída".

En medio de todo esto, la gran innovación de Rockefeller fue la gigantesca corporación moderna, tan grande que podía aplanar a toda la competencia y amortiguar todos los golpes de la economía.

Evadiendo el servicio militar durante la Guerra Civil, Rockefeller invirtió en el negocio de la refinería de petróleo en Cleveland.

Era una industria completamente nueva con un potencial evidente, pero al igual que otras refinerías a pequeña escala, Rockefeller se encontraba totalmente dependiente de los ferrocarriles para llevar petróleo crudo desde donde se perforaba, en el oeste de Pensilvania, y transportar el producto terminado hasta el mercado en la costa este.

Rockefeller se dio cuenta de que podía negociar algo mejor. ¿Qué pasaría si prometiera a los ferrocarriles envíos masivos y regulares a cambio de pagos secretos?

Y así, en 1868, hizo un trato con la Línea Central de Nueva York. Ese ferrocarril pertenecía al primer "barón ladrón", Cornelius Vanderbilt, quien ya tenía 74 años, y durante mucho tiempo aterrorizó a muchos hombres de negocios más pequeños.

Rockefeller solo tenía 29 años, pero era un joven muy seguro de sí mismo:

"El señor Vanderbilt nos mandó a llamar ayer a las 12 y no fuimos. Está ansioso por obtener nuestro negocio y dijo que podría aceptar nuestros términos. Le enviamos nuestra tarjeta a través de un mensajero, para que Vanderbilt sepa dónde encontrar nuestra oficina".

A diferencia de sus rivales, que no podían ver más allá de las puertas de sus refinerías, Rockefeller comprendió cómo encajaban todas las partes y cómo podría dominarlas.

Al igual que los otros "barones ladrones" como Andrew Carnegie y J.P. Morgan, Rockefeller había entendido algo sorprendente, como explican los historiadores Joanna Cohen y Steve Fraser.

"Se dieron cuenta de que si se le daba licencia al mercado libre para hacer lo que hace, iba a ser muy autodestructivo. Desde 1857, más o menos cada 10, 15 o 20 años como máximo, había un grave pánico financiero, que generaba caos comercial y anarquía ", sostiene Fraser.

"Inspiró la agitación social porque muchos trabajadores no pudieron sobrevivir a esos auges y caídas. Hubo una enorme agitación social y política causada por este carácter anárquico del libre mercado, por lo que buscaron estabilidad".

"Las industrias no debían especializarse simplemente en una parte del negocio, sino en reunir todas las partes del negocio y brindar un servicio completo a las personas que necesitaban estos productos y servicios", afirma Cohen.

"El genio de estos hombres es que pudieron ver que no se trataba solo de poner una parte de la producción bajo su control, sino también poner la distribución y la comercialización bajo su control".

En 1872, Rockefeller vio su oportunidad. El frágil y novedoso negocio petrolero había sufrido su primera caída. La sobreproducción había obligado a bajar los precios, pero los productores y refinadores tuvieron que seguir pagando lo mismo de siempre a los ferrocarriles.

Así que Rockefeller decidió crear un cartel que él, por supuesto, manejaría. Hizo un acuerdo con el Ferrocarril de Pensilvania, garantizándole carga a cambio de costos de transporte mucho más bajos.

Luego fue a los refinadores que competían con él y les dijo lo que estaba a punto de hacer: si le vendían sus refinerías, podían obtener el beneficio de las tarifas reducidas. Si no, enfrentarían un costo de transporte incluso más alto que el que ya venían pagando.

¿Chantaje? ¿O simplemente un negocio inteligente?

Según la periodista Ida Tarbell, la mayor crítica de Rockefeller, esta era la propuesta que le hacía a sus rivales:

"Este esquema es infalible. Significa que controlaremos totalmente el negocio petrolero. No hay posibilidades para alguien de afuera. Pero le daremos a todos la oportunidad de entrar. Usted debe entregar su refinería a mis tasadores y le pagaré en efectivo o con acciones de la Standard Oil Company, lo que prefiera, por el valor que le demos. Le aconsejo que tome las acciones. Será por su bien".

Finalmente todos aceptaron, renunciando a sus negocios a precios de liquidación. Y esto fue solo el comienzo.

Rockefeller pasó a convertir su compañía Standard Oil en la primera corporación verdaderamente gigantesca del mundo, el epítome del nuevo y controvertido tipo de negocio monopólico conocido como un Trust.

La empresa absorbió a muchos rivales, como los refinadores de Cleveland, y llevó a la quiebra a muchas otras refinerías. Una de ellas pertenecía al padre de Ida Tarbell.

Fue así como Rockefeller se convirtió en una figura pública -y odiada- en EE.UU. Generó un aluvión de protestas y muchos lo consideraron un monstruo.

Pero lo que sus críticos llamaron la "Masacre de Cleveland" fue considerada por Rockefeller como una victoria para todos. Estaba convencido de que sus rivales habrían quebrado sin él y se consideraba una especie de ángel de la misericordia y no un Mefistófeles, como lo llamaban sus críticos.

Esta es su versión de lo que les decía a sus rivales cuando se ofrecía a comprar sus refinerías:

"Tomaremos tus cargas. Utilizaremos tu habilidad; te daremos representación; nos uniremos y construiremos juntos una estructura sustancial sobre la base de la cooperación. Acepta las acciones de Standard Oil y tu familia nunca sabrá lo que es no tener".

Fue así cómo empezó a haber enormes concentraciones de poder en manos de un pequeño número de hombres. Ida Tarbell lo llamó la maldición de lo grande.

"Son millonarios en una escala nunca antes vista, pero Estados Unidos no es una tierra donde se aprecie ese tipo de escala. El pequeño agricultor terrateniente era el ciudadano ideal de la antigua república", dice Cohen.

"Estos hombres operan a una escala tan enorme que hay preocupación sobre cómo puede funcionar la república en una era en la que estos hombres ejercen tanto control y pueden influir en el Estado en formas que no deberían ser posibles".

"Esto causa verdadera ansiedad en muchas partes diferentes de la sociedad estadounidense", señala la académica.

Una protesta de trabajadores de Standard Oil en Nueva Jersey en 1915.
Una protesta de trabajadores de Standard Oil en Nueva Jersey en 1915.

Y, sin embargo, para Rockefeller, la escala, la "grandeza" que él había promovido, era algo bueno para EE.UU. porque traía orden, estabilidad y crecimiento.

Además, él utilizó su inmensa riqueza para crear una fundación filantrópica en una escala que se ajustó al tamaño de su corporación.

Según Standard Oil, Rockefeller fue "el Moisés que liberó [a los refinadores] del disparate que había causado estragos en sus fortunas...".

"No fue un proceso de destrucción y desperdicio; fue un proceso de construcción y conservación de todos los intereses, en un esfuerzo heroico, bien intencionado y casi divino de salvar a esta industria destruida".

Rockefeller, el gran titán de los negocios, no creía que los mercados libres, sin restricciones, fueran algo bueno. Para él, Standard Oil desempeñó un papel similar en la racionalización de la economía como el que las industrias nacionalizadas intentarían desempeñar en el siglo XX.

La estrategia de consolidación que Rockefeller desarrolló surgió de su ansiedad de que la prosperidad de EE.UU. pudiera ser vulnerable a su propio caos energético.

Hacer que esa consolidación fuera una realidad en la economía estadounidense, a comienzos del siglo XX, fue la gran ambición de nuestro próximo "barón ladrón": J.P. Morgan, sobre quien les contaremos más en el próximo episodio de esta serie.

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