Beatriz, la mujer que cautivó a Dante Alighieri y lo llevó al paraíso en su "Divina comedia"
"En medio del camino de la vida, errante me encontré por selva oscura, en que la recta vía era perdida".
Así empieza la "Divina Comedia", en un bosque oscuro y sobrenatural justo antes del amanecer del Viernes Santo de 1300.
Dante Alighieri, el gran poeta florentino del Medievo, no sólo es su autor sino ese personaje que nos cuenta que se siente solo y asustado en esa oscuridad.
Pronto, a petición de una mujer llamada Beatriz, el fantasma del poeta romano Virgilio vendrá a mostrarle el infierno.
Y esa mujer llamada Beatriz tampoco es sólo un personaje en la que muchos consideran como una de las obras más sublimes de la literatura occidental.
Es el gran amor de la vida de Dante.
"Beatriz, guíame hacia el Paraíso, ya que Virgilio ya cumplió su misión".
Le dice Dante más tarde, cuando la ve por primera vez, y cuenta que volvió a sentir la conocida "señal de la antigua llama".
"Nuestro amor no es terrenal, porque este sentimiento es tan inmenso que no lo supera el amor de Dios por la humanidad".
Esa llama
El amor que sintió Dante por su Beatriz era inmenso.
La describía como "una dama tan bendecida y tan hermosa", cuya voz era "tierna, dulce y discreta. Una voz de ángel, una música propia".
Y fue su gran inspiración; su musa.
Lo curioso es que nunca estuvo realmente con ella.
Es más, hay quienes hasta dudan de su existencia. No obstante, se le identifica ampliamente, aunque no universalmente, como Beatriz Portinari, proveniente de una familia noble florentina que residía cerca de la casa de Dante.
El poeta la vio por primera vez a la edad de 9 años -cuando ella tenía 8- en una reunión en el palacio del padre de Beatriz en Florencia. Ella tenía puesto un vestido carmesí y él quedó prendado, para siempre: "Desde ese momento en adelante, el amor gobernó mi alma".
Desde esa ocasión, sólo se vieron un puñado de veces más.
Una de esas veces, nueve años después de la primera, quedó plasmada en sus escritos y luego inspiró obras de arte.
Tuvo lugar en una calle florentina por la que Beatriz iba caminando con otras dos mujeres. Ella lo saludó. Él se emocionó de tal manera que no pudo siquiera contestarle. Fin.
Pero Dante no necesitaba mucho más que una sonrisa para alimentar su amor, y lo que recibía le bastó para escribir una crónica de su relación llamada "La vita nuova" o "La nueva vida" (c. 1293).
En ella describe sus encuentros, elogia su belleza y bondad, habla de los acontecimientos en sus vidas y detalla la intensidad de sus sentimientos.
No pareció importarle que Beatriz se casara con uno de los hombres más influyentes de la ciudad, Simone de Bardi.
Pero sí lo devastó su fallecimiento, a los 24 años en 1290; una muerte que Dante presintió -según relata- en un sueño:
"Me pareció ver que poco a poco se enturbiaba el Sol, aparecían las estrellas y lloraban, que los pájaros caían volando por el aire y que la tierra temblaba.
Un hombre descolorido y macilento se me apareció y me dijo: '¿Qué haces? ¿No sabes la noticia? Ha muerto tu dama, que era tan hermosa'".
En "La vida nueva", a la noticia del fallecimiento, le siguen varios poemas sobre su dolor y, en el capítulo final, Dante se comprometió a no escribir nada más sobre Beatriz hasta poder escribir "sobre ella lo que no se ha escrito antes de ninguna mujer".
Así lo hizo.
La siguiente vez que Beatriz aparece en sus escritos es en la magistral "Divina comedia", en la que su amada es su intercesora en el infierno, su objetivo en el purgatorio y su guía en el paraíso.
No cabe duda de que fue un gran amor, pero sí cabe preguntarse qué habrá sentido su esposa Gemma Donati, la madre de varios de sus hijos, al leer sonatas como la siguiente, inspiradas por otra mujer:
Amor brilla en los ojos de mi amada, y se torna gentil cuando ella mira:
donde pasa, todo hombre a verla gira y a quien ve tiembla el alma enamorada.
Anochece si esconde su mirada, y por volverla a ver todo suspira:
ante ella la soberbia huye y la ira; bellas, honrad conmigo a mi adorada.
Feliz mil veces quien la ve y la siente; al nacerle el alma al punto empieza
todo humilde pensar, toda dulzura, y no sabe, al mirarla sonriente,
si en ella se excedió naturaleza, o el milagro gentil tanta hermosura.