Alexander Blanco, el veterinario venezolano que arriesga su vida para salvar al águila harpía
"El dolor era muy intenso, pero durante la caída yo solo pensaba en el pichón".
El veterinario venezolano Alexander Blanco recuerda así el momento en que se precipitó de la copa de un árbol en el bosque lluvioso tropical de Venezuela con una cría de águila harpía en sus manos.
Estaba poniéndole un anillo con un transmisor satelital al ave cuando se aflojaron las cuerdas y se vino al suelo desde 35 metros de altura.
Blanco acabó en el hospital con una muñeca y una pierna rota, pero la cría no sufrió ningún daño.
Aquella no fue la primera vez que el veterinario arriesgó su vida por un águila harpía.
Una hembra enfurecida le dejo una herida de siete centímetros y le perforó el tórax cuando intentaba ponerle un anillo a otro pichón.
Desde entonces, lleva un chaleco protector cada vez que hace esta tarea.
"Diosa del viento"
Una de las águilas más grandes del mundo, la harpía, está rodeada de leyendas.
Los indígenas de América del Sur la llaman "diosa del viento".
Los primeros exploradores europeos bautizaron a estas "temerarias criaturas voladoras con garras y picos en forma de gancho" con los nombres de las harpías de la mitología griega, unos seres con cabeza de mujer y cuerpo de ave rapaz.
Blanco las vio por primera vez hace 20 años, cuando estaba haciendo sus prácticas como veterinario y trabajando en un zoológico.
Águila harpía
- Pueden levantar una presa de más de la mitad de su peso corporal
- Sus talones puede ejercer una presión de varios cientos de kilos, que mata instantáneamente a su víctima
- Se alimenta de perezosos, puercoespines, ciervos jóvenes, serpientes e iguanas
- Sus alas extendidas pueden medir hasta dos metros
- Su nido tiene un ancho de hasta 1,2 metros
"Encontré un águila allí en muy malas condiciones. Logré que la trasladasen a otro lugar y así fue como empecé a interesarme por la especie", recuerda.
"Luego apareció una salvaje que había sido atrapada por los traficantes de animales. La tuve que operar y seguir de cerca su recuperación", relata.
"La liberamos y ella todavía está viva".
Después, un colega le pidió que buscase un águila harpía con pichones viviendo en el bosque, algo que no resulta fácil. Los locales le dijeron que sería más fácil encontrar un dinosaurio en la jungla que un águila harpía.
"Yo era muy inexperto, pero logré encontrar un nido, atrapé a los pichones en el árbol y les puse un transmisor satelital".
Fue durante el descenso de la copa del árbol que se dio cuenta de que esa era su vocación.
"Y ya hace 20 años que trabajo con águilas harpías".
Financiación propia
Blanco financia gran parte de este trabajo con lo que gana como veterinario.
Él es el que paga por los transmisores satelitales que le traen sus amigos a Venezuela (donde no se pueden conseguir) y se los coloca a las aves.
Hace unos meses, Blanco ganó el Premio Whitley para la Naturaleza, que le ayudará a financiar parte de su trabajo sobre la participación de la comunidad y monitoreo.
Conocido también como el "Oscar verde", el galardón premia a conservacionistas locales que hacen un trabajo innovador para salvar a especies salvajes.
Cambio de actitud
El mayor desafío, según explica Blanco, es cambiar la actitud de los locales hacia estas aves que son temidas y cazadas.
"Usar guías locales resultó clave. Muchos eran cazadores, pero siempre les pedía que viniesen conmigo y vieran cómo trabajamos", dice el veterinario.
"Cuando me subo a un árbol para atrapar a un águila, la bajo y se las doy para que la tengan en sus manos. Y en ese momento también se enamoran de ellas".
Blanco dice que muchos de los guías con los que ha trabajado se han vuelto ahora conservacionistas, que a su vez alientan a las comunidades locales a proteger los nidos de las águilas harpías y a conservar el bosque en el que viven.
"Esto ha tenido un efecto enorme en los programas de conservación".
Población en descenso
Las águilas harpías no emigran, sino que cazan continuamente en su territorio. Para ello necesitan varias kilómetros cuadrados de bosque prístino.
Solían encontrarse desde el sur de México hasta el norte de Argentina, pero años de deforestación, destrucción de sus nidos y caza han tenido un impacto profundo en su población.
En Costa Rica y El Salvador han desaparecido.
En Venezuela, la falta de políticas ambientales en áreas remotas ha provocado un crecimiento marcado de la tala ilegal.
Con la mayoría de sus nidos fuera de las áreas protegidas, el peligro para las águilas harpías es cada vez mayor.
Pero Blanco cree que involucrar a las comunidades locales en los proyectos de monitoreo es clave para su protección.
Su equipo está monitoreando ahora cerca de 100 nidos en Venezuela, un número récord para la región.
Blanco espera seguir apoyando también otros proyectos para conservar a estas aves en Brasil, Ecuador, Panamá y Perú, así como también exportar a otros países su metodología.