En lengua karijuna, la que hablaron los indígenas que habitaron el sur de Colombia durante siglos, Chiribiquete es el "cerro donde se dibuja".
Y no es cualquier dibujo.
Este parque nacional de Colombia, declarado patrimonio cultural y biológico de la humanidad por la UNESCO en 2018, ha sido definido como la "Capilla Sixtina" de la arqueología en América Latina.
Pero hasta hace pocos años, nada se sabía de este lugar. Hasta que el arqueológo y antropólogo colombiano Carlos Castaño se vio obligado a desviarse en un viaje hacia el Amazonas colombiano y se encontró con esta maravilla: Una colección de murales con más de 75.000 pinturas rupestres donde el jaguar es protagonista, en medio de un hábitat de riqueza biológica casi intacta.
Y con algunas que datan, de acuerdo al registro de varios investigadores, de hace unos 20.000 años.
Castaño, autor del libro "Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar" y director de la fundación Herencias -que se dedica a la conservación del parque- habló con BBC Mundo en el contexto del HAY Festival Querétaro, que se realiza virtualmente la primera semana de septiembre.
¿Es verdad que usted descubrió Chiribiquete por casualidad, porque se desvió la avioneta donde viajaba?
En 1986 yo era director de Parques Nacionales de Colombia y por esa razón me tocó planear un viaje desde Bogotá hasta el parque nacional Amacayacu.
En ese momento teníamos asignado un avión Cessna 206 para seis pasajeros.
Este recorrido es bastante dispendioso y largo.
En ese avioncito debía, ante todo, considerar el abastecimiento de gasolina y por eso la ruta estaba llena de escalas: Bogotá, Villavicencio, San José del Guaviare, La Pedrera y finalmente Leticia, que es la principal ciudad colombiana en la región de la Amazonía.
Pero saliendo de San José del Guaviare nos tocó una tormenta muy fuerte que se fue agudizando, lo que nos obligó a revisar el rumbo. Tomamos la decisión de irnos hacia el sur más bien, dándole la vuelta a la tormenta, pero ésta nos fue arrinconando progresivamente.
Se nos cerraron todos los caminos, nos fue empujando hacia el sur por una ruta que en su momento no era nada convencional y terminamos, casi una hora de vuelo después, observando en el horizonte una serranía que para mí era totalmente desconocida y que nos llamó mucho la atención porque no estaba registrada en el mapa del avión.
Y decidieron acercarse?
Sí, en la medida que nos íbamos acercando se fue despertando cada vez más mi interés, pero sobre todo mi desconcierto de empezar a ver una geomorfología tan absolutamente diferente a lo que yo había visto a lo largo de toda mi vida en el país.
Quedé muy sorprendido de esta formación geológica y esa monumentalidad, de ese relieve tan espectacular, tan sobrecogedor, que claramente nos fue absorbiendo, absorbiendo, en el sentido de querernos acercar más y más.
Y entramos precisamente por uno de los sitios que reviste la mayor monumentalidad y significancia desde el punto de vista paisajístico, porque es donde están los relieves más altos: aproximadamente a 900 metros de altura sobre el nivel del mar, lo cual contrastaba fuertemente con el resto del perímetro, que es esa abrumadora extensión de selva.
Y que además estaba en un inmejorable estado de conservación.
Después de 30 años de trabajos allí, ¿cómo define a Chiribiquete?
Pues yo defino este sitio como uno de los lugares más emblemáticos, sin lugar a dudas, del arte rupestre americano.
Es un lugar absolutamente trascendente por su significación simbólica y cosmogónica, que lleva quizás a los momentos más tempranos del poblamiento de América, ya que las fechas que hemos encontrado allí no sólo son extremadamente antiguas, sino que ponen de relieve este arte rupestre de Chiribiquete como una de las manifestaciones culturales más pretéritas del continente.
Pero un aspecto sobresaliente es que poco a poco se va haciendo evidente el carácter absolutamente sagrado y ceremonial de esta serranía en el contexto de la historia cultural amazónica.
Más allá de la monumentalidad de todo lo que hemos encontrado -que hasta el momento son cerca de 70 megamurales con miles de pinturas rupestres y que esto, dicho sea de paso, es apenas el abrebocas de todo lo que hay allí-, estamos ante un lugar muy sobresaliente desde el punto de vista espiritual y, por qué no decirlo, artístico.
Sin lugar a dudas, el calificativo que le dimos al comienzo, sin tener en cuenta la dimensión de lo que hemos venido descubriendo, se acomoda muy bien: Chiribiquete es la Capilla Sixtina de la Amazonía, absolutamente monumental.
Monumental en su exquisitez, en la calidad de los diseños de las iconografías, en su significancia, su carácter sacro.
Ahora, una de las grandes implicaciones que tiene actualmente este lugar es que hemos podido comprobar que el arte todavía sigue siendo usado y lo siguen pintando comunidades indígenas no contactadas, o por lo menos en aislamiento voluntario, lo que lo convierte en el único sitio que conozcamos a nivel mundial donde esto todavía ocurre.
Todos estos aspectos, además, se conjugan con la significancia desde el punto de vista natural del lugar, pues es un refugio pleistocénico.
Hay pocos sitios en el mundo con estas condiciones, estas características de insularidad, endemismo, fragilidad y biodiversidad.
Usted señala "Simple y llanamente, esto es lo más grande de la pintura rupestre". Es una afirmación categórica teniendo en cuenta que existen otras joyas como Altamira y Lascaux, ¿Cómo sustenta esta afirmación?
Yo la verdad no recuerdo haberlo dicho a nivel mundial. Lo que sí creo es que a nivel continental es un sitio excepcional.
Pero además, lo más inexplicable a mi juicio es haber descubierto una tradición cultural desconocida, por lo menos en Colombia, pero que poco a poco nos revela que tiene unas raíces muy profundas en otros países, en otros contextos.
Uno podría casi que seguir la línea, como lo he venido haciendo a través de toda investigación, de pertenecer a una cultura milenaria.
Sin lugar a dudas lo que sorprende más es que esta tradición cultural, a diferencia de otra gran cantidad de sitios del mundo, se ha mantenido durante siglos enteros.
Esto que digo es una cosa sin precedentes. ¿Cómo explicar que aún se sigan dibujando los mismos estilos y las mismas composiciones, manteniendo una identidad en el diseño a lo largo del tiempo?
Y dentro de esto, hemos encontrado un aspecto muy trascendente del arte rupestre de Chiribiquete, que nos acerca mucho al entendimiento de un concepto fascinante, muy transversal en el neotrópico americano, es decir, desde México hasta Argentina, que está asociado con la representación del jaguar.
A mí no me cabe la menor duda de que estamos frente a un centro de pensamiento cosmogónico que tuvo un impacto muy importante en el advenimiento de muchas otras manifestaciones dentro del continente suramericano, y desde Mesoamérica hasta la Patagonia.
Usted señala que se han encontrado cerca 75.000 dibujos, que representan entre el 5% y el 8% de todos los dibujos que hay allí... Eso significa que hay un tesoro más grande.
Por supuesto, hay que entender varias cosas en ese sentido.
La primera, que ésta es una serranía muy extensa, tiene 300 kilómetros de longitud y con un ancho máximo de 50 kilómetros en la parte sur. En la parte norte es muchísimo más estrecha. Nosotros hemos enfocado todo nuestro trabajo apenas en la parte norte y algo de la parte central. Todo lo demás está por explorar.
Yo llevo 30 años investigando este parque y ha costado un enorme esfuerzo localizar muchos de estos murales, que están en sitios muy inaccesibles. No hay otra forma de acceder que en helicóptero y aún desde el aire es muy difícil encontrar estos lugares fácilmente.
Nos ha tomado tres décadas localizar estos 70 y pico de murales, pero sin lugar a dudas hay una infinidad de lugares más en Chiribiquete y, por lo que hemos podido observar, la tradición sale incluso de la propia sabana de Chiribiquete y se encuentra ampliamente representada en otras serranías, con unos matices particulares y sutilmente diferenciados.
Digamos, a medida que nos alejamos del epicentro que es Chiribiquete, el trabajo pictórico se va volviendo cada vez más geométrico y abstracto.
Usted señala que en Chiribiquete habitó el primer hombre en América, ¿cómo sostiene esta afirmación?
Los arqueólogos nos cuidamos mucho de no dar mensajes demasiados deterministas, porque todo en la ciencia cambia con el tiempo y se empiezan a encontrar fechas mucho más antiguas.
Pero lo que sí es evidente es que hoy por hoy, con la evidencia del arte rupestre de Chiribiquete, hay allí unas manifestaciones muy antiguas, tal vez de las más antiguas del continente, que nos llevan hasta posiblemente los finales del Pleistoceno.
O sea, el momento que está asociado precisamente con el ingreso del hombre al continente americano.
Chiribiquete tiene una particularidad y es que tiene una de las fechas más antiguas asociadas al arte rupestre en América, por lo menos hasta el momento.
Ya eso es un aspecto muy relevante que nos conduce a esos primeros momentos de presencia humana en el continente, cuando es evidente que estamos frente a unos pobladores muy tempranos, que entran a América seguramente por el sur y remontando la cuenca amazónica hasta Chiribiquete.
Cuando comenzamos hace 30 años, afirmar eso era una locura. Era una herejía. Hoy yo ya me siento un poco más tranquilo con los datos que se han empezado a encontrar, con la evidencia que se está empezando a exponer por parte de otras investigaciones y otros investigadores.
Y ya no se piensa como una cosa aislada, única y alocada.
Por supuesto, esto ha generado una enorme incertidumbre y mucho escepticismo por parte de la mayoría de los arqueólogos ortodoxos del continente. Todas estas cosas, por cómo es la ciencia y por ser novedosas, pues sorprenden mucho.
Y yo sabía perfectamente que todas las hipótesis que empiezo a plantear desde mi investigación, y desde mi libro, son más sui generis y han generado una reacción en muchos contextos.
Pero, por ejemplo, recientemente han sido validadas por parte del estamento científico a nivel mundial, las huellas de pies humanos sobre el fango más antiguas hasta ahora encontradas en el continente sudamericano, más precisamente en Chile, en Monteverde, que ya venían demostrando tener fecha muy temprana. Lo que nos empieza a demostrar que la evidencia es, sin lugar a dudas, más antigua de lo que habíamos pensado.
Usted ha estado en contra de que se abra este lugar al turismo, ¿cree que lo puede lograr?
Es una respuesta muy compleja. Desde que comenzamos con las investigaciones en Chiribiquete hemos sido de los pocos que han podido acceder a este lugar.
Y durante años, junto a un equipo de trabajo que incluye a expertos en muchos campos y entidades muy reconocidas como la Universidad Nacional (de Colombia) o la WWF (la ONG internacional Fondo Mundial para la Naturaleza) fuimos conscientes de que no deberíamos dar a conocer desde ningún punto de vista la información de todo lo que estábamos encontrando hasta tener garantizada una serie de acciones, circunstancias y variables que nos permitieran defender a Chiribiquete.
Yo creo que todavía no tenemos el suficiente respeto como para mantener estos lugares, que más allá del vandalismo, que es muy grave y muy evidente, la presencia humana masiva termina alterando mucho las condiciones de un lugar, porque con ello se requieren infraestructura, servicios y permanente tránsito de gente.
Digamos que yo confié desde ese momento en que el aislamiento y el anonimato eran los guardianes más propicios y eficientes. Y así pues funcionó durante mucho tiempo. Y lo que vino a cambiar esta circunstancia fue cuando salieron las primeras imágenes de Chiribiquete. Y sobre todo cuando empieza, digamos, la expectativa de la gente por ir allí.
Todo esto, impulsado por la desmovilización de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) en 2016, que hizo pensar a las personas que querían hacer turismo que esos caminos, que antes eran inaccesibles porque estaban en manos de estos grupos insurgentes, ahora estaban disponibles.
Y esa intervención directa en la selva nos obligó a buscar nuevas alternativa para proteger no solo el tesoro arqueológico de Chiribiquete, sino también su factor ecológico.
Entonces logramos dos asuntos que nos han permitido continuar con la protección: logramos que el gobierno nacional ampliara la extensión del parque. Pasamos de las casi 1.298.000 de hectáreas que se aprobaron cuando se creó el parque, a unas 4.268.095 hectáreas en la última ampliación.
Esa aprobación nos permitió crearle una periferia, especialmente porque alrededor de Chiribiquete hay varios proyectos de extracción de minerales.
Y otro hito importante para la conservación fue la declaración de Chiribiquete como Patrimonio de la Humanidad (de la Unesco), que ocurrió por los mismos días de la ampliación del territorio, en julio de 2018.