3 de los pícnics más famosos de la historia (y el origen de este pasatiempo)
"La vida es un pícnic en un precipicio", según el escritor W.H. Auden, mientras que para su amigo el autor W. Somerset Maugham, había "pocas cosas tan agradables como un pícnic".
Puestas en ese orden, la conclusión es tan alentadora como la idea de empacar delicias en un canasto y encontrarte con seres queridos en algún lugar campestre para disfrutar de un momento alegre "al fresco".
Comer al aire libre es algo que, por supuesto, venimos haciendo desde los albores de la humanidad, y eventos parecidos a nuestros pícnics aparecen en los escritos del filósofo griego Plutarco y el romano Séneca, así como del poeta romano Ovidio.
Sin embargo, según los expertos, la idea de esa ocasión como la conocemos hoy en día empezó a tomar forma en la época medieval, con los banquetes servidos tras las expediciones de cacería.
Era, como lo fue durante varios siglos, un pasatiempo aristocrático pues no sólo requería de poderse dar el lujo de dedicar horas al esparcimiento y no al trabajo, sino de sirvientes, pues lo que se ofrecía no era cualquier sándwich.
Grandes bandejas de comida eran servidas en pesadas mesas al lado de candelabros, cubiertos y copas de cristal.
Además de ser tan formales, el móvil de esos protopícnics era la caza y no, como lo fue después, una comida afuera como un escape a la naturaleza.
Y si les hubieras dicho a esos cazadores que les esperaba un pícnic al final de la jornada, no te habrían comprendido, pues la palabra no existía en la Edad Media.
Picar un poco
Si nos acogemos a la idea de que nada existe hasta que se nombra, tenemos un problema, pues la historia del origen de la palabra es un misterio.
Mucho parece indicar que procede del francés y que se remonta al siglo XVII cuando se usaba el término 'pique-nique' (piquer -picar o recoger- y nique -una pequeña cantidad o nada en absoluto-).
Una edición de 1692 de Origines de la Langue Francoise de Menage menciona el pique-nique, lo que señala que el término se había usado durante algún tiempo en Francia.
Es posible que se derivara del nombre del protagonista de una sátira francesa del siglo XVII, "Les Charmans effects des barricades, ou l'amité durable de la compagnie des freres Bachiques de Pique-Nique" (1649), un glotón que no para de comer a pesar de que sus compañeros sufren por una escasez de alimentos.
En cualquier caso, un pique-nique describía un evento social, generalmente celebrado en el interior, en el que los invitados traían algo para la comida, ya fuera un plato completo, una bebida o una contribución monetaria.
Ya para el siglo XVIII eran un pasatiempo favorito de la aristocracia, que a veces hasta incluía bailes.
La revolución
Con el estallido de la Revolución Francesa, los aristócratas que se salvaron de la guillotina encontraron refugio en países europeos y en Estados Unidos.
Muchos terminaron en Londres, donde, a pesar de no gozar de los espléndidos medios como antaño, insistían en mantener su estilo de vida, que incluía sus pícnics.
En 1801 nació la "Sociedad Pic Nic", que reunía a unos 200 francófilos adinerados que celebraban extravagantes reuniones en las que competían por contribuir con los platos o las bebidas más lujosas, y en las que había música, baile, teatro y juegos de azar.
Se mantuvo viva sólo unas pocas décadas, pero entre tanto las clases medias reemplazaron esa versión interior y costosa con una al aire libre, cuyo énfasis era comer en el campo para disfrutar del ambiente rural; a pesar de ser tan diferente, adoptaron el nombre con el cuál la conocemos.
En Francia, la Revolución le había abierto la entrada a los parques reales al público por primera vez, el escenario perfecto para la versión no aristocrática de pícnics que podían disfrutar los recién emancipados ciudadanos.
Para mediados del siglo XIX, eran una actividad popular entre todas las clases sociales.
La placentera actividad, un respiro a la asfixiante urbanización, fue adoptada por doquier, y ha inspirado a toda clase de artistas, escritores y hasta políticos.
He aquí tres de los pícnics más famosos.
Édouard Manet - Le Déjeuner sur l'herbe (1863)
Como la mayoría de las pinturas impresionistas, la escena es mundana: cuatro personas en un día de campo.
Pero hay un detalle peculiar. Una de las dos mujeres está completamente desnuda y te está mirando sin timidez y con interés.
"El almuerzo sobre la hierba" es una obra maestra que violó todas las reglas y desató uno de los más grandes escándalos de la historia del arte.
Cuando Napoleón III la vio dijo que era "una ofensa contra la decencia"; su consorte, la emperatriz Eugenia, fingió que la imagen no existía.
Aunque los desnudos femeninos eran comunes en el arte, hasta entonces siempre representaban figuras de la mitología o la alegoría. Esta era una mujer anónima sin ropa en un entorno cotidiano.
"Preferirían que yo hiciera un desnudo, ¿verdad?", le comentó Manet en una carta al periodista francés Antonin Proust en 1862. "Pues les haré un desnudo...".
Fue impactante, incomprensible, irónico, irreverente. Pero también fresco y visualmente desafiante.
Con su particular pícnic, Manet abrió un capítulo completamente nuevo en la historia del arte.
El Pícnic Paneuropeo
19 de agosto de 1989 había un pícnic planeado, pero no un pícnic cualquiera.
Era el "Picnic Paneuropeo", una reunión política y simbólica junto a la valla fronteriza entre Hungría y Austria, una línea divisoria entre el bloque comunista y Occidente.
Era una muestra de apoyo a una Europa libre de barreras y miles acudieron.
Como pícnic, fue un desastre, pues desde el principio densas nubes grises cubrieron el cielo, y se desató un fuerte aguacero que apagó las barbacoas antes de que pudieran calentarse.
Pero cientos de alemanes orientales aprovecharon la oportunidad para cruzar la frontera hacia Austria y de allí a Alemania Occidental.
Los guardias fronterizos húngaros se negaron a disparar y, en las semanas siguientes, miles más cruzaron.
Tres meses después cayó el Muro de Berlín y el camino hacia el fin del comunismo en Europa y la unificación del continente fue irreversible.
1984
Muchos grandes autores han aprovechado el relajado ambiente de los pícnics para enmarcar escenas memorables.
El de George Orwell se distingue por ser uno de los pícnics menos opíparos de la literatura: lo único que llevan Winston y Julia de comer es una "pequeña tableta de chocolate" cuando se escabullen a un claro del bosque para evadir la atenta mirada del Gran Hermano.
Pero lo que le falta de comida a la escena, lo compensa con un dulce romance: es un pícnic para saciar el apetito sexual más que cualquier otro.
"El aire parecía besar la piel", escribe Orwell. "Del corazón del bosque venía el arrullo de las palomas".
¿Y qué del chocolate?
"Ella la partió por la mitad y le dio uno de los pedazos a Winston. Incluso antes de tomarlo, supo por el olor que era un chocolate muy inusual. Era oscuro y brillante, y estaba envuelto en papel plateado.
"El chocolate normalmente era una cosa de color marrón opaco que se desmoronaba con gran facilidad; y en cuanto a su sabor, era algo así como el del humo de la goma quemada.
"Pero en algún momento había probado chocolate como el trozo que ella le había dado. Su aroma le había evocado algún recuerdo que no pudo precisar, pero que era poderoso y perturbador...
"El primer trocito de chocolate se le había derretido a Winston en la lengua. Su sabor era delicioso".
El sexo es poderoso. Pero su felicidad es una ilusión.
Resulta que el Gran Hermano, después de todo, los había estado vigilando.