Por Patricio De la Paz
La única experiencia previa que el próximo canciller chileno tiene en el mundo diplomático nació con un llamado mientras él estaba sobre una trotadora. Eran los últimos meses del 2011. El escritor Roberto Ampuero hacía ejercicio en su casa en Iowa, en el medio oeste norteamericano, cuando su mujer entró con su iPhone en la mano. Era Sebastián Piñera, quien por entonces iba en el segundo año de su primer gobierno. Desde Santiago, el mandatario le dijo que lo que quería de embajador en México a partir del 2012. Ampuero le pidió que le diera una semana para conversarlo con su esposa y sus dos hijos. El presidente le dijo que esperaba su respuesta al día siguiente.
Ampuero y Piñera ya se conocían bien. El primer encuentro entre ambos había sido tres años antes, en abril de 2008. Un amigo en común de ambos, el ingeniero Exequiel Lira Ibáñez, los puso en contacto por mail. Y ellos acordaron encontrarse en Miami, pues sus agendas coincidían allí. Ampuero iba a encontrarse con su amigo Paquito de Rivera. Piñera viajaba a reunirse con Bill Gates. Se cayeron bien enseguida. Sus mujeres también congeniaron. Gastaron tres días juntos, recorriendo desde Miami Beach hasta el barrio cubano. Prometieron no perder el contacto.
El 2009, con la campaña de Piñera ya en marcha, Ampuero reconoció públicamente que iba a votar por él, porque la Concertación era un proyecto agotado. Se ganó con eso la reprobación de la centro izquierda, pero la ya absoluta simpatía de su amigo candidato. Durante ese año Ampuero lo aconsejó en materias de política cultural. Cada vez que venía a Chile, lo visitaba. Estuvo en el lanzamiento de su programa, grabó mensajes para la campaña e incluso lo acompañó varias veces en sus giras por Chile. Cuando en enero de 2010 Piñera le ganó en segunda vuelta a Eduardo Frei, Ampuero fue parte del estrecho círculo que estuvo en las celebraciones en su casa.
-Es una relación de amistad, de la que me siento honrado- ha dicho el escritor.
En marzo del 2010, con Piñera ya investido presidente, se decidió que Ampuero entrara al directorio del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA). Dos meses después, el escritor le mandó una carta: renunciaba a su cupo de director, ya que sus obligaciones literarias y las clases en la Universidad de Iowa no le dejaban tiempo.
El presidente no se daría por vencido. Entonces, el 2011, vino esa llamada mientras Ampuero estaba en su trotadora. Al día siguiente, dio el sí y tuvo que botar al tacho sus planes de un 2012 sabático para pasear y escribir en Estambul, en Marruecos, en Samos. Vinieron reuniones con el canciller Alfredo Moreno y en noviembre se hizo pública su designación. A fines de año, Ampuero y su mujer se trasladaron a Ciudad de México. El 16 de enero, el escritor asumió como embajador.
Eso, ser embajador designado por un presidente de centroderecha, era un escenario impensable cuatro décadas antes. Cuando Ampuero era un joven comunista.
El quiebre
Roberto Ampuero (64) nació en Valparaíso. Su padre, del mismo nombre y quien inspiraría uno de los personajes más famosos de su literatura -el detective Cayetano Brulé-, se dedicó toda a la actividad naviera. Masón, socialdemócrata, fanático del Wanderers. Una vez le preguntaron a Ampuero hijo la mejor cualidad y el peor defecto de su padre. “Su sensibilidad frente a la injusticia; y sus prolongados monólogos”, respondió. Sobre su madre, Angélica Espinoza, ante la misma pregunta, dijo: “Una optimista incorregible; y que me regaloneó demasiado”.
Estudió en el estricto Colegio Alemán de Valparaíso. Cuando se fue a Santiago, a estudiar Antropología y Literatura en el Pedagógico, Ampuero dio un vuelco: a los 18 años entró a las Juventudes Comunistas. Dos años más tarde vino el golpe y él decidió dejar el país. Se ha hablado de un autoexilio, pero es más preciso decir que, por gestiones del partido, se ganó una beca en la Universidad Karl Marx de Leipzig, en la RDA.
Duró poco. Allí conoció a Margarita, la hija del temible fiscal cubano, Fernando Flores, muy cercano a Fidel Castro y apodado “Charco de sangre” por su dura represión con los disidentes. En 1974 los jóvenes se fueron a La Habana, se casaron -él tenía 21; ella, 18-, tuvieron un hijo. Ampuero vivía en medio de la clase dirigente, en el exclusivo barrio Miramar. Pero pronto se le despertó la incomodidad. El desencanto frente al socialismo real, a lo que ha definido como nula democracia y total desastre económico. Se separó de su mujer, en 1976 renunció al PC, se acercó a la disidencia y empezó a ver cómo salir de Cuba, que se le hacía insoportable. Lo logró en 1980.
Un cuarto de siglo después, todo eso sería el tema de “Nuestros años verde olivo”, una de sus novelas más exitosas y que enfureció a sus antiguos compañeros ideológicos. Su ex suegro, el fiscal Flores, lo trató de “miserable”: “Ampuero sería hoy un don nadie si no hubiese tenido la suerte de vivir en Cuba. Gracias a la revolución y sus suegros tuvo casa, comida y ropa limpia (…) Una vez concluida la meta de ser profesional, salió de Cuba. Salió rumbo a Alemania, donde se mantuvo en amistoso contacto con la embajada cubana. Para un redomado oportunista es imprescindible estar bien con Dios y el Diablo”. Ampuero respondió. Dijo que la “trayectoria de Flores es de una perversidad asombrosa” y que a él no le habían regalado nada: que sus estudios en Cuba los pagó con trabajo.
Tras dejar la isla, se instaló un corto tiempo en la RDA y luego saltó a Bonn. Se convirtió en corresponsal de una agencia italiana. Conoció a la que sería su segunda mujer, Ana Lucrecia Rivera, quien a mediados de los 80 era la embajadora de Guatemala en la Alemania Federal. Por el trabajo de ella, luego vivieron en distintos países. Ampuero, de acompañante, iría entendiendo el mundo diplomático: eso, sumado a lo que sería después su experiencia propia en México, podría servirle ahora como canciller. Pero eso sería más tarde, porque entonces -fines de los 80- lo que Ampuero sí comenzó fue una carrera literaria cada vez más conocida. Hasta que terminó en Iowa, donde obtuvo un doctorado y se convirtió en profesor de literatura creativa. En esta ciudad, en la sala de ejercicios de su casa, fue donde recibió ese llamado de Piñera en 2011.
Cuando Ampuero se acercó a Piñera, todas las viejas críticas a su cambio ideológico volvieron a renacer. Pero él, que ha reconocido que su último voto por la Concertación fue para Ricardo Lagos, se sentía cómodo en un nuevo domicilio político.
Todos cambian
Una tarde en México, mientras era embajador, Ampuero se despachó un improvisado pero clarísimo manifiesto político: “Yo me defino como un liberal y me siento muy cómodo en la centro derecha liberal chilena. Como independiente. La referencia central para mí es orientarme a la libertad individual, a los derechos humanos. Creo firmemente en las ventajas de una economía social de mercado. Miro con mucha desconfianza todo lo que es darle al Estado un rol hegemónico en la economía. Estoy contra los monopolios privados y públicos. En ese marco me defino”.
Se refirió también a las críticas en su contra. “Dan a entender que me di vuelta con Piñera. ¡Mentira! Yo había roto con el comunismo mucho antes. Fui parte de las Juventudes Comunistas cinco años de mi vida, todo el resto he sido profundamente no comunista. Fue un paréntesis muy breve. Es muy lamentable que alguien nunca más pueda cambiar porque a los 14, a los 16 años tomó una decisión. Todo el mundo cambia”.
Esos días de agosto de 2012 Ampuero se veía cómodo en el traje de embajador. Tenía una oficina en un piso 18, con un muro de vidrio que tenía vista panorámica al bosque de Chapultepec, al Auditorio Nacional y al Campo Marte. Tenía reuniones frecuentes con intelectuales mexicanos como Héctor Aguilar Camín, Ángeles Mastretta o Jorge Castañeda. Un chofer lo trasladaba en la semana en un Cadillac negro. Leía los diarios locales en papel a las 6 de la mañana. Pasaba tranquilo con su mujer los fines de semana en la enorme residencia diplomática. En el salón del ala privada de esa casa, frente a un gran televisor con parlantes, el embajador veía partidos de fútbol, mientras picoteaba tacos con palta y chapulines -pequeños saltamontes- con limón. En otra pieza estaba la trotadora que se trajo de Estados Unidos y donde había recibido el llamado de Piñera un año antes. Contaba que en ella corría 8 kilómetros cada dos días.
Era además un embajador con sombrero. De ala blanca, con una cinta verde. “Aún uso el verde olivo”, decía, entre risas.
Dictar cátedra
La vida de embajador se acabó en junio del 2013. El presidente Piñera lo eligió para reemplazar a Luciano Cruz Coke como cabeza del CNCA. Ampuero tenía ahora rango de ministro. Dejó México y se instaló en su natal Valparaíso, sede principal del consejo.
Estuvo nueves meses, hasta el fin del gobierno. Una profesional que trabajó con él recuerda: “No trajo a nadie. Excepto una periodista que desde afuera le ayudaba con los discursos importantes. Ampuero llevaba tanto tiempo viviendo afuera que no tenía aquí una buena red de contactos para armar equipo; trabajó con el que había”. Otro funcionario cuenta que “pidió que aunque fueran reuniones chicas todos le dijeran ministro, incluso quienes lo conocían de antes. Es una persona amable, que se da el tiempo, pero es desconfiado. A veces eso lo hace parecer distante. Parece muy piola, pero en el fondo tiene su vanidad. Además venía de la academia en Estados Unidos y de ser embajador; y aquí cae en la realidad de la administración pública. Eso lo desconcertó”.
En almuerzos más distendidos terminaba hablando de Cuba. De su experiencia allí. Daba más detalles de esas historias.
Cuba, país del que es crítico, siempre se cuela en su quehacer. Y no sólo en el literario. En 2010 la Universidad Finis Terrae instauró la Cátedra Ampuero, una instancia de análisis político y social, con invitados internacionales y con el escritor de anfitrión. La que abrió hace siete años la iniciativa se tituló “La Cuba que conocí y el enigma de su futuro”. Lo acompañaron el escritor Jorge Edwards y Felipe Kast. En la cátedra del 2016 volvería a tocar el tema bajo el título “¿Hacia dónde caminan las Américas?”.
“Si Roberto seguirá dirigiendo la cátedra que lleva su nombre, la experiencia nos dice que sí. Los años en que fue embajador y ministro continuó en ese rol, pues se trata de actividades en fechas concretas. Aún no lo conversamos”, dicen desde la universidad.
En Penguin Random House, la editorial donde publica su obra, también deben resolver qué harán con nuevos libros suyos mientras sea canciller. Para ellos, es un autor importante. Lo explica Melanie Josch, directora editorial del grupo en Chile: “Roberto Ampuero es trabajador, culto, prolífico. Siempre tiene muchísimos lectores y reconocimiento no sólo nacional”.
Sin acuerdo
Después de dejar el ministerio de Cultura, en marzo de 2014, Ampuero dividió su tiempo entre sus clases en Iowa y la tranquilidad de su casa en Olmué. Y se metió de lleno al trabajo con la derecha. Piñera lo nombró director en su Fundación Avanza Chile, donde comparte mesa con otros nombres que también fueron incluidos en el nuevo gabinete, como Andrés Chadwick, Cecilia Pérez y Felipe Larraín. En la campaña presidencial 2017 de Chile Vamos lideró la comisión de cultura.
Hoy además es senior fellow de la Fundación para el Progreso (FPP), ligada al empresario Nicolás Ibáñez. “Da conferencias, cursos, hace giras presentando libros, nos colabora en orientar la fundación. Su rol es en general en actividades académicas”, explica Axel Kaiser, director ejecutivo de FPP. “Yo le tengo gran estima y respeto, tenemos varios años colaborando con gran impacto. Hemos desarrollado una excelente relación”.
Respecto del proceso de conversión política de Ampuero, desde el comunismo a la derecha liberal, Káiser dice que “lo hace más admirable aún como persona. No todos tienen ese coraje y claridad mental. Salir de un error como el socialismo y convertirse en un referente internacional liberal y de derechos humanos no lo hace cualquiera. De seguro donde está ahora hará una contribución aún mayor a Chile”.
Luego de que este martes fue presentado como ministro de Relaciones Exteriores, hubo sorpresa en distintos sectores políticos. Esperaban a alguien con mayor experiencia en relaciones internacionales, sobre todo considerando que apenas ocho días después de asumido deberá enfrentar en La Haya los alegatos orales de la demanda marítima boliviana. Pero fue la izquierda, sobre todo el Partido Comunista, la que directamente arrugó la nariz con su nombramiento. “Su único mérito es ser anticomunista, un fascista recalcitrante, y eso en ningún caso ayuda a las relaciones internacionales”, disparó la diputada Camila Vallejo. “Es una señal muy dura para los pueblos y países de América Latina”, remató Guillermo Teillier, timonel PC, refiriéndose a la dura opinión de Ampuero sobre Cuba y Venezuela.
No fueron pocos los que recordaron sus imprudencias en Twitter, como cuando tras la primera vuelta de noviembre, posteó un supuesto mensaje de apoyo de Nicolás Maduro al candidato Alejandro Guillier. Cuando se supo que era falso, debió pedir disculpas a sus 48.300 seguidores. Ahora, como canciller, deberá practicar la moderación.
Desde Chile Vamos lo defienden. Gonzalo Blumel, futuro titular de la Segpres, habló en mismo día del nombramiento: “Ha tenido un destacado liderazgo y conocimiento en política internacional, especialmente lo que tiene que ver con democracia y derechos humanos. Es un sello que va a adquirir la Cancillería”.
Mientras, Ampuero guarda silencio y sigue muy cerca de Piñera. Este miércoles, el presidente electo fue a la Catedral Metropolitana al velorio de Parra. Entró cuando Colombina, la hija del antipoeta, cantaba una cueca. Piñera saludó a los familiares. A su lado, vestido de oscuro igual que el jefe, iba su futuro canciller.