Por Mariajosé Soto y Úrsula Schüler
En junio de 1987 María Isabel Toledo* tenía 30 años. Emocionada, coordinaba los preparativos para el bautizo de su hijo de dos años en la parroquia El Bosque, uno de los íconos para el mundo católico más conservador. Junto a su familia y amigos, Toledo esperaba que fuera el reconocido sacerdote Fernando Karadima quien encabezara la ceremonia, pero este no pudo por problemas de agenda. En su reemplazo, el párroco de El Bosque envió a alguien de su círculo de confianza, un joven que entonces tenía 25 años, y que en palabras del propio Karadima era su “principal representante”: el seminarista Juan Barros.
A esa altura, el actual obispo de Osorno ya cultivaba una cercana relación con Karadima junto a otros de sus amigos del Colegio San Ignacio, ubicado a cuadras de la Parroquia El Bosque.
“Era un chico cariñoso, humilde y tenía en su mirada esa característica tan típica de todos los jóvenes que rodeaban a Karadima: una timidez casi santa. Muy delgadito, de pelo claro, silencioso y profundamente dominado por Karadima”, relata Toledo sobre el obispo que esta semana fue uno de los protagonistas de la visita del Papa Francisco a Chile al aparecer en las principales actividades públicas del Sumo Pontífice.
De 61 años, Barros es desde 2015 obispo de Osorno, nombramiento que desde el primer día activó una férrea oposición en la ciudad desde dentro y fuera de la Iglesia. Durante tres años el religioso ha experimentado el repudio de un importante grupo de feligreses y sacerdotes de la zona, que condenaron su llegada desde el principio debido a sus vínculos con Karadima, quien fue sancionado por el derecho canónico tras comprobarse que cometió abusos sexuales a menores.
Víctimas del párroco de El Bosque, como Juan Carlos Cruz, afirman que Barros -quien en junio de 2011 declaró como testigo en la causa contra Karadima- habría presenciado los abusos durante años, aunque el obispo lo ha desmentido en reiteradas oportunidades.
“¡Les pido, por favor, que me dejen tranquilo!”, contestó este miércoles en la Araucanía, tras ser requerido por la prensa en medio de la visita papal.
Barros no solo fue a una sino a tres actividades de Francisco en nuestro país. Y previo a la última de ellas, en Iquique, el Papa le dio un espaldarazo público: “El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a ver. No hay una sola prueba contra el obispo Barros, todo es calumnia", dijo el Pontífice en la única ocasión que abordó el tema durante su viaje a Chile, lo que terminó por marcar su visita a nuestro país.
El meteórico ascenso en la iglesia
María Olivia Monckeberg, autora del libro “El señor de los infiernos”, relata que Fernando Karadima fue director espiritual de Barros durante cuatro décadas.
“Aunque estudió tres años de Ingeniería Comercial en la Universidad Católica, interrumpió esa carrera para entrar al Seminario. Fue secretario privado del arzobispo de Santiago, Juan Francisco Fresno, desde 1983, y lo ordenó sacerdote el mismo cardenal Fresno el 29 de junio de 1984. Continuó siendo su secretario hasta 1990, sin perder su estrecho contacto con Karadima y El Bosque", relata el libro.
En 2010, estalló el escándalo de Karadima, mientras este se desempeñaba como obispo castrense nombrado por el Papa Juan Pablo II en 2004. Tras conocerse el caso a través de un reportaje de TVN, Barros se convirtió en el principal defensor público del sacerdote y en varias oportunidades solicitó la ayuda de otros prelados, junto con respaldarlo ante la opinión pública.
“En las últimas semanas, el más beligerante defensor del ex párroco ha sido el vicario general castrense, obispo Juan Barros Madrid. (…) Ha reiterado ante las cámaras y grabadoras que nada de lo que se dice sobre Karadima es cierto. Que nunca vio nada en El Bosque, aunque las víctimas y testigos afirman que estaba junto a ellos cuando Karadima efectuaba toqueteos y daba besos a sus discípulos”, se relata en uno de los pasajes del libro de Monckeberg.
El mundo militar resintió la defensa de Barros al párroco de El Bosque. La molestia fue transmitida en 2014 al ministro de Defensa de la época, Jorge Burgos, quien según relatan conocedores del caso, realizó gestiones con la Iglesia para que fuera retirado de su cargo.
Barros finalmente fue nombrado obispo de Osorno en enero de 2015, pero pese a su alejamiento de Santiago, el rechazo de la opinión pública iba en aumento.
La guerra santa en Osorno
Quienes apoyan y rechazan a Barros en Osorno coinciden en un punto: Está lejos de llevar una vida normal de obispo en la región. El grueso del día se la pasa encerrado en la casa del obispado y prácticamente no se le ve en la vía pública. “No te lo encuentras en un restaurante, en un barrio, en un cajero automático o en la plaza principal, como otros obispos, diputados o alcaldes. Es un prisionero de su propia iglesia”, describe un senador de la zona.
Así, grafican el encerramiento de Barros en el sur. En Osorno, al asumir su cargo fue recibido con manifestaciones de repudio e interrupciones a sus misas desde 2015, situación que se ha mantenido con los años. En el último Tedeum del 18 de septiembre de 2017, un grupo de detractores volvió a ingresar a la ceremonia con pancartas y la consigna “Obispo encubridor, no puede ser pastor”.
“Está enclaustrado en el obispado, no lo vemos, no tengo ningún contacto con él. Las pocas veces que ha visitado poblaciones, es atacado con protestas. Ese riesgo siempre está”, dice el diputado de la zona, Sergio Ojeda (DC).
En el Parlamento también hay quienes rechazan las críticas al obispo. “Barros no tiene ningún proceso judicial o del derecho canónico, por eso nos cuesta entender que se le ataque con tanta fuerza, por tanto tiempo”, reclama la diputada de Puerto Montt, Marisol Turres (UDI).
Miembros de la Iglesia han sido recelosos de hablar públicamente, pero dicen que lo más complejo de la permanencia de Barros en Osorno es la división que se ha generado entre feligreses que apoyan al prelado, y quienes lo cuestionan. El conflicto ha provocado que el nivel de fieles haya decrecido desde su llegada a la zona.
“Hay gente que se resta de asistir a actividades de la Iglesia, a las misas van muchas menos personas y eso genera gran tristeza, porque en Osorno siempre fue importante la religión”, lamenta el diputado de la ciudad, Javier Hernández (UDI).
Mario Vargas, líder de la organización de católicos ‘Laicos de Osorno’, tiene un diagnóstico sombrío de la “crisis” en la región. A su juicio, “la Diócesis de Osorno se está cayendo a pedazos”.
“Tres sacerdotes se han ido de nuestra diócesis, Barros está alejado de la vida social de Osorno, tres parroquias le han cerrado las puertas, estudiantes de colegios emblemáticos le escriben cartas para que no los confirme. No existe un plan pastoral, una carta de navegación. Tenemos un gobierno acéfalo”, lamenta el dirigente.
Con todo, tras la reciente declaración de respaldo del Papa Francisco al obispo Barros, varios en Osorno concluyeron que el foco de conflicto instalado hace tres años en comunidad católica, simplemente terminará agudizándose.
*Para este reportaje el nombre original de María Isabel Toledo fue modificado para reservar su identidad.