La guerra civil en la derecha puede liquidar el proceso constituyente. Por Jorge Schaulsohn
No hay duda de que la pugna entre las dos izquierdas que cohabitan en el gobierno ha ido escalando y se manifiesta abiertamente no solo en declaraciones, sino que también en la liviandad con que algunos parlamentarios del gobierno votan en contra de sus proyectos emblemáticos, como los que tienen que ver con seguridad.
Las desavenencias y conflictos en la izquierda no deben sorprendernos porque es resultado de la frustración derivada del colapso de su proyecto original que se hizo inviable con el rechazo y, además, porque el debate ideológico forma parte del ADN de la izquierda que incluso la llevó a la autoinmolación en 1973.
Sin embargo, la gran novedad, la noticia, es el nivel que está alcanzando la confrontación en la derecha, donde, con ocasión de la elección de consejeros constitucionales se desató una verdadera guerra civil entre sus partidos. Una lucha sin cuartel por la hegemonía cultural y política del sector.
Partamos de la base que a la gran mayoría no le gusta votar por “ultras”, sean estos de derechas o izquierdas. En un país polarizado y en transición hacia no sabemos dónde, los que lideran las encuestas deberían ser los moderados, los que están por los acuerdos, por superar el “impasse” constitucional, los que diseñaron el mecanismo para este nuevo y último intento de cambiar la constitución.
Esa era, precisamente, la estrategia de los partidos tradicionales de la derecha, Renovación Nacional y la UDI más Evópoli, que se veían a sí mismos como una derecha dialogante en oposición a lo que Vargas Llosa denominó la “derecha cavernaria” refiriéndose, al parecer, a lo que representa José Antonio Kast. El sentido común llevó a las derechas en el proceso anterior a esconder a Kast, con su propia anuencia, por considerarlo “tóxico” para la campaña.
Pero la estrategia falló y la derecha moderada obtuvo un magro resultado siendo relegada a la irrelevancia durante la convención.
Sin embargo, todo eso cambió con el triunfo categórico del Rechazo, que fue una inyección de adrenalina para los sectores más duros de la derecha que vieron en el resultado una reafirmación del respaldo a su proyecto conservador, un triunfo de la intransigencia.
A diferencia de lo ocurrido el año pasado, hoy José Antonio Kast no esta en el closet, sino que, en la primera línea de la campaña por transformar a su partido en la primera fuerza de la derecha, intentando desplazar a Renovación Nacional y a la UDI y conquistar un importante número de consejeros.
El Partido Republicano está tratando de hacer lo mismo que Vox en España con el Partido Popular y que en su día intentó, sin éxito, Ciudadanos con el PSOE. Son los denominados “sorpasso”, es decir superar y desplazar a los partidos tradicionales, de cuyo vientre ellos mismos salieron.
La guerra entre las derechas es sin cuartel y trae a la memoria cuando aún en dictadura Jaime Guzmán decidió dividir a la derecha fundando la UDI, utilizando la violencia y las tomas de las sedes partidarias. Guzmán consideraba necesaria la existencia de un partido que defendiera sin ambigüedad ni sentido de culpa el legado de la dictadura y de Augusto Pinochet y las posturas conservadoras tradicionalistas de la derecha; que fue precisamente lo que hizo la UDI durante la mayor parte de la transición.
En el Chile de hoy, abrumado por la delincuencia de nuevo tipo traída por miles de inmigrantes ilegales anónimos y organizados en bandas, con un intento de refundar el país que, aunque haya encallado el 4/9/22 sigue siendo para muchos una amenaza latente. El Partido Republicano esta ganando fuerza y legitimidad; a expensas de Chile Vamos.
Además, está inserto y forma parte de un movimiento mundial de derechas conservadoras embarcados en una “guerra cultural” contra la “corrección política” que incluye aliados tan improbables como Putin, Orban, Meloni, Bukele, Trump y Le Pen.
El Partido Republicano representa una derecha ultraconservadora que no es lo mismo que la ultraderecha. Mientras la ultraderecha se caracteriza por su inequívoco y abierto rechazo del orden constitucional y democrático, el radicalismo de derechas no lo hace. Está compuesto por organizaciones o personas situadas claramente a la derecha de la derecha, pero que se mantienen dentro del marco constitucional y no adoptan posiciones hostiles frente al orden democrático.
En Chile, el Partido Republicano es representativo del radicalismo de derechas o del ultra conservadurismo y se parece bastante a Vox de España. Participa en el juego democrático y proviene de una reconfiguración de la derecha tradicional.
Tiene un discurso contra las elites o “anti-establishment”, antifeminista y combate la “ideología de género”. Tienen una visión retrógrada de la identidad nacional, que mira al pasado para construir identidades compartidas para el futuro; la búsqueda constante de un chivo expiatorio o enemigo exterior, situado fuera esa comunidad anclada en valores tradicionales, que puede ser el inmigrante, el transexual, el refugiado, la izquierda o el musulmán; el desprecio por la clase política, por las élites o el ‘establishment’ del que los medios de comunicación tradicionales también suelen formar parte. Por último, la provocación constante y estratégica para romper lo políticamente correcto.
El Partido Republicano aparece con un proyecto claro, categórico y sin ambigüedades. Su enemigo es la izquierda “radical” en general y el Partido Comunista en particular. No titubea en defender el estatus quo ni contemporiza con el oficialismo ni participa en reuniones transversales. Vota NO casi todos los proyectos del gobierno y se prepara para ser una piedra en el zapato de los “dialogantes” en el consejo constitucional.
Para los republicanos la derecha tradicional es pusilánime y entreguista y su pecado capital fue avalar el nuevo proceso constituyente, lo que según ellos constituye una traición a los votantes del rechazo. Por desgracia, están apareciendo síntomas de descomposición en el trabajo de la comisión de expertos por la presentación de indicaciones que, según la derecha, pasarían a llevar los bordes, lo que alimenta el discurso nihilista de los republicanos.
Hoy no se puede descartar algo que hasta hace poco parecía imposible, que el Partido Republicano termine siendo el más votado de la Derecha, lo que tendría un “efecto dominó” de enormes consecuencias tanto para la derecha moderada como para el gobierno de Gabriel Boric, porque la gobernanza se haría muy difícil sino imposible.